El Evangelio es muy puntual con las actitudes de Jesús, sobre todo cuando se trata de los sencillos, los débiles y los pequeños, entre los que podemos contar a los niños, esas pequeñas personas a las que durante mucho tiempo se les consideró poco importantes.
Sin embargo, Cristo les dio su merecido lugar, de acuerdo con la Sagrada Escritura:
"Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él». Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos".
Acercar a los niños a Jesús
En la actualidad, muchos padres de familia olvidan que su deber con sus hijos es inculcarles valores y, sobre todo, formarlos en la fe, porque solos no descubrirán la riqueza del catolicismo y todas las gracias que Dios derrama sobre quienes son fieles a su voluntad.
Por supuesto, nadie sería cristiano si alguien no lo hubiera conducido en este camino, y todos podemos dar testimonio sobre quien fue la persona clave para que decidiéramos vivir nuestro compromiso bautismal.
La vida de los santos es prueba de ello: la madre y el padre, la abuela, algún pariente cercano, el ejemplo de un sacerdote, pero lo más común es que en el seno familiar hayan aprendido a conocer, amar y servir a Dios.
Ser como niños
¿Cómo es un niño? Es puro e inocente, confía plenamente, ama y espera todo de sus padres. El Señor pide eso de nosotros para poder entrar al reino de los cielos. Además, queda la responsabilidad de cuidar en los pequeños esos atributos que tanto enternecen a Dios.
Por lo tanto, tenemos dos deberes: proteger la inocencia de los niños y acercarlos a Jesús, y nosotros mismos adoptar la actitud de ellos: confiando, amando y abandonándonos en los brazos del Padre, para merecer algún día, entrar en el cielo.