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Santos que lucharon contra la pena de muerte (de varias maneras)

SAINT NICHOLAS

San Nicolás protegiendo a tres condenados a muerte

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Meg Hunter-Kilmer - publicado el 26/12/22
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¡Probablemente no conoces esta faceta de santa Claus!

Ante las ejecuciones de condenados en los Estados Unidos y otros países, muchas personas están centrando su atención en la pena de muerte. Escriben cartas, hacen llamadas telefónicas y acuden a las redes sociales para protestar por el asesinato de hombres y mujeres patrocinado por el estado. Personas hechas a imagen y semejanza de Dios.

Mientras buscamos honrar la dignidad incluso de los mayores pecadores, miremos a los santos cuya oposición a la pena de muerte o ministerio a favor de los criminales condenados puede inspirarnos.

Que ellos (y los santos que también fueron ejecutados) intercedan por todos los que están condenados a muerte y por aquellos que buscan servirlos.

San Nicolás (270-343)

Era obispo de Myra cuando (al regresar de un viaje) le dijeron que tres hombres habían sido condenados a muerte.

Nicolás corrió por las calles. Alcanzó a los hombres condenados justo a tiempo para tomar la espada de las manos del verdugo y liberarlos. Y después irrumpió en la ciudad para reprender al gobernador, quien había condenado a los hombres a cambio de un soborno.

Nicolás ganó tal reputación que incluso durante su vida la gente buscó su intercesión para salvarse de la ejecución.

Un grupo de hombres había sido sentenciado a muerte y pidió a Nicolás, que aún vivía, un milagro.

El obispo se apareció en sueños tanto al emperador como al prefecto esa misma noche, exigiendo que liberaran a los hombres injustamente condenados. Tan perturbados estaban que obedecieron y los hombres se salvaron.

Santa Marta Wang Luo Mande (1802-1861)

Fue una cocinera y lavandera china sin poder para conmutar sentencias de muerte o presionar a los funcionarios para que perdonaran a los condenados.

Sin embargo, podía visitar a los encarcelados, que es precisamente lo que hacía cuando los seminaristas eran apresados.

Ella les llevaba comida, les lavaba la ropa y pasaba cartas de contrabando entre ellos y su obispo.

El día en que estaba programada la ejecución de los seminaristas, un guardia vio a Marta lavando la ropa y se burló de ella con la amenaza de ejecución.

"Ah, bueno, si ellos pueden morir, yo también", dijo la mujer que los había acompañado tan fielmente, y se dirigió plácidamente a su muerte.

San José Cafasso (1811-1860)

Conocido como el Apóstol de la horca, este sacerdote italiano una vez oró para que todos los hombres que acompañaba a la horca se convirtieran.

Esta oración recibió respuesta cuando cada uno de los 68 hombres a los que acompañó murió invocando el nombre de Jesús, habiendo recibido el sacramento de la Reconciliación.

Padre Cafasso instaba a sus penitentes a ofrecer su muerte como acto de penitencia y les aseguraba que Jesús los salvaría.

Incluso se refería a estos hombres como sus "santos ahorcados", tan seguro estaba de su salvación después de un arrepentimiento tan sincero.

San Rafael Kalinowski (1835-1907)

Dejó el ejército ruso para luchar por Polonia contra Rusia. Kalinowski se convirtió en ministro de guerra de los polacos con la condición de que no se le exigiera condenar a muerte a nadie, por atroz que fuera el crimen.

Cuando desaparecila causa polaca fue destruida, los rusos no tuvieron la misma cortesía con Kalinowski, quien fue condenado a muerte por traidor.

Su sentencia pronto qued conmutada por temor a que fuera considerado un mártir de la causa de la independencia de Polonia.

Y Kalinowski trabajó en las minas de sal de Siberia durante 10 años. Después de su liberación, Kalinowski se convirtió en sacerdote carmelita, cargo que ocupó durante 25 años.

Beato Nicholas Bunkerd Kitbamrung (1895-1944)

Fue un sacerdote tailandés a quien casi se le negó la ordenación debido a su terquedad. Sin embargo, la gracia lo había transformado en sus años de formación, de un hombre increíblemente terco y arrogante a un evangelista decidido y persistente (aunque todavía luchaba con el orgullo).

Después de 18 años en el seminario, finalmente se convirtió en sacerdote y sirvió durante 15 años antes de que el gobierno tailandés lo arrestara por tocar las campanas de la iglesia y lo sentenciara a 15 años de prisión.

Pero era un cura persistente. Nicolás no vio su encarcelamiento como un obstáculo para su ministerio y continuó sirviendo mientras estaba encarcelado, bautizando a 68 prisioneros antes de morir de tuberculosis.

El Siervo de Dios Jacques Fesch (1930-1957)

Fue un rico ateo francés que disparó y mató a un oficial de policía durante un robo fallido.

Fue arrestado y condenado a muerte, pero durante sus tres años en el corredor de la muerte pasó de ridiculizar la fe católica a llorar por sus pecados, rogar a su esposa que lo perdonara y esperar su ejecución como el día en que conocería a Jesús.

El diario que llevó después de su conversión muestra un corazón apasionadamente enamorado del Señor, modelo de vida bien vivida incluso en el corredor de la muerte.

San Juan Pablo II (1920-2005)

Fue un defensor de la vida en cada etapa. En la encíclica Evangelium Vitae, dijo:

"[El castigo] no debe llegar al extremo de ejecutar al ofensor excepto en casos de absoluta necesidad: en otras palabras, cuando no sería posible defender a la sociedad de otro modo. Sin embargo, hoy en día, como resultado de las constantes mejoras en la organización del sistema penal, estos casos son muy raros, si no prácticamente inexistentes".

La justicia para la limitación de la pena capital sentó las bases para la reciente revisión del Catecismo por parte del papa Francisco, que ahora dice:

"En consecuencia, la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que 'la pena de muerte es inadmisible porque es un ataque sobre la inviolabilidad y dignidad de la persona', y trabaja con determinación por su abolición en todo el mundo".

El compromiso de san Juan Pablo II con la rehabilitación de los criminales no era una mera teoría, sino que se extendía incluso a quien intentó asesinarle a él, un hombre a quien visitó en prisión para extender el perdón, incluso cuando todavía estaba herido por el ataque.

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