Desde Venezuela, María García de Fleury, socióloga, licenciada en pedagogía religiosa y presidenta del apostolado mundial de la Virgen de Coromoto, nos va a contar una historia real (vivida en primera persona), preciosa, que nos invita a reflexionar sobre cómo es nuestra relación con el Bebé que va a nacer:
"Fuimos a un orfanato, llamado Casa Hogar de Niños, en Sabaneta, el Hatillo. En este orfanato, nos encontramos a muchos niños de nuestro país y a otros inmigrantes. En algún caso, como el de nuestro protagonista, los niños estaban todavía amoratados por los golpes recibidos antes de llegar allí."
María explica por qué fue allí:
"Íbamos con el propósito de contarles la historia de la Navidad. Empezamos a hablarles de María, de José, de cómo llegaron a Belén y de cómo, no encontrando sitio en ninguna posada, tuvieron que acomodarse en un establo para guarecerse del frío de la noche. Y cómo allí, entre una mula y un buey, nació el niño Jesús, y fue colocado en un pesebre."
Lo que ocurrió a continuación fue como un cuento de Navidad:
"Los niños y empleados escucharon cada palabra con toda atención. Cuando terminamos la historia, le dimos a cada niño tres trozos de cartón para que hicieran un pesebre, un cuadradito de papel de una servilleta amarilla para que hiciesen tiras a modo de paja y, de un viejo camisón de franela, un cuadradito de tela con el que debían hacer una mantita que pudiera calentar al Niño Jesús. Y, para rematar la actividad, un trozo de fieltro marrón para recortar en él la figura de un bebé."
María prosigue:
"Mientras estaban trabajando, me pasé por las mesas, y me quedé sorprendida delante del pequeño Andrés, un niño de unos 6 años. En el pesebre de Andrés, no había un niño sino dos. Entonces, le pregunté a Andrés: '¿Por qué hay dos bebés en el pesebre?'."
Y ahí llega la sorprendente respuesta del pequeño:
"El niño me repitió toda la historia que le acabábamos de contar, pero creó su propio final: 'Cuando María puso a Jesús en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía algún lugar a donde ir. Yo le dije que no, que no conocía ni a mi papá ni a mi mamá, y que no tenía ningún lugar a donde ir. Entonces, Jesús me dijo que yo podía estar allí con Él.'"
El niño siguió hablando con María, que me miraba asombrado:
"'Le dije a Jesús que no podía, porque no tenía ningún regalo para darle. Pero quería quedarme con Él, así que se me ocurrió que un buen regalo era darle mi calor. Le pregunté:
'Jesús, si te doy calor, ¿ése sería un buen regalo para ti?'. Y Jesús me contestó: 'Si me das calor, ese será el mejor regalo que haya recibido nunca'. Por eso me metí con Él en el pesebre. Entonces, Jesús me miró y me dijo: '¡Puedes quedarte aquí para siempre!'."
Para María, lo que le acababa de contra el niño era mucho más que una fabulación infantil. Era algo que llegaba al corazón. Era una inesperada lección de Navidad:
"Cuando terminó su historia, los ojos del pequeño Andrés brillaban, y las lágrimas empapaban sus mejillas. Había conocido a Alguien que jamás le abandonaría, ni abusaría de él. Alguien que le daría seguridad, amor y confianza. Alguien que estaría con él para siempre."
"Y yo aprendí -nos dice María- que no son las cosas que tienes en tu vida las que cuentan, sino las personas que te acompañan. Eso es lo verdaderamente importante."
En estas Navidades, busquemos la amistad con Dios, ese Amigo que nunca falla. Why not?