—Entre mi esposo y yo, por años, nuestra comunicación giró en torno a situaciones domésticas, y sobre todo, a nuestros dos hijos. Pero ellos ya no están con nosotros, y, de pronto, al estar solos, nos encontramos sin tema de conversación —comentaba una señora de mediana edad, con cierto aire de satisfacción.
—Cuénteme usted —le propuse con actitud de aprender.
—Ambos nos concentramos en sacar a la familia adelante, y siempre consideramos lo bien que nos complementábamos en esta meta. Sin embargo, cuando el nido quedó vacío, atravesamos por una zona gris en nuestra vida de pareja.
De cierta manera, nos sentimos como dos extraños.
Nuestra primera reacción fue buscar hacer juntos cosas diferentes y gratificantes, como escribir, pintar, hacer jardinería, redecorar la casa, tiempo para charlar, etc. Ha funcionado, pues poco a poco vamos adquiriendo experiencias que compartir, y retomando nuestra capacidad de comunicación íntima.
Recién fuimos a dar unas pláticas prematrimoniales en nuestra parroquia, acerca de los fines del matrimonio, como lo son: la ayuda mutua, engendrar y educar a los hijos. El enfoque que dimos a los jóvenes, es que estos fines se alcanzan como una manifestación del verdadero amor conyugal.
Sin embargo, por la experiencia que mi esposo y yo atravesamos, ¿qué es lo que debemos explicar mejor a los jóvenes que deseamos ayudar a formar?
—Pues los felicito por haber encontrado una solución a su problema, por lo que ahora le propongo una explicación, sobre lo que pudo haberles pasado —le propuse con convencimiento.
En qué consiste la 'ayuda mutua'
Comencemos por aclarar que la ayuda mutua, uno de los tres fines del matrimonio, comprende tres realidades diferentes:
La primera, hace referencia al amor matrimonial, en las que las diferencias corpóreas y psíquicas de los cónyuges, se encuentran orientadas a formar una familia, complementándose de mil maneras.
Se trata de un amor ordenado a la mutua ayuda, a la procreación y educación de los hijos.
La segunda realidad hace referencia al amor personal, al que los fines mencionados están supeditados. Se trata del bien mayor que suele ser descuidado, y que no es un fin al cual llegar o meta que cumplir, sino que es una dinámica que abarca toda la vida matrimonial.
Un amor que se concreta al ayudar al otro a superar defectos y crecer en virtudes. También en saber preocuparse cuando es necesaria una reparación o corrección, por el bien del amado.
Se trata de un amor ordenado a ayudar al otro, a ser mejor persona.
A diferencia del amor matrimonial no está ordenado a unos fines, sino que es un fin en sí mismo.
La tercera ayuda, o bien de los esposos, hace referencia al amor romántico en el que se da un constante entrelazamiento de afectos, compañía, servicio recíproco de consejo, amparo, convivencia e infinidad de aspectos de mutua e íntima ayuda, difíciles de recoger y expresar, pues cada pareja es única.
Aquí están: el aniversario de bodas, los cumpleaños de los esposos, los detalles amorosos, y más.
Se trata de un amor ordenado a amar y hacer feliz al otro.
Este amor también es un fin en sí mismo, e igualmente una dinámica que abarca toda la vida matrimonial.
—Si, visto así nos damos cuenta de que esas tres formas de amor siempre han estado presentes en nuestro matrimonio. Sin embargo, descuidamos el amor personal y romántico, dándolos, equivocadamente, como un hecho, y no era así.
En las siguientes pláticas que daremos a los jóvenes, les daremos esta útil interpretación de la conyugalidad del amor.
Por Orfa Astorga de Lira
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