Era una noche de sábado despreocupada y divertida como tantas otras cuando Mónica Petralia salió a cenar con unos amigos a una pizzería cerca de la ciudad de Ferrara (Italia). Pidió lo de siempre: una pizza de champiñones y jamón. Poco sabía ella que esto la conduciría a una experiencia cercana a la muerte que cambiaría su vida.
En 2013 apareció en la cadena de televisión católica italiana TV2000 para hablar sobre su experiencia. Contó cómo, tres horas después de comer la pizza:
En coma
Sus amigos la llevaron de inmediato a la sala de emergencias en Ferrara, un viaje de 30 millas. Mónica estaba muy grave y los médicos no sabían qué hacer. Descubrieron que de repente se había vuelto alérgica a algunos alimentos cotidianos.
Fue el tomate lo que la puso en coma esa noche.
Su experiencia cercana a la muerte
En un momento de crisis durante el coma que duró tres días, los médicos estaban decidiendo si mantenerla en soporte vital. Mónica vivió una experiencia cercana a la muerte dramática y al mismo tiempo maravillosa:
Una luz resplandeciente
Una luz resplandeciente la recibió, brindándole una sensación de extraordinaria paz y bienestar que nunca antes había sentido:
Entre estas presencias Mónica reconoció al Padre Pío y al Papa Juan Pablo II.
Su inesperada recuperación
El médico jefe de la unidad de cuidados intensivos la dio por muerta. No podía ver ninguna esperanza.
40 días de convalecencia y ganas de ayudar a los demás
Al poco tiempo, Mónica despertó del coma sin ningún daño irreversible, contrariamente a todos los pronósticos. Su convalecencia duró 40 días. Fue un período largo y complejo, pero en ese desierto Dios inspiró en su corazón el deseo de estar cerca de los enfermos en el mismo hospital donde fue atendida:
Y así, durante muchos años, Mónica ha sido cuidadora, apoyando a los pacientes y apoyando a los enfermos en la misma sala donde ella también estuvo hospitalizada.
Un regalo de Juan Pablo II
Al poco tiempo de recuperar la salud, con el alma llena de gratitud, decidió escribir a mano una carta al Papa Juan Pablo II, quien inesperadamente le contestó. Fue una inmensa alegría para ella recibir la bendición apostólica del Santo Padre, un regalo precioso que nunca olvidará.
"Ojalá el Espíritu Santo me diera siempre una sonrisa y la fuerza para poder decirle a la gente que está (…) peor que yo: '¡Vamos! No tengáis miedo de esta vida terrenal porque aunque estemos de paso, el Señor es nuestra meta'."