En 1913, un barco zarpaba de las costas españolas para poner rumbo a América. Su destino no era otro que una misión evangelizadora abanderada por una mujer que llevaba toda su vida entregada a la educación de las niñas.
En ese momento, la hermana María Ascensión se disponía a continuar con su labor en uno de los lugares más remotos y hermosos del mundo, la selva del Amazonas. Y nada ni nadie frenó su coraje, impulsado por un claro amor a Jesús.
Juan Nicol, un comerciante de utensilios para el campo, y su esposa, Águeda Goñi, tenían cuatro hijos cuando nació Florentina, cuyo nombre fue el nombre elegido en honor a santa Florentina de Cartagena.
Florentina Nicol Goñi tuvo una infancia feliz en su Tafalla natal, en Navarra. Cuando tenía quince años, se marchó a estudiar al Beaterio de Santa María Magdalena y Santa Rosa de las hermanas dominicas de Huesca. Allí no solo se convirtió en una buena alumna, sino que se dio cuenta que deseaba ser religiosa como sus maestras.
Inició su noviciado el 22 de octubre de 1884. Un año después hizo profesión de votos y asumió el nombre de María Ascensión del Sagrado Corazón de Jesús y empezó a trabajar como profesora.
La llamada de la selva
Durante casi tres décadas, la hermana María Ascensión realizó su labor como educadora y se volcó en su vida religiosa con gran devoción. Hasta que la visita del fraile dominico, Ramón Zubieta, cambió el rumbo de su vida para siempre.
La hermana María Ascensión no se lo pensó y aceptó el reto que se le ofrecía. Junto a ella, otras cuatro hermanas se dispusieron a emprender el largo viaje a América para ejercer una importante labor como misioneras.
El 13 de noviembre de 1913, las cinco hermanas se embarcaron en un largo viaje que las llevaría a las tierras del Perú. La primera parada del trayecto fue en Lima donde las religiosas fueron acogidas por las mujeres que vivían en el Beaterio de Nuestra Señora del Patrocinio de Lima.
La hermana María Ascensión fue elegida como responsable del mismo para ayudar en la organización del beaterio; en el que impulsó la creación de un colegio como el que había funcionado tantos años en España. Tras dos años de duro trabajo, por fin emprendieron la última parte del viaje que las había llevado a América.
Escuelas para niñas
El 15 de junio de 1915 la hermana Ascensión y dos religiosas más atravesaron los Andes para llegar hasta la sede del Vicariato Apostólico situado en Puerto Maldonado. Convertidas en las primeras misioneras en pisar aquellas tierras, la hermana María Ascensión y sus compañeras se enfrentaron a la dura misión consiguiendo su objetivo, ayudar a las comunidades de la zona.
Les ofrecieron educación, medicamentos, consuelo espiritual y apoyo contra los abusos a los que eran sometidos por los propietarios de las plantaciones de caucho. La hermana María Ascensión trabajó duro para poder abrir una pequeña escuela en la que las niñas pudieran estudiar como ella hizo tantos años atrás.
El frío, los animales salvajes, el agotamiento, el temor a lo desconocido, nada de esto frenó las ansias misioneras de la hermana María Ascensión; quien sacó fuerzas de la oración para llevar a cabo su objetivo.
Su etapa como misionera en la selva del Amazonas fue para ella uno de los momentos más importantes de su vida.
"No puedo expresar lo que mi alma está experimentando. Nunca me he sentido tan cerca de Dios como en los dieciséis meses en la Selva", afirmó.
Nueva congregación
Cuando regresó a Lima, ella y el entonces obispo Monseñor Ramón Zubieta iniciaron la creación de la Congregación de Misioneras Dominicas del Santo Rosario. Con dicha congregación pretendían afianzar la labor misionera iniciada en el Amazonas.
Pronto se extendieron por otros lugares de Latinoamérica, por España y Portugal, llegando incluso a la lejana China. Nombrada su primera Superiora General, viajó hasta los lugares en los que se la necesitaba para fundar las distintas casas de las Misioneras Dominicas; una labor incansable que duró hasta su muerte, el 24 de febrero de 1940.
El 16 de mayo de 2005, el Papa Benedicto XVI la nombró beata, recordando la importancia del "mensaje misionero que ha dejado a la Iglesia, con su vida y su obra". El pontífice destacó su "ardor apostólico, nacido del amor a Jesús, que la madre Ascensión vivió y supo infundir en sus hijas espirituales".