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La santa normalidad del Señor y la Señora Bernardini

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Domenica y Sergio Bedonni.

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Annalisa Teggi - publicado el 21/08/22
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Él era viudo, ella había perdido a su novio. Después de una gran tragedia en la vida de cada uno, esta pareja se comprometió a un matrimonio santo y crió a 10 hijos para amar a Dios

Los cálculos de Dios a menudo son desconcertantes. Job lo sabía bien. Las palabras aparentemente enloquecedoras de Job ante las pruebas más duras eran una invitación a vencer la tentación de la desesperación:

Job no era un hombre que había “hecho los cálculos” y llegado a una conclusión lógica. Fue un hombre que bendijo el misterio de la sustracción y de la generosidad, otorgado por Dios en medida sobreabundante con respecto a cualquier criterio humano.

El mismo tipo de bendición se encuentra en la sencilla y extraordinaria historia de la venerable pareja formada por Sergio Bernardini y Domenica Bedonni, relatada y reflexionada en el texto “La santidad en las familias en el mundo”, libro del Dicasterio para los Laicos, Familia y Vida, dirigido a novios, cónyuges y comunidades eclesiales.

La economía incomprensible de Dios es una experiencia de vida en la que la multiplicación viene como resultado de la sustracción más dolorosa posible.

BOYS, LOOK, EYES

Sergio, un camino cuesta arriba de fe

En un rinconcito de Italia, en un pueblo de montaña de la zona de Módena, comienza la historia de una familia “escondida” que vivió todas las circunstancias de la vida en estrecha relación con Dios.

Este esposo y esposa, que se dedicaban a una rutina diaria de trabajo duro, tuvieron 10 hijos cuyas vocaciones los llevaron incluso hasta Australia (en el caso de una hija que se convirtió en monja misionera). Desde su pequeño rincón, la pareja difunde la Buena Nueva al mundo. 

Porque la obra misionera nace de decir un “sí” personal en el pequeño lugar que Dios nos ha puesto, y por supuesto este bien redunda en beneficio de los demás.

El “sí” a Dios de Sergio Bernardini pasó por una serie de circunstancias trágicas. El viaje que hizo con su madre a la iglesia cuando era niño parece casi simbólico. De adulto, contaba cómo él y su madre solían caminar dos millas cuesta arriba para llegar a la iglesia dos veces al día, por la mañana y por la noche, primero para la Misa y luego para el Rosario y la catequesis.

Su “ascenso” en los años venideros se volvió empinado. Sergio trabajaba en la propiedad familiar y en 1907, a los 25 años, se casó con Emilia Romani. A los pocos años perdió a dos de sus hijos pequeños, luego a su esposa, luego incluso a la última hija que había nacido. El terrible duelo de esta cadena de sufrimiento lo alejó de ese pueblo de montaña en la zona de Módena. Sergio intentó una nueva vida en América, pero fue una prueba difícil para él y terminó desilusionado.

Regresó a casa donde le esperaba una nueva vida. Dios le había quitado mucho, pero no le quitaba los ojos de encima.

Domenica, una esposa aparentemente incompatible... pero el verdadero camino a la felicidad

Domenica Bedonni también había conocido una pérdida desgarradora. A los 20 años vio morir a su prometido de una enfermedad incurable. El encuentro entre ella y Sergio, ya viudo, no fue pues el de dos almas que pensaron el amor de una forma exclusivamente color de rosa y romántica.

Se conocieron cuando Sergio regresó de América. Ambos sabían que la estabilidad de un matrimonio debe basarse en algo más sólido que la fragilidad humana. Domenica tenía un carácter muy diferente al de Sergio; su compatibilidad no se basaba en una emoción pasajera. Más bien se dieron cuenta de que compartían las mismas metas e ideales, y querían formar una familia con numerosos niños que tendrían un impacto positivo en el mundo.

Cimentaron su relación leyendo y discutiendo el Evangelio juntos y teniendo largas conversaciones, aunque Domenica era más habladora que su futuro esposo

La idea de casarse se consideró en el contexto de las tragedias que ambos habían vivido. El “sí, quiero” que pronunciaron cada uno ante Dios el 20 de mayo de 1914, reflejaba una confianza radical en el único amor que nos salva de la pesadilla de no poder salvar a los que amamos.

Sergio y Domenica Bernardini
Foto de familia de los Bernardini, con los padres sentados en el centro.

Su familia

Domenica quería muchos hijos y terminó teniendo diez. Además, Domenica y Sergio adoptaron a un seminarista nigeriano, pagando sus estudios en Roma. La multiplicación de Dios es una riqueza de corazón que encuentra recursos aunque haya poco en el bolsillo.

La vida modesta y las preocupaciones de la vida no pudieron hacer mella en la alegría que creció dentro de la familia Bernardini-Bedonni. En esta sobreabundancia de trabajos y alegrías domésticas, la brújula de Sergio y Domenica permaneció en sintonía con la compañía de Dios, puntuada por tres momentos diarios de oración, incluidos el Ángelus y el Rosario.

En este hábito hay un consejo para crecer en la santidad que está al alcance de todos, una invitación que debemos aprovechar de inmediato: vivir cada día al ritmo de la oración compartida. Aunque sea por un momento, podemos imitar este gesto de confiarnos a Dios y ser refrescados por Él: dejar de lado los quehaceres familiares para estar juntos en un diálogo directo con el Padre. Todo lo demás radica en esta conciencia de que el matrimonio durará si son tres: los dos esposos y Dios.

"Encendían la radio"

El recuerdo de una de sus hijas nos regala otra imagen, tan sencilla como llena de significado. Ella recuerda la sensación de seguridad que ella y sus hermanos recibían al escuchar a sus padres orar juntos mientras los niños aún estaban en la cama. Solían bromear diciendo que sus padres habían “encendido la radio”.

De los 10 hijos de Sergio y Domenica, ocho acabaron consagrándose a Dios.

Esto también es un consejo para crecer en santidad que los padres podemos imitar. No es nuestra conducta perfecta ni las palabras adecuadas en el momento adecuado las que educan a nuestros hijos. No hay problema si nos ven tropezar. Lo realmente esencial que podemos darles es que nos vean buscando y encontrando nuestra voz en la mañana para llamar a Dios, y sin dejar de llamar a la puerta del cielo.

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