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Cualquiera diría que un resultado electoral acaba con las dudas. Podríamos decir, en el caso colombiano, que se terminaron las especulaciones sobre los resultados, pero no las preguntas y mucho menos la incertidumbre.
Siendo la primera vez que la izquierda llega al poder en ese país, tradicionalmente tan conservador, y habida cuenta de los estragos causados en buena parte del continente, especialmente en la vecina Venezuela, los pronósticos son naturalmente algo sombríos.
Gustavo Petro viene del grupo M-19 de muy ingrata memoria. No obstante, desde hace años viene militando en la política activa, ejerciendo distintas funciones de gobierno, plenamente integrado al sistema, lo que le permitió librarse de ese barniz tan rojo que suscita temor y rechazo.
Crónica de una muerte anunciada
Hay lecturas bastante ácidas, pero también moderadas en torno a lo ocurrido. Cualquiera de los dos candidatos podía ganar, pero eran dos prospectos a los que se les atribuían más pecados que virtudes. "Votemos por el menos malo" es lo que se suele escuchar en cada elección en este continente. Sin remedio, en manos de uno de ellos quedaría la responsabilidad de conducir los destinos de esta etapa de la historia de Colombia.
Ambas ofertas presidenciales distaban mucho de ser ideales y, como se escuchaba en las antesalas electorales, se optó por el malo conocido antes del bueno por conocer. Si es cierto que la gente hace economía de sus miedos, también lo es el que el hartazgo de las opciones políticas que Colombia venía trasegando, surtió su efecto y se prefirió un cambio. Un cambio que se veía venir cuando, contra todos los pronósticos, el favorito Federico Gutiérrez no sumó los puntos que le colocarían como el contendiente de Petro. Un cambio que no se reflejó en la campaña, plagada de insultos y ataques despiadados, al mejor estilo de las trifulcas políticas más candentes y enfangadas del continente.
El otro candidato, Rodolfo Hernández, no funcionó a la postre. Los votos sueltos que debían definirse para la segunda vuelta parecen haberse amalgamado finalmente en su contra, más que a favor de Petro. Un Petro que, por cierto, no es el militante de izquierda miembro del M-19, movimiento que asalto el Palacio de Justicia (06-11-1985) de Bogotá, sino que ya pasó por la alcaldía capitalina sin mayores estropicios. A pesar de que, hoy por hoy, sigue justificando aquel episodio, que ocasionó 101 muertes.
Es otro Petro
El embajador Milos Alcalay, por aquel tiempo secretario del Parlamento Andino, se encontraba presente en las instalaciones del Palacio al momento del asalto. Permaneció en esas instalaciones, junto con los cerca de 350 rehenes hasta la liberación. Y retoma del lugar por parte de la policía y el ejército de Colombia. Nos dijo para Aleteia:
“Petro es pragmático, es esa izquierda confusa que ya hoy no es extremista, sino que más bien se ha desplazado hacia posturas más racionales, lo que no quiere decir que por ello es menos peligrosa. No obstante, no lo veo incondicional de Maduro ni de ningún otro, sino atento a las alianzas que pueda construir para conseguir sus objetivos. Hay que recordar que la situación social de Colombia es altamente explosiva y él es ahora el Presidente”.
Vale tener presente que, apenas el año pasado, en una entrevista de televisión, Petro se expresó así de Hugo Chávez: "Un hombre inmenso que logró disminuir la pobreza como ningún otro".
Ciertamente, Colombia no vive del petróleo, sino del café, del comercio, de la agricultura. Las fronteras son hoy un reto. Hay 1.800.000 venezolanos dentro del país y una muy activa guerrilla que ya no es la de Petro. Estados Unidos no perderá a Colombia y llegará a algún modus vivendi. La guerra en Ucrania y la pandemia han afectado nuestras economías y Colombia no es la excepción. “Si Petro es inteligente –agrega Alcalay- sabrá insertar al país en las estructuras multilaterales y atraer inversionistas extranjeros, generando condiciones que garanticen la confianza necesaria para ello”.
Petro comienza a transitar la ruta al frente del volante, no como pasajero alborotado. Su fuerza parlamentaria no le augura comodidad y debe moverse con habilidad sin comerse la luz. Colombia aún cuenta con instituciones sólidas que deben actuar como contrapesos del poder presidencial. Y si los colombianos quieren paz y buen gobierno, esas instituciones deben ser preservadas como garantes.
Con un escenario social complejo, lleno de reclamos y de carencias, hay fuerzas políticas en Colombia que no por encontrarse en una esquina débil son menos significativas. El país cambió porque se eligió un presidente distinto que no pertenece a los cuadros políticos convencionales. Pero allí hay otro recordatorio que no debe ser pasado por alto: en América Latina no hay cadáveres políticos, sino péndulos. La debilidad de hoy es la fuerza de mañana. En otras palabras: a Petro le conviene abrirse a las opciones y cambiar junto con el país.
El pedido de la Iglesia
La Iglesia lo advirtió desde temprano. Pidió bajar las tensiones y la polarización. Calibró el alcance del rencor inoculado a los discursos políticos. Se adelantó a las amenazas de "incendiar al país" sino ganaba el que quería ganar. Se adelantó a las expresiones machistas de lado y lado y previno sobre el lenguaje del odio, pidiendo desactivarlo.
El delegado de la Conferencia Episcopal para las relaciones Iglesia-Estado, monseñor Héctor Fabio Henao Gaviria fue claro en sus declaraciones: ante las dudas de los resultados electorales –que se avizoraban apretados- y la posibilidad de escenarios violentos, la Iglesia católica ha estado pidiendo ejercer el voto masivamente y respetar los resultados de la segunda vuelta presidencial sea cual fuere el ganador.
El prelado señaló algunos peligros asociados a la violencia. Habló sobre la existencia de un espectro relativamente amplio de amenazas y desafíos al proceso electoral “por el actuar de grupos armados que, o bien han asesinado personas que participan en el mundo de la política, o amenazan a comunidades o crean desplazamientos y confinamientos. En fin, constriñen de alguna manera el derecho al voto. Esa es una violación del derecho a la participación ciudadana que de ninguna manera le hace bien a la democracia”.
Y esos escenarios están determinados: la región pacífico es una región en su conjunto con muchas vulnerabilidades. En territorios como El Charco, Tumaco, Chocó y Cauca “hay una serie de situaciones que nos preocupan muchísimo”, dijo el prelado. Hoy en día, estos procesos electorales están muy marcados por las redes sociales y allí hay un aprendizaje: cómo excluir la estigmatización y la violencia de las redes sociales hacia todas las campañas y cómo rechazar las falsas noticias.
Y la Iglesia ha venido actuando en consecuencia, poniendo de su parte lo que le corresponde. Para las elecciones, la Conferencia Episcopal tomó la decisión de que la presidencia se reuniera con todos los candidatos. Así se hizo. Se llevaron a cabo reuniones con todas las distintas candidaturas y se logró un ambiente de escucha y de diálogo.
Y entienden su tarea como pastores: “La voluntad de la Iglesia es seguir trabajando para que las personas que viven en las distintas regiones del país, particularmente en esas zonas más alejadas y apartadas tengan una oportunidad diferente. Esa será nuestra tarea”, dijo el obispo. Pregonan que la prioridad es edificar un país mucho más equitativo, “pero no lo vamos a lograr si pretendemos que sea a través de medios violentos que se exprese la sociedad colombiana”.
Depende de lo que dure el merengue
Y ése es justamente, el mayor peligro al que se enfrenta Colombia. Estos países nuestros no se pacifican por el hecho de que cambie el elenco gobernante ni siquiera porque lo haga por la vía electoral, en paz y sin mayores sobresaltos como se acaba de hacer en Colombia cuando el presidente Iván Duque y el rival de Petro reconocieron sin problemas los resultados, se felicitaron y prometieron dar paso a una transición civilizada.
El mayor peligro es la ingobernabilidad que comienza cuando se acaba la "luna de miel" entre el electo y los electores, cosa que, en nuestro continente, suele durar lo que un merengue en la puerta de un colegio.
Nuestros países tienen problemas estructurales muy profundos de larga data. Cada frustración de la población tiende a generar complicaciones políticas y violencia social. Para muestra, un botón: Colombia tiene el récord de activistas de derechos humanos asesinados.
Para enero de este año, la Defensoría colombiana registró 145 asesinatos de líderes sociales. Entre los muertos se identificó a 32 dirigentes indígenas, 16 líderes campesinos o agrarios y siete sindicalistas. Desde la firma de la paz con la guerrilla FARC en 2016 los homicidios contra los líderes son recurrentes. Organizaciones sociales denuncian que guerrilleros que siguen alzados en armas, miembros de grupos narcotraficantes y agentes estatales, estarían detrás de las muertes.
Sobre este tema vale la pena abundar pues es una de las cargas de profundidad que lleva, de entrada, la administración de Petro. Según ONG como Global Witness, Colombia es uno de los países más peligrosos del mundo para los activistas y se lo señala como el más letal para los ambientalistas (65 muertos en 2020).
El gobierno de Iván Duque siempre acusó al narcotráfico de estar detrás de los homicidios. Y el Instituto de Estudios para la Paz (Indepaz), una organización que documenta este tipo de asesinatos y masacres a partir de las alertas que dan las organizaciones de base, reportó el año pasado 170 líderes asesinados. No es menor el desafío que esto representa para cualquier gobierno.
Y si alguna institución lo tiene claro es la Iglesia católica. De allí que su convocatoria a diálogos previos a la campaña y las votaciones tuvieran eco. Y nos atrevemos a decir que hubo momentos en que, si la sangre no llegó al río, fue por las constantes advertencias y exhortaciones de los obispos.
Mucho que aprender, mucho que corregir
Los obispos colombianos enviaron este lunes 20 de junio un mensaje inmediato y directo al presidente electo: “Al Presidente electo, Gustavo Petro; a la vicepresidente, Francia Márquez, les auguramos todos los colombianos y nosotros como Iglesia los mejores éxitos, que tengan la sabiduría de Dios para conducir los destinos de la historia de Colombia”.
Ese fue el saludo de monseñor Luis José Rueda Aparicio, arzobispo de Bogotá y presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC). Exhortó: “Hay muchas cosas para corregir en una campaña como la que acabamos de vivir, hemos tenido aprendizajes y cosas que no se deben repetir. Pero también es importante que miremos el presente y el futuro de Colombia, sigamos luchando, trabajando por la vida, por la paz, por el desarrollo humano integral”.
Petro pareció haberles tomado la palabra: en su primer discurso como presidente, hizo un llamado a la unidad del país para un cambio real. “No traicionemos a ese electorado que le gritó al país y a la historia que hoy Colombia está cambiando, Colombia es otra”.
A partir de ahora, efectivamente, es otro el capítulo que se comienza a escribir en la historia de Colombia. Lo que está por verse es si el cambio para bien será el protagonista de ese capítulo. Dios quiera, por el bienestar de los colombianos, país hermano, y le deseamos la mejor de las suertes.