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Cómo amar: a uno mismo, a los demás y a Dios

El amor verdadero es el amor de Dios que ama dentro de mi alma

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 16/05/22
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¿Soy amigo mío? ¿Me trato con delicadeza cuando no estoy con nadie? ¿Me acepto como soy, perdono mis caídas cada vez que caigo?

Jesús me invita a amar con todo mi corazón, con toda mi alma a los que me rodean:

El amor verdadero es el amor de Dios que ama dentro de mi alma. Jesús me invita a amar a mi hermano como Jesús me ama.

Eso me da vértigo. Pienso en el amor que Jesús me tiene y me parece imposible vivir algo así. ¿Cómo ama Jesús? Muriendo en la cruz, acogiendo, perdonando.

Yo tengo que amar a los demás como Él me ama. Ese amor de Jesús es generoso, no tiene medida, se da por entero, no lleva cuentas, no exige, perdona siempre, lo soporta todo, lo acepta todo, no tiene envidia, es servicial.

Es un amor que no se reserva, no mide su entrega. Ese tipo de amor me parece inalcanzable. Yo no amo así, no soy capaz de amar tanto, de dar tanto.

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La importancia de amarse a uno mismo

El amor de Jesús muere en la cruz al ser despreciado. El mío no quiere que lo desprecien, se rebela contra la injusticia, contra la cruz. No se deja herir, ni menos matar.

Mi amor se busca a sí mismo. Detesta el sufrimiento y la renuncia. Sólo quiere recibir. Creo en el amor a mí mismo.

Sé que esa es la base para ser feliz y poder amar bien. Eso es lo que me pide que haga Dios. Que me ame a mí mismo, que me quiera como soy, no como debería ser.

¿Soy amigo mío? ¿Me trato con delicadeza cuando no estoy con nadie? ¿Y me hablo con ternura, me escucho en mis necesidades, comprendo mis miedos y mis debilidades? ¿Me acepto como soy, perdono mis caídas cada vez que caigo?

Aprender a recibir amor

A veces las heridas sufridas han hecho que no me quiera bien. Tengo claro que necesito recibir amor para poder amarme. Pero es difícil lograrlo. Leía el otro día:

Cuando sufro me pongo una máscara para protegerme, para que no me hieran más, para que nadie me haga daño.

Y entonces no siento el amor del que me ama. No sé recibir amor, no lo acepto y pongo una barrera, destruyendo todos los puentes.

La base de la autoestima

Para poder amarme a mí mismo tengo que saberme amado de forma incondicional por alguien. Ya sea por Dios, ya sea por algunas personas en mi vida.

El amor familiar es la base de toda autoestima. Cuando es débil ese amor de mis padres, de mis hermanos, camino herido por esta vida mendigando migajas del amor que me entregan.

Y desde esa herida es difícil amar bien a los que me aman. Entonces, ¿qué hago? Si otros no me aman, ¿cómo voy a lograr amarme a mí mismo? Es una tarea para toda la vida.

Ese amor a mí mismo es fundamental para aprender a amar a los demás. Necesito saberme amado y amarme.

Es imposible que quiera bien a los demás, con madurez, cuando no me quiero a mí mismo, cuando no me cuido, cuando no soy misericordioso conmigo mismo, cuando no me hablo bien.

La libertad de sentirse amado incondicionalmente

Me entristece esa falta de amor hacia mí mismo. Quiero mirarme bien, aceptarme y tolerar mis fragilidades.

Cuando me amo como soy, en lugar de vivir condenándome y criticándome, la vida es más fácil. Y sólo entonces hay hueco en mi alma para otros amores.

Tocaré el amor de Dios en mi corazón. Sentiré su ternura, su mano cálida acariciando mis heridas. Sabré que la vida se juega desde mi verdad.

Cuando me quiero bien no dependo tanto del amor de todos para ser feliz.

Me herirán muchos, con frecuencia, eso puede ocurrir, porque cuando amo me expongo y espero una correspondencia en el amor que no siempre sucede. Y cuando la herida duele sólo me queda pedirle a Dios que me sane.

Pero no dejaré de amar aunque amar tenga sus riesgos. Porque mi amor propio me hace fuerte. Y el amor de Dios me da raíces.

Sabré que valgo aunque otros no lo vean. Veré mi belleza aun cuando otros vean fealdad. Mi autoestima no estará en juego cada vez que alguien vierta una opinión negativa sobre mí.

Valgo más de lo que yo mismo creo, así es como me ve Dios. Y habrá algunas personas que me habrán regalado un amor humano semejante al de Dios, desde sus límites humanos.

El verdadero amor

Me gusta saberme amado. Me gusta amarme. Y me gusta amar a los demás como Jesús me ama. Sin criticar, sin condenar, sin herir. Con mansedumbre, con humildad.

El amor implica renuncia y sacrificio. No todo es fiesta y pasarlo bien. Ni todo es bueno. No sólo hay risas.

Hay momentos de dolor y de cruz. y el amor se aferra a la cruz de la persona amada para no dejarla caer.

El amor significa cuidar a quien Dios pone en mi camino. Con mi vida, con mi tiempo, con mis ilusiones, con mis sueños.

Supone amarlo aunque implique que deje de vivir algunos sueños que eran solo míos, algunos éxitos que quería lograr cuando estaba solo, sin responsabilidades, sin compromisos asumidos.

El distintivo de los cristianos

Cuando amo cambia todo. Dejo de pensar en mí para pensar en el otro. Dejo de estar centrado en mis gustos y deseos para dar prioridad a los gustos y deseos del otro.

Seguirá siendo una prioridad amarme bien pero sólo para lograr amar mejor a quien camina conmigo.

Quiero amar como Jesús me ama y que el signo por el que los demás noten que soy de Cristo sea mi forma de amar.

¿Acaso los que no creen no aman a quienes les aman? Sí, seguro que sí, pero mi manera de amar tendrá que ser más grande, más libre, más radical, más honda.

Tendré que amar de tal manera que mi vida personal pase a un segundo plano. Que mi renuncia tenga valor de cielo. Y mi forma de decir te quiero logre cambiar el mundo.

Que ame a quien no me ama y perdone siempre. Que dé todo cuando me quiten algo. Y acoja al que no me acoge. Así verán a quién le pertenezco.

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