"Mi problema es que no tengo fe en mí mismo". La epidemia de baja autoestima golpea a las escuelas regularmente. Ocurre dos o tres veces al año, y alcanza su punto máximo en los momentos de las evaluaciones más temidas: exámenes, pruebas y tareas.
Y los síntomas persisten, o a veces empeoran, en los terrenos inciertos de la educación superior. ¿Es esto algo que se puede subestimar? ¿Qué podemos decir a los que se acercan a un examen con un nudo en el estómago, a los que pierden el valor en cuanto son interrogados y a los que, con razón o sin ella, atribuyen todos sus fracasos a la falta de confianza en sí mismos?
El verdadero problema
Primero, dejemos de idolatrar la confianza en uno mismo. ¿Te extraña? Digo esto porque no es un problema. De hecho, es todo lo contrario lo que sí es grave. Quien nunca duda de sí mismo, nunca piensa en los riesgos que corre y está convencido de que nunca se equivocará; tiene un problema y es peligroso para sí mismo y para los demás.
Considerar el fracaso como una posibilidad es ante todo una señal de claridad. Reconocer que puede estar mal porque ya pasó y puede volver a pasar es una forma de humildad que hace posible el progreso.
Cambiar la perspectiva
Pasemos a los temas que vale la pena abordar porque encierran la posibilidad de una solución. Preguntémonos en quién confiamos. ¿Quiénes son las personas en las que podemos confiar, que nos apoyan con un gesto, una mirada, una palabra que nos hace sentir bien? ¿A quién podemos acudir si las cosas no salen según lo planeado?
Esta es una buena razón para tener fe en el futuro, y todos aquellos que nos dieron su amor, su tiempo y su energía cuando éramos más vulnerables, casi inútiles, son prueba de que nuestro valor es grande, y que es incondicional: esto es lo que refuerza una autoestima sana y objetiva.
Confiable
Aquellos que dudan de sí mismos deben entonces preguntarse: "¿Quién confía en mí?". Todas las personas que nos han confiado la realización de un proyecto, que nos han pedido un servicio una o dos veces, han visto motivos para confiar en nosotros. Encontraron cualidades objetivas, confiaron en nuestras capacidades, incluso nos confiaron a sus hijos, ¡su bien más preciado! Es una señal de que somos dignos de confianza.
Todo esto nos enseña que cuando nuestros hijos se quejan de falta de confianza en sí mismos, un cambio de perspectiva es más útil que palabras de aliento. En lugar de simplemente instar a los niños a mirar positivamente hacia el futuro, lo que hacemos casi intuitivamente, también debemos alentarlos a reconsiderar el pasado. Esto es lo que se llama anamnesis: releer nuestras experiencias pasadas, aprovechar los éxitos propios para mirar al futuro con confianza. Este período de entrega a la interioridad es una fuente beneficiosa de confianza no solo en nosotros mismos, sino en todo lo que la vida tiene para ofrecer.