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Viudo, con dos pares de gemelas bebés: así vive Carlos

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Carlos David Salazar con sus cuatro hijas.

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Lucía Chamat - publicado el 23/03/22
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¿Cómo seguir adelante con la vida cuando ha muerto tu esposa y mejor amiga? ¿Cómo criar solo a dos pares de gemelas: las pequeñas de un día y las otras de tan solo 18 meses?

Para Carlos David Salazar Jaramillo la respuesta está en Dios. “Humanamente es imposible, pero Dios me ha permitido ver desde la fe y espiritualmente puedo decir que todo ha sido una bendición”.

El 10 de marzo de 2016, hace seis años, nacieron María Camila y María Elisa. El 20 de septiembre de 2017 llegaron Laura y Alejandra. Un día después falleció Carolina, su mamá.

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Carlos es un hombre de 45 años a quien la muerte de su papá, hace más de 15 años, lo hizo reflexionar sobre la vida. Tuvo un fuerte llamado a los caminos del Señor y desde entonces hace parte del movimiento católico Civitas Orationis, con el que ha crecido en la fe.

No ha sido fácil, pero Carlos ha podido educar a sus hijas gracias, también, a muchos ángeles ‘de carne y hueso’ que le han ayudado a superar el duelo y cuidar de las cuatro pequeñas con las que vive en Rionegro (Antioquía), cerca de la ciudad colombiana de Medellín.

Cuando le preguntan cómo lo logra, dice que es más fácil criar cuatro al tiempo que uno, porque se divierten juntas. “Además, tengo un equipo muy bueno: yo soy la cabeza; mi mamá, doña Fabiola, es la vicepresidenta, y contamos con Liliana, quien trabaja con nosotros desde hace varios años”, relató en diálogo con Aleteia.

Una boda relámpago y una luna de miel diferente

Carlos se casó con Carolina Morales en septiembre de 2014, después de siete años en los que se alejaban y volvían a encontrarse. “Es una historia bonita. A mediados de 2014 yo me graduaba en la reserva naval y le pedí a mi mejor amigo que me acompañara. Él me dijo que si no iba Carolina él no iría, que era una mujer muy valiosa y yo estaba perdiendo el tiempo. Me sorprendí porque sentí que era Dios hablando a través de mi amigo”.

Un mes después se casaron. Una boda relámpago seguida de una luna de miel atípica: viajaron a Pamplona (España) donde hicieron un par de cursos sobre formación de familia en la Universidad de Navarra. Estaban viviendo un buen momento de sus vidas: ella trabajaba como ingeniera química y él para una empresa que representaba compañías coreanas del sector defensa.

En marzo de 2015 perdieron su primer bebé, a las ocho semanas de gestación. Una prueba difícil porque ellos estaban dispuestos a educar a los hijos que Dios les diera. Tres meses después volvieron a quedar en embarazo.

Un día, mientras daba gracias frente al Santísimo, Carolina sintió en su corazón que eran dos niños y escogieron los nombres de Eduardo y Gregorio. Sin embargo, la segunda ecografía les aclaró que serían niñas, a las que decidieron llamar María Camila y María Elisa. Querían que las niñas llevaran el nombre de la Virgen.

Las primeras semanas de crianza fueron difíciles pero pronto fueron descubriendo cómo hacer más fácil el cuidado de gemelos. Aunque estaban abiertos a la vida, en sus planes no estaba otro bebé en el corto plazo, sin embargo Dios les tenía preparado otro embarazo, cuando las niñas tenían solamente nueve meses.

“Yo sentí que Dios nos llevaba a toda velocidad y cuando ella falleció até cabos… El Señor quería que le metiéramos prisa a esto porque Él sabía que Caro no iba a durar mucho”, recuerda Carlos, quien asumió su apostolado para ayudar a otros.

Más adelante, el médico les dio una noticia que no esperaban: venían dos bebés en camino. La explicación: la fuerte herencia genética de gemelos en ambas familias y, por supuesto, la voluntad de Dios.

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Cuando supo que el nacimiento sería en septiembre, Carlos le pidió a Dios que fuera el 20, día de los Santos Mártires de Corea, a quienes tiene especial devoción, además de su admiración por ese país. Dios se lo concedió y hoy las pequeñas tienen 103 patronos, ¡un gran ejército de intercesores!

“Dios mío, me abandono en tus manos”

Durante el parto, Carolina pudo tomar en sus brazos a Alejandra, porque Laura necesitó oxígeno y no pudo pasar inmediatamente con su mamá. A los pocos minutos, Carlos se dio cuenta de que su esposa había dejado de hablar y los médicos le dijeron que acababa de entrar en paro.

“Yo pensé que sería una reacción a la anestesia y me quedé haciendo oración. A los pocos minutos empezó un sangrado incontrolable y debí salir. Así empezaron 12 horas en las que cerca de 20 especialistas hicieron lo humanamente posible por salvar a mi esposa. El diagnóstico fue tromboembolismo cardiopulmonar por líquido amniótico, algo que casi nunca ocurre”.

Inmediatamente empezaron cadenas de oración en varios países, los miembros de Civitas, hermanos evangélicos, una amiga musulmana… En horas de la noche, un amigo lo llamó y le dijo que el Señor le mostró en oración que debían dejar de pedir sanación y empezar a clamar que se cumpliera la voluntad de Dios.

Durante esas largas horas de angustia se hizo todo con los medios humanos y espirituales posibles, mientras él repetía sin cansancio: “Dios mío, me abandono en tus manos”. Cuando los médicos le dijeron que no había más que hacer, Carlos supo que tenía que despedirse.

“La tomé de la mano, le canté al oído, le pedí perdón, la perdoné por cualquier diferencia que hubiéramos tenido. Hicimos oración mientras apagaban la máquina a la que Caro estaba conectada y, como en las películas, los signos vitales empezaron a bajar. En esos últimos minutos de vida pasó algo maravilloso: cuando le decía “mi amor, las niñas y yo vamos a estar bien” o le apretaba la mano, la línea que marcaba el corazón subía un poco”.

Él no fue consciente de la fuerza que tuvo para resistir un dolor tan fuerte, inclusive para consolar al cirujano que lloraba o para abrazar al personal médico y agradecerles lo que hicieron por su esposa. También tuvo que pedir a la pediatra que atendía a sus hijas que, aunque no lo necesitara, dejara a Alejandra junto a su hermanita en cuidados intensivos neonatales, porque él no podía cuidarla en una habitación.

Doce días después, las bebés llegaron a su casa, donde sus hermanitas mayores ya sabían que su mamá “se había ido al Cielo”. La situación no era fácil y sus recursos no eran suficientes, pero gracias a un fondo de donaciones que abrió una prima de su esposa pudo contar con el servicio de niñeras especializadas durante 18 meses.

Desde entonces, Dios ha dado provisiones abundantes a la familia: les donaron pañales, leche, productos de aseo, ropa, coches, cunas y juguetes, tantos que alcanzan para otros niños. “Estoy convencido de que no debo atesorar con avaricia y por eso comparto con otros. Más me demoraba en vaciar el garaje que Dios en volverlo a llenar”.

“Dios la tiene trabajando por nosotros”

Carlos debió renunciar al trabajo e impulsar el negocio independiente que tenía, para disponer de más tiempo para sus cuatro hijas. Sin duda hay momentos realmente tristes, pero él sabe que debe ser humilde y siempre estar con Dios.

A pesar de los momentos difíciles las niñas han ido creciendo en medio del amor. Entre todas se cuidan y pelean como todos los hermanos pero a los pocos minutos son las mejores amigas. Ya van definiendo sus personalidades y manifestando sus gustos. “No las estoy criando al por mayor y por eso dedico tiempo de calidad para cada una, como las noches de padre e hija, un día a la semana salgo solo con una de ellas para compartir momentos propios”.

Inclusive han llegado a decirle a la abuelita que necesitan que su papá consiga una novia para tener otra mamá. Hablan de tener un hermanito y una hermanita. A eso, Carlos responde que si llega una verdadera mujer de Dios, una verdadera mamá para sus hijas, entendería que es el plan divino para su familia. 

En estos cuatro años y medio, el dolor de la pérdida sigue. Pero ya está asumido desde la fe y atenuado con la mejor terapia: contar su testimonio y ayudar a otros. Perdió la cuenta de cuántos ha dado, pero se acuerda de muchos. Especialmente, aquel en el que comprobó que Dios tiene a Carolina trabajando por ellos.

“Me invitaron a un encuentro de líderes de 40 Días por la Vida, a donde fui con mis cuatro hijas. Al terminar, una de las organizadoras nos invitó a almorzar y me preguntó dónde estaba la señora que había llegado con nosotros. ¿Cuál señora?, le dije. La que se quedó en la puerta, la que sonreía y asentía durante la charla, me respondió. En medio de la sorpresa le mostré una foto de Carolina y me aseguró que era ella la señora y estuvo siempre ahí. No dudo que nos está protegiendo desde el Cielo”.  

Puedes seguir la vida de Carlos en el perfil de Instagram Las gemelas fantásticas.

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