Siempre quise escribir una novela. ¿Por qué? Porque me gusta escribir, y porque me he ido de vacaciones, al menos una vez al año, a la casa de los March en Concord, o a disfrutar un fin de semana en Pemberley. Y, todos los años, me quedo con la sensación de haber aprendido algo nuevo en ese viaje tan conocido a través de “Mujercitas” o de “Orgullo y prejuicio”. O, quizás, la razón más importante sea que vivo con una media de siete adolescentes, todos los días y con todos los conflictos, lágrimas, gritos y risas que ello conlleva.
Esto último es lo que me ha hecho darme cuenta de que escribir, comentar, reflexionar, sobre otras personas delante del interesado, es la forma más rápida de que tus consejos y recomendaciones lleguen a buen puerto. Es la manera más directa de llegar a los adolescentes.
Así que, si convives con adolescentes, no pierdas la oportunidad de leer, comentar y ver películas y series con ellos. Podrás comentar lo bueno o lo malo de una acción, y el por qué. Argumenta muy bien en esos momentos. Serán tus minutos de gloria para amueblar esas cabezas maravillosas. Serán los tiempos mejor aprovechados para darles formación.
Es mucho más fácil transmitir una idea, enseñar lo bueno de una forma de comportarse, de obrar, si la ven reflejada en los demás. A todos nos ha pasado o hemos vivido cómo se ven las cosas desde fuera. Cuando no tenemos encima la nube negra, cuando nos situamos con una perspectiva alejada del problema, todo parece más sencillo de resolver. Sobre todo, porque cuando no es tu problema, no interviene la soberbia, el miedo, el empecinamiento… Elementos que empañan bastante la realidad y nos dejan sin ver, sin oír, sin entender, sin capacidad de reflexionar.
Cuando vemos las vidas de otras personas
Sin embargo, cuando leemos o vemos otras vidas, en las mismas dificultades, estamos abiertos a escuchar qué consejos o recomendaciones dan otras personas. Y si nos convencen, nos apropiamos de ellas, utilizándolas para resolver el conflicto de nuestras vidas si se diese la ocasión.
Por ejemplo, un padre no quiere permitir que su hijo acepte un trabajo donde le contratan con unas condiciones miserables. El choque frontal con el hijo, que sólo piensa que esa pequeña retribución le viene bien para sus caprichos, está asegurado. Si, por el contrario, viendo una película, se da el mismo caso con el protagonista, el hijo escuchará lo que opine su padre sin coraza, sin defensa, sin acritud. Escuchará abierto a valorar, sin “posicionamiento de oposición”, todas las argumentaciones que le dé su padre al protagonista de la historia: el abuso por parte del empresario, la pérdida de tiempo, etc. Y, si son buenas, las adoptará como propias y hasta puede que se las aplique.
Otra cosa que hay que hacer cuando vemos, leemos, comentamos con ellos, es escuchar. Escuchar todo lo que se les pasa por la cabeza con total libertad. Cuando esto suceda, puedes verte en dos escenarios: algunas veces sus reflexiones te sorprenderán y te llenarán de orgullo y tranquilidad; y, otras veces, también te sorprenderán pero te asustarán, pues te darás cuenta de que no entienden ideas, conceptos, que tú pensabas que estaban asentados desde hace mucho tiempo. Y todo es bueno: en el primer caso, porque nos indica que vamos en la buena dirección, y, en el segundo, porque es mejor caer en la cuenta de que no hay levadura con tiempo para reponer, que justo cuando la necesitas para hacer un bizcocho. Conocer a tu hijo siempre es bueno, aunque duela.
En las conversaciones, tertulias, sobremesas, surgen auténticas cátedras de vida, y se siembra cuando menos te lo esperas. El niño de siete años está entendiendo y asumiendo, aunque parezca distraído, las razones por las que un padre no deja ir a la fiesta del sábado por la noche a su hermana de diecisiete. Cuando él tenga diecisiete, protestará igual que su hermana… Pero ya sabrá que el amor, para ser amor, conlleva protección. Lo sabe desde los siete años, desde que él también deseó que su hermana no fuera a esa fiesta.
Así que, yo creo que, si nos tuviésemos que quedar con una idea sobre la comunicación con adolescentes, diremos que: “Es más fácil alrededor de la mesa, y hablar de otros, si quieres que lo entiendan ellos”. ¡Uppss! No sé dónde lo habremos visto antes… Creo que, hace unos dos mil años, alguien en Jerusalén ya hacía lo mismo. Y no dejo de sorprenderme cuando, después de muchas vueltas, siempre llegamos a lo que Él ya había hecho antes. Por cierto, sigo peleándome con la novela. Ahora ya sabéis por qué. Why not?