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Orar todo el día: Cómo vivir con la paz de estar siempre con Dios

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 16/03/22
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Rezar, buscarlo, descansar en su presencia... ojalá pasara todo el día cerca de Dios buscando su silencio, su paz, su gracia

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La oración nunca es una obligación sino más bien una necesidad. Así suele ser.

Pero a menudo pienso que tengo que rezar, que debo hacerlo. Que si rezo Dios va a estar contento aplaudiendo por mi generosidad.

Es como el diálogo con las personas a las que amo. No es una obligación. Es una necesidad para que la relación crezca y madure.

Necesito hablar más con la persona amada. Entregarle la vida, darme por entero. Hacerlo con palabras siempre ayuda. Decir te quiero a quien amo no es obligatorio, pero ayuda.

No es obligatorio contarle mis cosas a quien me ama y espera, si no lo hago tal vez no puedan exigírmelo, así como nunca puedo exigir la confianza.

Pero si abro mi corazón y entrego lo que llevo dentro todo es más fácil, el amor se hace más hondo.

Un amor en el que hay comunicación se mantiene vivo, fresco, crece. Lo mismo pasa con la oración.

Rezar ayuda a guardar su presencia

Rezar es un diálogo en el que escucho y hablo. Es una conversación en la que hago silencio para escuchar a Dios y le cuento todas mis penas, mis problemas, mis preocupaciones y doy gracias. Es el camino que quiero recorrer.

Rezar con intensidad es tener a Dios presente todos los días de mi vida, en todo momento. Es esa presencia que no se va de mi alma.

Y yo tampoco me alejo perdiéndome en el mundo. Estoy presente, captando la realidad y descubriendo la caricia de Dios en todo lo que vivo.

Cuando la oración se vuelve necesaria en mi vida es cuando he hecho un gran avance. Cuando necesito guardar silencio y desconectar de todos esos ruidos que me quitan la paz.

Silencio, escucha

Orar es estar en silencio ante Dios, contemplando sus pasos en mi vida. Es mirar mi presente, mi pasado, buscando sus huellas.

Orar es alabar con cantos que brotan del alma, con sonidos inefables Dios intenta tocar mi corazón.

Orar es dejar que la Palabra de Dios penetre mis entrañas y me muestre su querer.

En muchas ocasiones no sabré lo que Dios espera de mí. No sabré si lo estoy haciendo bien en los trabajos, en la familia, en mi vida personal.

Tendré que tomar decisiones, tomar opciones, elegir. Lo haré bien o mal, depende.

Nunca estaré totalmente seguro de si estoy en el camino que Dios desea. A veces sólo escucharé el silencio, y no habrá más señales.

Y me quedaré contemplando la naturaleza pidiendo la paz. Porque rezar me da paz, me da alegría, calma mi stress, centra mis pasos.

Orar no es obligatorio

Orar es una necesidad, no es obligatorio. Como no es obligatorio ser generoso y magnánimo.

En el amor no hay medida, tampoco en la oración. Nadie me dice cuánto hay que rezar.

Cuando no rezo el alma se empobrece. Cuanto menos cuido la oración menos la necesito. Así como cuando menos hago deporte menos lo busco.

El amor que no se cuida pide poco. Se va apagando en el silencio de la falta de diálogo y cuidado del amor.

Santa Teresa pasó muchos años viviendo en la sequedad, lejos de Dios estando consagrada a Él:

Se hallaba seca por dentro, sin una fuerte vida interior.

¿Cómo está mi vida de oración?

Al comenzar la cuaresma me pregunto cómo es la salud de mi vida de oración. ¿Es intensa

¿Agradezco a Dios por todo lo que tengo, por lo que me ha dado para vivir en su presencia? Agradecer es el fruto de un corazón unido a Jesús.

Me gustaría caminar con Jesús durante esta cuaresma, de su mano. Caminar a su lado es rezar, buscarlo, descansar en su presencia.

Es así como me gustaría vivir en estos días. Sin hacer ostentación. Orar en el silencio de mi cuarto, en lo oculto de mi corazón.

No necesito contar todo lo que hago ni siquiera llevar cuentas. Ojalá pasara todo el día cerca de Dios buscando su silencio, su paz, su gracia.

No está más contento Dios conmigo cuando le hago mucho caso. Él siempre espera a la puerta de mi corazón a que salga y vaya a buscarlo.

Cuidar lo que me ayuda a conectar con Dios

Quisiera cuidar más esos lugares de oración en los que puedo descansar. Esa capilla que me invita a rezar, el santuario, esa ermita de María donde Ella me espera, mi santuario hogar, el santuario de mi corazón.

La cuaresma es una invitación a ir al desierto y subir al monte. Buscar la soledad para estar conmigo mismo, con Dios, con María.

En ese encuentro diario podré dejar que mi vida pase ante los ojos de Dios. Entregaré mis penas y dolores, mis miedos y mis angustias.

Dios los tomará en sus manos y me librará de todo lo que me pesa y angustia.

La cuaresma es dejar que su amor golpee mi puerta y me haga descansar. Su presencia me llenará de alegría.

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