Salvador recorre las calles de la ciudad de Guadalajara (Jalisco, México) en su taxi, entre el denso tráfico. Va llevando pasajeros de un lado a otro por la gran urbe. Los pasajeros se sorprenden que un chueco y con parálisis sea su chófer, algunos se resisten, a otros más no les importa el semblante de este héroe, otros más llevan prisa y suben rápidamente al taxi de Chavita. Quedan impactados de la pericia con la que conduce.
Esta es la historia de superación de un ser humano que nació un poco diferente, un poco chueco pero con un corazón recto, derecho por su gran e impecable honestidad y con un alma llena de esperanza. Esta es la historia de superación de Salvador Ignacio Sigala, que mantiene a su esposa, a su hija y nieta, es escritor y tiene la base de sus sueños…
Lety y Chava, muchas gracias por concedernos esta entrevista para Aleteia. Lety, ¿puedes decirnos tu nombre completo y el de tu esposo?
LETICIA: Mi esposo es Salvador Ignacio Sigala González, y yo me llamo María Leticia Rodríguez Álvarez de Sigala.
¿Cómo es que ustedes dos llegaron a conocerse?
LETICIA: Nosotros nos conocimos hace 27 años en un asociación donde él manejaba una de las camionetas que nos movían a nuestras casas y a la asociación; ahí empezamos a conocernos. Más tarde me platicó que él se fijaba en mí, pero yo no me daba cuenta.
Después él se cambió a la camioneta que me movía a mí, y ahí empezamos a convivir. Yo lo acompañaba a llevar a los compañeros; y al final me llevaba a mí para quedarse un ratito en mi casa, y así empezamos la amistad.
Piuedes ver aquí las fotografías de Salvador y Leticia:
Veo que ustedes son personas con capacidades especiales. Platícanos un poco sobre la condición que tiene Salvador, tu esposo; y también sobre tu propia condición.
LETICIA: Mi esposo tiene parálisis cerebral; él nació así, y esta discapacidad le afectó a su sistema motor, lo que le dificulta caminar y hablar. Él ahorita tiene 52 años.
Yo nací con espina bífida, lo que me afectó a mis piernas y a mi vejiga, pues tengo incontinencia. Y, bendito Dios, aquí estamos, luchando cada día para salir adelante.
Lety, ¿cómo es posible enamorarse de alguien como Salvador, que, por ser discapacitado, para el mundo no es fácil imaginarlo como un esposo que te pueda mantener, alguien con quien tener hijos? ¿Cómo puedes explicar esto?
LETICIA: Es una experiencia tan hermosa que cuando nos conocimos fue un amor que Dios nos dio, que nos flechó; Dios nos dio este amor increíble.
Nosotros vivimos siempre una vida normal; por ejemplo, vivimos un noviazgo de casi 2 años en el que nos conocimos bien. Y después la gente ya estaba más bien preocupada de que si nos íbamos a casar cómo le íbamos a hacer.
Cuando lo conocí yo me enamoré, y pues nos casamos. Yo me casé con un amor de quinceañera, muy enamorada. Mi esposo me enamoró con todos sus detalles; vivimos un año y ocho meses de noviazgo, y nos casamos el 2 de diciembre de 1995. Así que, bendito Dios, el pasado mes de diciembre cumplimos 25 años de casados.
¿Cómo se enamora una mujer de un hombre con parálisis cerebral, que también tiene dificultad al hablar? ¿Cómo te enamoraste de él, y cómo él te enamoró?
LETICIA: Poco a poco, como era mi sueño. Yo siempre decía: “Yo quiero conocer a un hombre que me vaya enamorando poco a poco, que no llegue tan bruscamente, que lentamente me vaya enamorando con sus detalles y con su forma de ser”.
Entonces todo eso me enamoró de él; que nos fuimos tratando, nos fuimos conociendo. Sus detalles y su forma de darse a los demás me fascinaba, me encantaba; si alguien lo ocupaba en algo, él estaba siempre al pendiente. Y eso me enamoró, dije: “¡Eso es hermoso!”.
¿Salvador es ingeniero?
LETICIA: Después de hacerle tantos ejercicios desde que nació y hasta su adolescencia, él a los 8 años de edad empezó a caminar y lo llevaron al kínder; a los 11 años salió del kínder y estudió la primaria, luego la secundaria, y después ingresó al Conalep, donde se graduó como técnico profesional en refrigeración y aire acondicionado.
SALVADOR: Pero un compañero, que igual que yo es técnico profesional, se puso “ingeniero”, y me burlé de él: “¡A poco eres ingeniero! ¡Somos técnicos! Pero si tú eres ingeniero, entonces yo también soy ingeniero”.
Lety y Salvador, ¿por qué el lema: “Para el hombre de fe no hay imposibles”?
SALVADOR: A mí me gustó mucho esa frase hace unos 40 años, en un curso que tomé de superación personal. Y esa frase me movió, me movió mucho; y lo he comprobado: para el hombre de fe no hay imposibles. Tú, si quieres hacer algo, ponle un poquito de fe y se hace. Es como dice en la Biblia: si tu fe fuera como un granito de mostaza, harías cualquier cosa.
Chavita, ¿por qué no reniegas de Dios por tu condición?
SALVADOR: Sí renegué un día. Ese día fui a quejarme con Dios y le dije: “Señor, ¿por qué a mí? ¿Por qué yo? ¿No que eres tan grande y misericordioso?”. No me contestó. Me aleje de Él por un buen tiempo; anduve en otras cosas, aprendiendo.
Y, cuando volví, le hice la misma pregunta; cerré mis ojos, ¿cuánto tiempo pasó?, no lo sé; y me dijo: “Sí, te hice así para manifestar mi grandeza”. Abrí unos ojotes y le dije: ¡Ay, Señor! “¡Me dejaste peor! ¿Cómo que yo estoy chueco para manifestar tu grandeza? ¡No te entiendo!”. Me contestó: “Sí, te hice así para que todos tus hermanos vean todo lo que tienen, y que a veces no lo aprovechan, y que cuando vienen Conmigo, nomás vienen a pedir: Señor, dame salud, dame trabajo, cuida a mi familia”.
¿Y cuántas veces vas con Dios a decirle: “Señor, ¿en qué te sirvo?, ¿para qué soy bueno?”. ¿Cuántas? Yo, desde ese día y cada mañana, cuando subo a mi carro mientras que se calienta, platico con Dios: “Señor, ¿volveré? ¿Volveré a ver a mi esposa? ¿Volveré a ver a mi hija? ¿A mis nietos, a mi familia? No lo sé, Señor; solamente llévame a donde Tú me ocupes”.
Salvador, ¿cómo es ver el mundo desde tu capacidad distinta?
SALVADOR: Decirme “capacidad distinta” me ofende; dime “chueco”.
¿Para ti qué es un chueco?
SALVADOR: Un día a mi madre, cuando me llevaba a la escuela, le preguntaron: “¿Por qué lo saca? ¿Por qué lo lleva a la escuela?”. Mi agujeta estaba suelta, y mi mamá me sentó y me ordenó: “Amárrate esa agujeta”; por eso una señora le reclamó diciéndole que por qué me trataba así. Y mi mamá le contestó: “Señora, ese niño, de la nada, va a hacer algo”.
Para mí, chueco es “yo puedo”; estoy chueco y voy a salir adelante; ésa es una palabra que a mí me gustó y la tomé como bandera.
Dice mucha gente que lo que tengo es discapacidad. Pero yo trabajo, manejo un taxi, ¡un servicio público! Tengo una familia, tengo nietos. Ahora yo te pregunto: ¿Estoy discapacitado? ¡Oye, si yo trabajo y pago impuestos!
Tengo clientes que me hablan y voy por ellos; tengo de cliente a un mecánico, que a veces arregla computadoras; y cuando ya las arregló y necesita entregarlas y quiere algo segurísimo, a mí me habla. ¿Estoy discapacitado?, te pregunto. Según yo, estoy chueco.
Háblame de la “Base Chueca”, el sitio de taxis al que perteneces.
SALVADOR: Te cuento cómo nació “Radio Brigada Base Chueca”. Un día un amigo traía un taxi, y yo vi que tenía una radio de banda civil. Me llamaba la atención y le dije: “¿Qué hago? Yo quiero una radio como el tuyo”. Me dijo dónde comprarlo. Compré la radio y compré la antena, y me dio una hoja con números, en que cada número significaba algo, claves; por ejemplo, cuando decían 53 era una calle, el 20 significa “¿dónde estás?”. Se trata de hablarse en puras claves.
Entonces me las aprendí y empecé a hablar. Y yo le decía a la operadora qué pasaje traía y a dónde iba; pero con puras claves. El cliente no sabía lo que hablaba. Una vez me llegaron a amenazar con un cuchillo, y yo hablé con claves y llegaron mis compañeros a apoyarme; luego al agresor se lo llevaron en una patrulla.
LETICIA: Ya después mi esposo puso con su radio una base aquí, con antena en la azotea. Entonces no había celulares, y tuvo que registrarse para tener radio en casa. Cuando fue a hacerlo, le preguntaron ahí con qué nombre quería registrar su base; le faltaba un papel, y le dijeron que lo entregara al otro día, así que se vino pensando qué nombre ponerle a la base.
SALVADOR: Y en la tarde, ya que comí, mi esposa me acomodó en mis brazos a la niña, que tenía 3 meses de edad, y yo, viendo a mi hija, le decía: “¿Cómo te defiendo, cómo te defiendo? ¿Cómo te cuido?”. Porque yo sabía que más adelante, cuando ella fuera creciendo, podría tener problemas con sus amiguitas a causa de sus padres. Y dije: “Se va a llamar Radio Brigada Base Chueca”. Y ahí nació Base Chueca.
LETICIA: Le puso Base Chueca porque pensó que, en la medida que la niña fuera creciendo, lo hiciera escuchando la palabra “chueco”, para que a ella se le hiciera normal. Entonces nuestra hija siempre oyó la radio prendida, y escuchaba que los amigos de su papá le preguntaban con cariño: “Chueco, ¿dónde estás?”. Y así que ella fue escuchando como normal esa palabra, y eso fue para prepararla para cuando entrara a la escuela, y que no tuviera problemas con sus amiguitas, sino que viera esto muy normal cuando le preguntaran.
SALVADOR: Incluso yo llegué al taller de mi padre y a los trabajadores: “Cuando yo venga con mi hija, tírenme carrilla”, y me decían: “No, Chavita, cómo cree”. Pero les insistí: “Por favor. Y díganme Chueco”. Así que yo llegaba al taller con la niña, y ella escuchaba que me decían: “Chueco, ¿cómo estás?”, así que se le hizo muy normal.
Salvador, ahora platícanos de tu libro, titulado “Y tú... ¿De qué te quejas?”.
SALVADOR: Surgió por una broma que yo hice en plena FIL (la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México). Acababan de presentar un libro en el estrado, y pasaron un micrófono por si alguien quería decir algunas palabras; y por supuesto que yo no me iba a quedar con las ganas. Levanté la mano y me llevaron el micrófono. Entonces Adriana Corona me dijo: “¿Qué quiere, Chavita?”, y le contesté: “Yo quiero más adelante estar allá arriba”. Lo dije de broma; pero, cuando acabó todo, bajó el maestro Francisco González, me dio un abrazo y me dijo: “El otro año vas a estar arriba”. Le contesté: “No se crea. Fue puro cotorreo”, pero el maestro Francisco me dijo: “Ya hablaste, así que ahora empieza a escribir, Chava”. Y así quedó.
LETICIA: Esto fue en diciembre de hace tres años, y enseguida en enero le habló a mi esposo el maestro Francisco.
SALVADOR: Me dice: “Chava, ¿puedes venir?”. Así que fui y me preguntó qué llevaba ya escrito de mi libro. Y me dijo que le tenía que cumplir.
Yo sí escribía poemas, sí escribía. Pero nunca me imaginaba un libro. A mí me tocó despedir a mi generación del Conalep, para lo que escribí una carta que por ahí anda.
Pero le dije al maestro Francisco: “¿Qué hago?”, y él me contestó: “Tú nada más escribe tu vida. Tienes nada más 4 meses para hacerlo, porque yo ocupo tiempo para acomodarlo”. Y, gracias al maestro Francisco González soy escritor. Fue otra meta que nunca imaginé; estar en la Feria Internacional del Libro. Bendito Dios.
¿Por qué te interesaste en ser taxista, cómo es que pudiste aprender a manejar y cómo hiciste para obtener tu licencia de manejo?
SALVADOR: Yo, cuando salía de la escuela, tenía que ir a comer, tenía que cambiarme y tenía que irme al taller de laminado y pintura que pertenecía a mi papá. Lloviera, tronara o relampagueara yo tenía que hacer eso. Supuestamente yo cuidaba la bodega; yo acomodaba la herramienta, hacía mandados; y, antes de eso, hacía combustibles, vendía agua, pagaba la luz a los vecinos. Mi madre me dijo: “Mira, hijo, usted no va a estirar la mano. Si quiere, va a hacer mandados y va a cobrar”.
El sueño de mi mamá es que yo saliera adelante. Mi padre me daba lo de un trabajador en el taller, pero yo me sentía mal porque no lo desquitaba.
Yo, pues, hacía mandados, y cuando tenía que salir más lejos había un trabajador que me llevaba en un jeep; mi papá le decía: “Lleva a Chava al mandado”. Los sábados el trabajador le decía a mi papá: “Rey, ¿nos prestas el carro y nos llevamos a Chava?”. Y nos íbamos, y yo le decía: “Te disparo una caguama (una cerveza) y préstame el carro y dime cómo le hago”. Y el trabajador me pasaba al volante y me enseñaba a manejar ese vehículo estándar.
Ese carro tenía algo de particular, porque “en casa del herrero, azadón de palo”. Si te equivocabas en la palanca, se alteraban las velocidades, así que tenía que hacerlo con cuidado. Entonces así aprendí, y una tía también me enseñó. Y un amigo mío me enseñó a manejar en carretera; íbamos en la carretera a Melaque, y mi amigo se paró y me dijo: “Cámbiate al volante”. Le dije que no; era pura bajada y pura curva. Pero lo hice, y yo iba frenando; mi amigo me dijo: “Quita la pata del freno, que se van a calentar las balatas. Suelta el freno, no tengas miedo; si sientes que se te va el carro, baja una velocidad”. Así me enseñé.
Entonces fui a Tránsito y pasé todas las pruebas. Cuando fui a que me hicieran la prueba de la vista, un médico de Tránsito me dijo: “Tú no puedes manejar”. Le contesté: “¿Cómo que no, si ya pasé todas las pruebas? Me hicieron la de reconocimiento, me pusieron a manejar, me hicieron todo”. Y me dijo: “Ve por tu papá”.
LETICIA: Entonces Chava fue al taller de su papá a hablar con él; pero su papá aún no sabía que ya sabía manejar; tampoco lo sabían sus hermanos, nada más lo sabía su mamá.
SALVADOR: Entonces le dije: “Papá, ¿me acompañas?”. Y me dijo: “¿A dónde?”. Le contesté: “”A Tránsito. Voy a sacar mi licencia de manejo”. Mi papá me respondió: “¡Estás pendejo!”. Entonces les habló a mis hermanos y les preguntó cómo veían que yo quisiera manejar; y también mis hermanos me maltrataron. Entonces llamaron a mi madre, ella llegó y le dijeron: “Oye, que tu hijo quiere manejar”, y mi mamá les dijo: “Prefiero que mi hijo viva un año como él quiera a que esté encerrado toda su vida”. Y mi padre tuvo que doblar las manitas.
Llegamos a Tránsito, llegué con el médico y le dije: “Aquí está mi papá”. Me trajeron el carro y le dijo el médico a mi papá: “Dele a su hijo las llaves”. Mi papá exclamó: “¿Qué? ¿Se lo va a soltar?”. Le contestó: “Sí. Súbase usted también”, pero mi papá no quiso subirse. Pero el médico sí se subió y me dijo: “Llévame al centro”; mi papá le dijo que no lo hiciera, mas el médico le contestó: “No me interrumpa”.
Así que lo llevé al centro y, cuando regresamos a Tránsito, el médico dijo en la oficina: “Denle su licencia”. Y me preguntó qué quería, y le contesté que no quería licencia de automovilista sino licencia de chófer, y que no me pusieran ninguna traba en la licencia para que yo manejara sólo vehículo automóvil, pues yo manejaba automóvil estándar. Y me la dieron.
Después de eso agarré una camioneta de la asociación para hacer un trabajo social. Nunca cobré por ello. Entonces vi a Lety, pero le tocaba desplazarse en otra camioneta. Entonces me dije: “Esa chuequita es para mí”. Y sucedió que se quedó sin chófer la camioneta en la que se movía Lety. La camioneta que traía yo era más grande y estaba en mejores condiciones que la que transportaba a Lety; y yo dije: “Yo me voy a esa otra camioneta y poco a poco la voy arreglando, porque tengo un taller. Y así yo iba por Lety; yo iba al último a recogerla, y era a la primera a quien dejaba en su casa, pero luego cambié la ruta para que ella fuera a la última que dejaba en su domicilio.
LETICIA: Y él me llegaba a decir: “¿Me acompañas a la ruta?”, y le decía que sí, pero que yo tenía que estar antes de las 10:00 de regreso en la casa. Y sí, a las 9:30 ya estábamos en la casa.
Salvador, ¿qué les dirías a los que están pensando suicidarse, pero que lleguen a leer esta entrevista?
SALVADOR: ¡Facilito!, que me marquen y yo les cambio su cuerpo por el mío. Yo quiero caminar, yo quiero volver a jugar basquetbol; yo quiero correr, correr tras una pelota; comer una tostada de ceviche. Práctico, facilito: nomás que me marquen y que no se suiciden, nomás que me cambien su cuerpo.
Jóvenes; por favor, háblenme. Si eres tú uno de los que se quiere quitar la vida, o si quieres entrar a las drogas, echar a perder tu cuerpo con las drogas, no lo hagas, ¡háblame! Mejor cámbiame tu cuerpo.
LETICIA: Mi esposo come toda su comida licuada; por eso dice que si ellos pueden comer lo que quieran, por ejemplo una tostada, que lo valoren y lo agradezcan. Que descubran cada día lo que tienen para ser felices, y que luchen por disfrutar cada día y que le den gracias a Dios por todo lo que les da a diario.
SALVADOR: Joven que te quieres suicidar o meter a las drogas, te quiero hacer un reto: Supérame porque tú puedes más que yo. Y quiero que, un día que me encuentres, me digas: “Pinche Chueco, te superé. Que Dios te bendiga”.
Yo escribo con la mano. ¿Tú cómo lo haces, Chavita?
SALVADOR: Cuando yo escribo, sólo Dios y yo nos entendemos; y a veces nomás Dios. ¿Cómo escribí, cómo estudié? En ese tiempo no había computadoras, no había internet. Yo compraba papel pasante y le pedía a mis compañeros que me dejaran poner una hoja para que lo que ellos escribían a mí me quedara una copia. ¿Cómo fueron mis exámenes? Orales. ¡Nunca pude copiar!
LETICIA: Salvador no puede escribir por su condición. Por eso, para escribir su libro, fue con un amigo.
SALVADOR: Él estudió computación, así que fui con él y le dije: “Oye, quiero que cuando yo hable se escriba en la computadora”. Yo llevaba mi laptop, y él me dijo que comprara una diadema con micrófono. Entonces regresé con la diadema, y él programó todo. Cuando él se ponía la diadema y hablaba, se escribía todo en la computadora. Entonces me la puse yo.
LETICIA: Mi esposo empezó a hablar para que se escribiera, pero la computadora le contestó: “¿Qué dijo?”. Así que ni la computadora le entendió. Y entonces con un dedito mi esposo se puso a escribir.
Chava, ¿puedes indicarnos tus redes sociales para que se puedan comunicar contigo?
SALVADOR: Mi Facebook es salvador.sigalagonzalez.7
¿Y tu libro dónde lo podemos conseguir?
SALVADOR: Está en Amazon.
Por último, ¿nos puedes contar alguna anécdota en tu vida de taxista?
SALVADOR: Una vez yo ya tenía hora y media dando vueltas con el taxi, y no agarraba pasaje. Me dije: “Ya me voy, me voy a ir a comer”. En eso me paró una señora para que la llevara. Yo traía mi radio prendida, escuchando cumbias. Por cierto, yo escribí una canción, nada más que me la ganaron; la grabó otra persona, pero yo la compuse y se hizo famosa: “El Chacarrón”, y digo que es mía porque nada más gritan: “¡Aaah, aaah!”.
Entonces, cuando se subió la señora me dijo a dónde iba, y enseguida yo subí un poco el volumen del radio otra vez. Yo iba muy contento manejando, escuchando la música. Pero miro por el espejo retrovisor y la señora iba llorando. Y, discretamente, le fui bajando al volumen del radio. Cuando llegamos a su destino, le dije: “Señora, con todo respeto, ¿qué tiene usted?”. Y ella me dijo: “Es que media cuadra antes de que abordara tu taxi, yo me quejé con Dios porque me pegó una parálisis facial”. Si ella no me lo dice, no me doy cuenta, porque ella ya se veía bien de su cara.
Me dijo la señora que antes que yo llegara, ella se quejó diciéndole a Dios: “¿Por qué me castigas? ¿Por qué me das esa enfermedad? ¿Qué Te hice?”. Se había estado quejando mucho, y lo último que le dijo a Dios fue: “¡Contéstame! ¡Si existes, contéstame!”.
Y ya cuando la señora se subió a mi taxi, ella sintió que en ese momento Dios le contestó, y por eso empezó a llorar. Así que cuando ya se bajó del carro, iba muy tranquila porque sintió que Dios le respondió.
Y, como esta, tengo muchas otras anécdotas.