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Normalmente, en agosto tenemos a nuestros hijos de vuelta en casa, tras recogerlos de los campamentos, colonias o convivencias, como auténticos combatientes.
Y, la verdad, es que lo son, pues han vencido en pequeñas o grandes batallas durante los días que han estado inmersos en una vida completamente distinta a la habitual, dejando su zona de confort, su casa, sus amigos, sus rutinas… Todo ello, hace que esos días dejen una huella muy intensa en sus almas.
Algo que podemos constatar muy a menudo al regresar de estas actividades, es lo mucho que cuesta volver a la vida precampamento.
Durante los primeros días, parece que están con el pie cambiado, sin reconocer las rutinas y formas habituales de su casa, y sin acomodarse a ellas.
No es que el campamento les haya sentado mal, es que son unos días tan intensos, que provocan una especie de jet lag. Hemos de tener paciencia. Se reencontrarán con su vida, y será entonces cuando podremos valorar los beneficios de esa experiencia.
Algo que también se nota, cuando no hay más niños que el combatiente en la familia, es el hueco que deja en casa el pequeño excursionista.
Aprovecha, sécate las lágrimas, y recuerda todos esos planes que tanto idealizabas cuando vuestros únicos compañeros eran los pañales y los biberones. No dejes que te invada la morriña.
Rellena los días con planes que serían impensables con peques. No hay nada mejor para tu pequeño que una madre feliz. Tengas más o menos niños, los campamentos son entrenamientos paternos para ir soltando amarras (para esto no han descubierto todavía la anestesia epidural).
Un aspecto positivo de estos días en los hogares más numerosos es que, cuando un miembro de la familia está fuera, se produce un reajuste en el escalafón. Y ello impulsa a que, alguno más pequeño, adquiera más responsabilidad, y haga lo que siempre hacía el hermano ausente. Adaptarse a las nuevas circunstancias les ayuda a crecer.
También suelen surgir, en estas ocasiones, alianzas que te sorprenderán entre hermanos que parecían irreconciliables. Ante el hueco que deja un hermano, otros dos se redescubren jugando durante horas como si estuvieran estrenando un juguete, o estrenando un hermano.
Si el campamento elegido tiene además el plus de que les habla de su mejor Amigo, el de toda la vida, de su Madre…, los beneficios se disparan. Normalmente, cuando los niños van a ese tipo de campamentos es porque sus padres ya le han hablado de Jesús, pero esos días lo viven, lo redescubren, con mayor intensidad.
En los momentos que echen de menos a su familia, Él los abrazará; cuando necesiten una mano cariñosa que les haga una caricia, tendrán a su otra Madre presente. Tu hijo forjará solito, sin tu intervención, un vínculo más fuerte y duradero con los tres: con Jesús, con María y con José.