Ciertamente no se puede decir que enfermeros y médicos desconozcan la importancia del distanciamiento social o más bien de la protección personal para reducir el riesgo de contagio por Covid-19.
Lo saben muy bien, pero también recuerdan cómo la cercanía moral y el contacto suelen ser decisivos para la recuperación de una persona.
Si el sujeto en cuestión es un bebé de solo 7 meses, entonces las personas a las que hay que cuidar y consolar son al menos tres: bebé, mamá y papá.
Maldito virus que impone una de las separaciones más antinaturales y odiosas (y quizás no siempre necesarias), la que existe entre una madre y su pequeño hijo, que corre peligro de muerte.
Esto es lo que le pasó a Roberta Ferrante, madre del pequeño Matteo Maurizio Pinti. Todo empezó el pasado 3 de marzo, cuenta ella misma a Il Resto del Carlino y acabó, gracias a Dios, de la mejor forma posible con la reciente recuperación del niño que finalmente ha vuelto a casa.
Roberta se sintió incomoda cuando el personal médico, en el momento de la intervención, se enfocó solo en la positividad o no al coronavirus más nombrado de la historia (por ahora). No es difícil de entender: su hijo estaba sufriendo.
Sin embargo, cambió mucho de opinión sobre la calidad profesional y humana de los médicos y enfermeras que cuidaron a su bebé.
A las ocho de la noche el resultado: madre e hijo positivos. A Matteo se le diagnostica infección por Sars-CoV-2 con una complicación intestinal que afecta preferentemente a pacientes pediátricos.
A las dos de la madrugada se le realiza una ecografía de abdomen. Sus intestinos estaban al contrario, comentó su madre al periódico.
La agitación de la mujer crece en modo dramático: urgente debe obtener el consentimiento de su marido para permitir al cirujano que opere de inmediato.
El niño permaneció en la unidad de cuidados intensivos sin que su madre pudiera quedarse con él.
En los periódicos que informan sobre la noticia no se detalla el motivo pero, hablando con unos amigos médicos y algunas madres que saben lo que significa estar en una unidad de cuidados intensivos (aunque no sea Covid, que lo empeora todo), lo entendí.
Dada la complejidad de la sala, la fragilidad de los pacientes hospitalizados y la necesidad de que la madre se alejara al menos unos momentos para comer o descansar (siendo positiva, tenía que permanecer aislada), no fue posible tenerla cerca del niño durante los primeros días de recuperación. Una gran decepción, sin duda.
Son los propios trabajadores de la salud quienes saben muy bien de las privaciones importantes para ella y el niño.
Precisamente por eso los médicos y enfermeras han hecho todo lo posible no solo para curar al pequeño paciente, sino también para suplir con tanta humanidad la falta de contacto con su madre.
La foto que fue noticia es una imagen de esta humanidad.
La foto se les mostró a mamá y papá con el preciso propósito de tranquilizarlos. La mujer está encerrada con un mono blanco, cubierta hasta la cabeza. Lleva puestos unos guantes.
Pero los niños entienden las intenciones, reconocen el tono de la voz, leen los movimientos.
Por supuesto, no hay contacto piel con piel, pero es lo de menos. Vale más la protección de la vida por parte de la enfermera. Quien a su vez quizás es madre, esposa, hermana...
Los padres en casa sufrieron, pero también entendieron.
De hecho, en una carta al personal del departamento, su madre expresó su más sincero agradecimiento por la intervención que le salvó la vida y por la delicadeza de quienes en su ausencia hicieron -imposibles- reemplazos.
No hay comparación con la alegría de poder volver a tener a su lado su hijo, porque la madre es la madre y nadie es como ella cuando un niño sufre.