El Canto Gregoriano es –quizás- la forma más pura, sensible, intensa, devocional, espontánea y expresiva para dirigirse y seducir a una divinidad superiorDecía Nietzsche que Lutero tradujo la Biblia yendo al mercado. Lo hizo probablemente en un afán de desligar la liturgia del acto sacramental y así dar un amplio espacio a la palabra en todas sus aristas. Porque la Biblia es la palabra, sí, y cuando a ésta se hermana la música se convierte en algo mucho más fidedigno que invita a no ser tomado al pie de la letra, más bien a interpretarlo seriamente.
Como dice el Monseñor De Gregorio desde el cetro mayor del Pontificio Instituto de Música Sacra, es la acción quien hace que la música y el lugar sean sacros, y no al contrario. Es la melodía quien soporta el mensaje, y no al revés.
Sólo así, mediante esta especie de comunicación alterada y exaltada, es más fácil dirigirse a una divinidad superior. Porque la acción de cantar no es del todo natural, pero sí espontánea, seductiva, intensa, secular y devocional.
Una rapsodia virgen que declama con sutileza, estilo, pulmones y la mímica del corazón y el alma.
Repertorio en los Cantos Gregorianos
Hay algo de todo ese repertorio en los Cantos Gregorianos, desde sus inicios hasta día de hoy. “Es algo muy vasto, un proyecto estratificado con el paso de los siglos”, explica Luca Buzzavi, Director artístico de la Academia Coral Teleion (Lombardía).
“Se atribuyen tradicionalmente al papa Gregorio Magno, pero en realidad van en correlación con la unificación del Sacro Romano Imperio. Es el pensamiento más antiguo de la iglesia transmitido mediante el canto. Sus orígenes se remontan a la sinagoga judía, y se trata de la unión del canto romano con el galicano. Es auténtico, cantado a capela, sin ningún instrumento. Además, su objetivo no es crear una atmósfera sino la liturgia, las raíces profundas de la iglesia primitiva y tradicional”.
Un canto puro y, en definitiva, con una línea melódica única.
Un canto que no admite la polifonía pero sí la inconsciencia o el instinto sujeto a renglones perfectamente definidos e indisolubles. Una melodía inmortal que se renueva para dar precisamente un sentido al origen, a la tradición.
Auge Benedictino
Fue tras la caída del Imperio Romano de Occidente cuando los primeros misioneros cristianos exportaron el canto romano antiguo entrando así en contacto con el Galicano en Francia, el Ambrosiano en el norte de Italia, el Patriarquino en la frontera entre Austria y Hungría o el Beneventano en el sur del belpaese.
Una disgregación, un vergel de estilos que cobró un sentido único en Occidente (e incluso en medio Oriente gracias a las Cruzadas) en tiempos de Carlo Magno.
Lo hizo sin instrumentos; asociados a la magia y el esoterismo hasta entonces; y con la apología, la inflexibilidad de la palabra, el don divino de la voz convertida en melodías.
Así se gestaron unos Cantos Gregorianos que, pese a sufrir un freno en el siglo XI por la frescura de la polifonía, fueron rescatados a principios del XIX por los monjes Benedictinos, quienes restauraron sus notas para adaptar el ritmo. Un desarrollo para reinsertar el mensaje litúrgico; una necesidad de mutación por exigencia estilística y temporal…
Te puede interesar:
La grabación musical más larga: 7.000 horas de canto Gregoriano
El gregoriano tiene un poco de todos los cantos
Similar a la que tendría lugar muchas décadas después, tras el Concilio Vaticano II. “Fue una especie de fuga adelante para volver atrás y recuperar la autenticidad en esa búsqueda incesante e infinita hacia la pureza de unos orígenes que no se conocen en realidad.
Porque no hay un conocimiento científico de los cantos gregorianos, aunque en ocasiones queremos volver atrás y encontrarlo”, aclara Franco Piperno, profesor experto de música sacra en la Universidad Sapienza de Roma.
“Hoy es difícil diferenciar este canto del Litúrgico, del Anglosajón, Mozárabe o Ambrosiano. Tiene un poco de todos”.
“El gregoriano canta textos derivados de las sagradas escrituras o amplificadores de ese contexto. Su mensaje no es neutro porque se canta. Tiene carga emocional”.
“Por ejemplo… ¡Aleluya! Una palabra de herencia judía que transmite júbilo y fe. Es alabar a Dios con el alma”, asevera el demiurgo de estos himnos que unificaron escuelas y códices, estilos y ritos hasta convertirse en lo que son.
Unos cantos cuyas principales expresiones son la Salmodia, la Santa Misa, el Oficio Divino y los Recitativos Litúrgicos, donde destacan algunas colecciones importantes: Graduale Romanum y Liber Usualis. Mientras que el primero contiene cantos Propios (Comunión, Ofertorio, Gradual) y el Ordinario (Gloria, Credo, Agnus Dei…), el segundo es la forma extraordinaria de la Misa.
Reflexión existencial
Mucho se ha escrito sobre el canto y el rito romano, sobre el origen y tradición de una iglesia católica que, constantemente, cuestiona su identidad a cualquier nivel… Generando adeptos y disidentes a partes iguales.
“¿Cómo la Iglesia pretende recuperar lo que siempre y para siempre le perteneció? Hablar hoy de Cantos Gregorianos en el ámbito eclesiástico genera sospechas, desconfianza y prejuicios, pero su recuperación es la recuperación de la identidad sonora de la misma. Es el sonido de la palabra”.
“Medida y ritmo. Es origen, raíces y finalidad. El significado de la oración trasciende la materialidad transfigurándola en un evento litúrgico realizado en forma sonora”.
“Se ha dicho claramente en el último Concilio que el Canto Gregoriano es el de la liturgia romana porque nos enseña qué quiere la Iglesia, qué decir en la liturgia y cómo decirlo”, espeta Fulvio Rampi, músico y director de coro, actualmente con la cátedra de Prepolifonía en el Conservatorio de Música Giuseppe Verdi, en Torino.
En un alarde por radicalizar la tradición en contra de un frenesí moderno erigido en árnica para las contracturas de la historia, Rampi sentencia que “el Canto Gregoriano sufre, pero no teme nuestra tendencia a ser inadaptados. Espera con paciencia el gesto de amor de los actuales hijos de una iglesia que lo ha concebido siempre como el mejor testigo de su fe”.
La Schola Cantorum
Un alegato para mantener siempre vivo y puro el legado de la schola cantorum del siglo VII, quien el musicólogo americano James McKinnon elogió como “la escuela coral que sistematizó y racionalizó de forma definitiva la liturgia romana”.
Un culto arquitrabado en un fondo de textos bíblicos -mayoritariamente salmos- destinados a las partes cantadas de la Misa.
Además, dotado de un cierto número de melodías, de libelli que componían grupos de rezos para celebrar diversas partes del año, de fórmulas melódicas para cantar textos del ordinarium y de un pequeño fondo de tonos de lección, además de aquellos en uso para cantos anafóricos.
Un vergel musical, según la Enciclopedia de la Música (editada por Einaudi e Il Sole 24 ore), destinado a aprenderse de memoria y transmitirse oralmente por parte de miembros de la schola y de otros cargos eclesiásticos.
Fue (es) el camino más profundo, espiritual, puro, sensible, intenso, devocional, expresivo –y en ocasiones espontáneo- para llegar a Dios.
Porque cantar es el arte de forzar la palabra, endulzarla, exagerarla, alzarle decibelios, dotarla de ínfulas divinas para llamar la atención y ser escuchados de verdad. Como Dios manda.
Ofrecemos una Playlist
Música sacra:
Missa solemnis, Beethoven
Messiah, Handel
Música para la liturgia:
Puer natus est, Morales
Ad te levavi, Bartolucci:
https://youtu.be/FgUDh5ojsZ4
Canto Gregoriano:
Ave Maria del IV de Adviento:
Qui manducat, commino:
Esperamos que hayan disfrutado de esta Playlist