La relación con Dios nos abre a la sabiduría de que la muerte es el principio y no hay nada que temer
No sé a vosotros, pero a mí me gustaría que cuando me vaya de este mundo de los vivos haya alguien que rece por mí. ¿Acaso no queremos ir todos al Cielo?
Curiosamente, en los últimos tiempos, hemos depositado mucha superstición y algo de miedo en los cementerios; se está diluyendo el conocimiento humano para tomar la muerte de una forma normal, la parte buena del sentido de lo sobrenatural.
En muchos casos nos sentimos bloqueados o violentos ante ciertas situaciones sociales relacionadas con el tema de la muerte o la vida eterna.
¿De dónde surge este miedo? Sin duda el hombre está hambriento de eternidad. A lo largo de la historia lo han manifestado escritores, artistas y cantantes… El hombre tiene un deseo intrínseco y profundo de vivir para siempre.
En muchos de nuestros comportamientos humanos se atisba esta ansia de eternidad (búsqueda de la fama, desarrollo de proyectos personales…).
Para siempre
Por suerte, la esperanza sale a nuestro encuentro. En los próximos días se celebran las fiestas de Todos los Santos y los fieles difuntos.
Es un recuerdo de que el hombre ha sido creado por Dios para que sea feliz en la Tierra y más tarde también en el Cielo.
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Como humanos, la muerte nos hace ver nuestra finitud, pone por unos segundos ante nuestros ojos la realidad de lo efímero. Incluso nos limita, nos puede hacer sentir vértigo pues pone fin a todos los sueños vanos del hombre.
Pero a la vez sin ella nuestra vida no tendría ningún significado, no tendríamos un destino y además nuestros fines, acciones o elecciones no darían sentido a nuestro día a día.
Dos tipos de vida
Nadie pone en duda que en el ser humano existe una vida natural en la que nuestra libertad es la principal protagonista.
Esta vida natural está marcada por nuestras acciones o conductas, las cuales construyen poco a poco nuestro existir.
Pero también convivimos diariamente con una vida sobrenatural. Está más presente de lo que nos imaginamos y es reflejo de la Acción Divina en nuestras vidas.
En estas fechas más que nunca se nos invita a tener presente que nuestros parientes fallecidos siguen vivos pero no en una “nada” carente de sentido, sino en la grandeza y sublimidad de una vida eterna tras el Juicio de Dios.
¡Qué empeño ponemos los hombres en los quehaceres terrenos y qué poco en nuestro día a día vivimos con la mirada guiada hacia la eternidad!
La relación con Dios nos abre a la sabiduría de que la muerte es el principio y nada hay que temer.
En la antigüedad, los muertos estaban muy presentes en la vida cotidiana, eran en cierto modo ayudantes y guías de lo vivos.
Hoy, parte de esta cultura se mantiene todavía en el pueblo mexicano. Esto nos hace reflexionar sobre el valor de la vida terrena y el sentido del paso entre la muerte y la vida eterna.
El papa Francisco, en el Ángelus del 2 de noviembre de 2014, recordaba:
“El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización están en Dios”.
Por tanto, no basta con que los muertos sean recordados, engalanados con flores o preciosas sepulturas.
La Iglesia nos invita anualmente a profundizar en la convivencia entre la Iglesia militante (nosotros, los vivos), la Iglesia triunfante (los que ya están en el Cielo) y la Iglesia purgante (los que están en el Purgatorio).
¡Y cuántas cosas puede hacer por nosotros un alma a la que hemos ayudado a llegar al Cielo!
Por ello en estas fechas, las almas del Purgatorio podrían ser objeto de “dayketing” aunque en este caso no se trataría de una estrategia de marketing orientada a aprovechar fechas señaladas con motivo de aumentar la rentabilidad de acciones comerciales.
Más bien, salvando las comparaciones, tenemos la festividad de los santos y difuntos a la vuelta de la esquina y es importante aumentar las oraciones por las almas de los difuntos.
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Las almas del Purgatorio ya no pueden hacer méritos para salir de allí, pero nosotros sí podemos hacer méritos por ellas y brindarles ayuda mediante oraciones, sacrificios (de forma especial la Santa Misa) y con las indulgencias.
Ojalá estas fechas sean ocasión para:
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reforzar, a través de la oración, los lazos con nuestros familiares difuntos, que ni siquiera la muerte puede romper: que sean también ahora nuestro apoyo y nosotros el de ellos
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recordar a los muertos no con tristeza sino con alegría (vayamos a visitarlos y adornar nuestros cementerios), la misma alegría con la que están gozando de este banquete celestial que nunca se acaba: la Casa del Padre;
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pedir la gracia para poder vivir en ese punto del tiempo en el que coincide el presente y lo eterno: aprendamos a vivir con sentido de esperanza y de eternidad;
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poner interés en aprender de los santos, gozar y aprovechar el tiempo para llenarlo de buenas obras. Dios nos ha regalado el tiempo para nuestro progreso y la vida es un camino de misericordia y redención. Dejémonos sorprender por la Providencia Divina para que se cumpla el plan de Dios en la historia de la humanidad.
¿Nos vemos en el Cielo?