La amistad ha recibido elogios a través de los siglos. En el libro bíblico del Eclesiástico (o Libro de Jesús ben Sirá), escrito en el siglo II antes de Cristo, se escribieron estas hermosas palabras:
Un amigo fiel no tiene precio, no hay manera de estimar su valor.
Un amigo fiel es un bálsamo de vida, que encuentran los que temen al Señor.
El que teme al Señor encamina bien su amistad, porque como es él, así también será su amigo. (Eclo 6, 15-17)
La vida, por lo general, nos lleva a tener amigos. Desde pequeños, en el barrio, en la misma familia, en la ciudad, en la escuela, en el trabajo... conforme vamos conociendo distintos entornos, ahí encontramos personas que se convierten en amigos. Y todos experimentamos la alegría de reunirnos con ellos, conversar, compartir situaciones, consejos...
¿Cómo sé que una persona es verdadero amigo y no únicamente alguien que pasa por mi vida de una forma simpática y agradable pero sin más? ¿Y cómo puedo hacer para que esas personas amigas que son simpáticas y agradables pasen a ser amigas de verdad?
La amistad tiene un aspecto básico: uno quiere el bien del otro. No valen los amigos que solo "me sirven" para alcanzar un éxito profesional o para llegar a otras personas o para colmar mi egoísmo y mi vanidad de verme rodeada de seres que socialmente me hacen exitosa.
Los verdaderos amigos no se aprovechan de la otra persona.
Compartimos nuestro mundo interior
Y a eso se añade un elemento distintivo: con los auténticos amigos compartimos nuestro mundo interior y ellos lo comparten con nosotros. La amistad es bidireccional, no solo es uno quien da y uno quien recibe, sino que hay vida de amistad en las dos direcciones.
Eso hace que en las grandes amistades haya experiencias de dolor compartidas, de preocupación, de luchas interiores; y también haya ayuda en los momentos difíciles. Como también experimenta las alegrías más íntimas y los descubrimientos más personales. El amigo conoce a fondo el corazón del otro.
No se trata de exhibir nada en las redes sociales ni de poder brindar juntos cada noche de los viernes. Es algo que solo uno mismo es capaz de examinar y valorar.
¿Con quién comparto de verdad mi mundo más interior, el fondo de mi corazón? ¿Y esa persona comparte el suyo conmigo? Así son de verdad los amigos, en las circunstancias más diversas y a lo largo del tiempo, aunque la presencia física no siempre pueda mantenerse.
Quien dispone de una amistad así, realmente posee un tesoro.