Ya no se vive en un ambiente cristiano
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La misión supera mis fuerzas. Y al mismo tiempo abarca todo mi ser. Solo no puedo. Si no es Dios el que está detrás. Decía S. Ignacio: «Confía en Dios como si el éxito de todas las cosas dependiera totalmente de Él y no de ti; pero pon en ellas todo tu esfuerzo, como si tú fueras a
hacerlo todo y Dios nada».
Es una misión inmensa sobre débiles hombros sostenida en las manos de Dios: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos».
No puedo solo con todo lo que tengo por delante. Tantas personas que necesitan conocer a Jesús. Tanta sed, tanta hambre. Todo lo que me rodea es tierra de misión. Ya no vivo en un ambiente cristiano. Los cristianos vivimos en diáspora y formamos pequeñas islas en medio de un mar revuelto.
No estoy solo pero sí poco acompañado. Formo pequeños espacios sagrados en los que algunos piensan como yo. Pero a mi alrededor soy minoría. Pocos están de acuerdo con mis ideas, con mis puntos de vista. ¿Debo renunciar a lo que pienso para ser parte de estos? Siempre me gusta recordar las palabras de una carta a Diogneto que describía la labor de los cristianos en el mundo: «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Aman a todos, y todos los persiguen.
Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida».
Son el alma del mundo. No se distinguen de todos sino en su forma de vivir y amar. Sin dejar de ser hombres. Sin aislarse. Es la misión que más me impresiona. El cristiano es misionero con su vida, con su forma de amar, con todo su ser. Echa raíces y está de paso en este mundo. Ama cuando lo persiguen. Da la vida cuando pretenden quitársela. Esa forma de vivir la misión es la que enciende el corazón. Una misión que abarca toda mi persona.
Leía el otro día: «Hay vocaciones parciales que afectan sólo a un aspecto o una fase temporal de la vida. Y otras más esenciales que lo abarcan todo. El grado más bajo sería la afición. Y el grado mayor sería ese proyecto que constituye el argumento último y radical de la vida».
Ser misionero abarca toda mi vida, todas mis fuerzas. Estoy llamado a anunciar que el reino de Dios está cerca con mi vida, dando la paz que viene de Dios: «Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: – Está cerca de vosotros el Reino de Dios».
La paz es el signo de la presencia de Dios. Su reino está cerca en la paz que llevo en una vasija de barro. La paz que no es mía. Es la paz que da Dios en mis manos y en mis pies cansados. Una misión para la que no tengo fuerzas suficientes. Me siento cansado. Soy sólo una oveja entre lobos. Indefenso como Jesús llevado al Calvario. Es el desafío. Vivir su mansedumbre. Dar una paz que no es mía. Los lobos me exigen.
Quieren mi muerte. Pretenden que deje de dar mi vida por Jesús. Y yo quiero ser pacífico, pero el mundo no lo es. Me siento parte del mundo y actúo como actúa el mundo. Respondo con ira a la ira. Con envidia a la envidia. Con afán de tener a la avaricia que veo. Me hago parte de la masa. Para ser fermento en la masa tengo que ser distinto. Es mi misión de vida. Aunque pierda, me critiquen y ataquen. Yo no juzgo, ni condeno. Anhelo ser manso y humilde de corazón. Por eso no transo, no dejo de lado mis pensamientos para adquirir los que no son míos. Quiero ser fiel a Jesús que me envía a dar la vida.