Los nativos americanos llamaban a santa Rosa Filipina Duchesne la “mujer que siempre reza”.Nacida en una familia rica e influyente de Francia, Rosa Filipina Duchesne sintió la vocación por la vida religiosa desde temprana edad. Tras oír hablar a un jesuita sobre la obra misionera en el Nuevo Mundo cuando tenía 8 años, Filipina ya sintió deseos de ir a evangelizar a las Américas. Esto no sentó muy bien en su familia, que se negaba tajantemente a tal idea.
Filipina no se dio por vencida y, tenaz como era, convenció a una de sus tías de que la acompañara a un monasterio de la Visitación cuando tenía 18 años. Su tía pensó que era una visita ordinaria, pero cuando Filipina llegó, pidió de inmediato ser aceptada en la comunidad. La tía de Filipina se quedó fuera y fue a contarlo a su familia.
Sin embargo, Filipina no pudo quedarse mucho tiempo en el convento, ya que la Revolución francesa prohibió rápidamente todas las comunidades religiosas. Durante 10 años se vio obligada a permanecer como laica hasta que se levantó la prohibición. Al principio intentó reabrir el convento de la Visitación, pero fracasó. Entonces, santa Magdalena Sofía Barat oyó hablar de Filipina y le pidió unirse a su recién establecida Sociedad del Sagrado Corazón.
Varios años después de unirse a la orden, Filipina fundó un convento nuevo en París y allí la descubrió el obispo DuBourg de Luisiana, quien le preguntó si ella y algunas hermanas estarían dispuestas a ir a América. Barat dio permiso y, el 21 de marzo de 1818, Filipina zarpó con otras cuatro hermanas hacia el Nuevo Mundo. El 29 de mayo de 1818, día de la fiesta del Sagrado Corazón, tomaron tierra cerca de Nueva Orleans.
La madre Duchesne fue asignada a una nueva misión en St. Charles, Misuri, donde estableció la primera escuela gratuita al oeste del Misisipi. Duchesne fue una misionera pionera y su experiencia en la frontera fue como la de la mayoría de las personas de entonces: casi la mata. Según Louise Callan, la madre Duchesne pasó por casi todas las dificultades imaginables.
En su primera década en América, la madre Duchesne sufrió prácticamente todas las dificultades que la frontera podía ofrecerle, excepto la amenaza de una masacre india: alojamiento pobre, escasez de alimentos, de agua potable, de combustible y de dinero, incendios forestales (…), los caprichos del clima de Misuri, viviendas abarrotadas y la privación de toda privacidad, y los groseros modales de los niños criados en entornos duros y con solo la mínima formación en cortesía.
Más adelante, a la edad de 72 años, pidieron a la madre Duchesne que ayudara en una misión jesuita con la tribu Potawatomi en Sugar Creek, Kansas. Tuvo dificultades para aprender el idioma, así que en vez de enseñar, la madre Duchesne pasaba el tiempo rezando por el éxito de sus compañeras hermanas. Esto le valió la reputación entre el pueblo nativo de “mujer que siempre reza”.
Debido a su frágil salud, la madre Duchesne no pudo permanecer mucho tiempo y regresó a su fundación original en St. Charles. Falleció 10 años más tarde en soledad, aunque retenía el sentido de las misiones y deseaba aventurarse en las Montañas Rocosas.
La santidad de la madre Duchesne era bien reconocida y al fin fue beatificada en 1940 y canonizada en 1988. Su vida es una inspiración y su fervor misionero, superando todo obstáculo posible, es algo digno de admiración.
En una ocasión dijo: “Cultivamos un pequeño campo para Cristo, pero lo amamos, sabiendo que Dios no requiere grandes logros, sino un corazón que no retiene nada para sí mismo. (…) Las cruces más auténticas son las que no escogemos nosotros mismos. (…) Quien tiene a Jesús lo tiene todo”.
Santa Rosa Filipina Duchesne, ¡reza por nosotros!