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San Buenaventura, el sabio que salvó a los franciscanos

BUENAVENTURA
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Dolors Massot - publicado el 15/07/15
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Fue superior general de los franciscanos e hizo frente a los ataques a la orden en la Universidad de París y en el seno de la comunidad

San Buenaventura nació en Bagnorea, cerca de Viterbo (en la actual Italia), en 1221. Entró en la Orden de los Hermanos Pobres de san Francisco Seráfico y estudió en la Universidad de París.

Allí fue profesor desde 1248 hasta 1257. Más tarde, por su sabiduría se le llamaría “Doctor Seráfico”.

Era muy inteligente, juicioso, iba al fondo de las cuestiones y sabía encontrar el error filosófico o teológico y rebatirlo con autoridad.

Supo unir su vida intelectual a la vida de oración, que consideraba clave para ser buen instrumento de Dios.

Intenso amor a la Eucaristía

Durante algún tiempo tuvo escrúpulos y quería recibir la Eucaristía pero no lo hacía por la humildad de considerarse pecador indigno.

Sin embargo, se cuenta que un día en que asistía a la misa y meditaba en la Pasión del Señor, se le apareció un ángel.

Este tomó la hostia consagrada de las manos del sacerdote y le dio la comunión. Los escrúpulos se disiparon.

Precisamente san Buenaventura compuso una oración para después de la Comunión que la Iglesia ha recomendado a lo largo de los siglos: “Traspasa, dulcísimo Jesús y Señor mío,…”.

En sus años de París escribió una de sus obras más famosas: el "Comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo", que constituye una verdadera suma de teología escolástica. El papa Sixto IV dijo:

Ataques furibundos contra los franciscanos

San Buenaventura sufrió en sus propias carnes los ataques a los franciscanos de parte de miembros de la Universidad que preferían llevar una vida mundana.

El filósofo escolástico Guillermo de Saint-Amour, canónigo de Beauvais y rector de la Universidad de París, llegó a escribir el libro Los peligros de los últimos tiempos, que era un ataque directo a san Buenaventura y más extensamente a los frailes y las órdenes mendicantes.

El santo tuvo que retirarse del trabajo de dar clases durante algún tiempo y contestar a los ataques escribiendo el libro Sobre la pobreza de Cristo.

El papa Alejandro IV tomó cartas en el asunto: nombró una comisión de cardenales que estudió el caso y esta ordenó finalmente quemar el libro de Saint-Amour y devolver las cátedras a los franciscanos.

Un año más tarde, san Buenaventura y santo Tomás de Aquino recibieron el título de doctores.

San Buenaventura escribió también, entre otras obras, el tratado Sobre la vida de perfección, para su hermana Isabel y las Clarisas Pobres del convento de Longchamps.

Jean Gerson, quien fuera nombrado canciller de la Universidad de París en 1395, dice de san Buenaventura:

Valor de las cosas pequeñas

“La perfección del cristiano -afirmaba san Buenaventura- consiste en hacer perfectamente las cosas ordinarias. La fidelidad en las cosas pequeñas es una virtud heroica".

Fue elegido superior general de los Franciscanos en un tiempo en que recibían ataques externos en la Universidad pero también había división interna entre “los espirituales”, que eran rigoristas y desobedecían, y los que querían unos cambios excesivos para la regla franciscana.

Buenaventura presentó, en el primero de los cinco capítulos generales que presidió, algunos cambios, que a los rigoristas no les parecieron bien.

Entonces, para encontrar una solución al problema interno, decidió escribir la vida de san Francisco de Asís. Con ella logró una mayor unidad.

Considerado "el segundo fundador" de los franciscanos

Por esta tarea de lograr cohesión y mayor grado de santidad en los franciscanos se llama a san Buenaventura “el segundo fundador” de la orden.

En 1266, después de haber rechazado ser arzobispo de York tal como quería el papa Clemente IV el año anterior, el papa Gregorio IX lo nombró cardenal.

Los enviados pontificios fueron a entregarle el capelo cardenalicio y lo encontraron lavando los platos. Aceptó el honor con suma humildad.

En 1245, fue el teólogo más destacado del concilio ecuménico de Lyon (santo Tomás de Aquino murió cuando iba de camino).

En él se logró la unión con los griegos ortodoxos (sin embargo Constantinopla rechazó después esta decisión).

Entretanto, san Buenaventura falleció la noche del 14 al 15 de julio.

San Buenaventura fue canonizado en 1482 y declarado Doctor de la Iglesia en 1588. Su fiesta se celebra el 15 de julio.

Patronazgo

San Buenaventura es patrono de varias poblaciones en el mundo, entre ellas la ciudad de Buenaventura en Colombia. También lo es de la Facultad de Matemáticas de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Oración para después de la Comunión, de san Buenaventura

Traspasa, dulcísimo Jesús y Señor mío, la médula de mi alma con el suavísimo y saludabilísimo dardo de tu amor; con la verdadera, pura y santísima caridad apostólica, a fin de que mi alma desfallezca y se derrita siempre solo en amarte y en deseo de poseerte: que por Ti suspire, y desfallezca por hallarse en los atrios de tu Casa; anhele ser desligada del cuerpo para unirse contigo.

Haz que mi alma tenga hambre de Ti, Pan de los Ángeles, alimento de las almas santas, Pan nuestro de cada día, lleno de fuerza, de toda dulzura y sabor, y de todo suave deleite.

Oh, Jesús, en quien se desean mirar los Ángeles: tenga siempre mi corazón hambre de Ti y el interior de mi alma rebose con la dulzura de tu sabor; tenga siempre sed de Ti, fuente de vida, manantial de sabiduría y de ciencia, río de luz eterna, torrente de delicias, abundancia de la Casa de Dios: que te desee, te busque, te halle; que a Ti vaya y a Ti llegue; en Ti piense, de Ti hable, y todas mis acciones encamine a honra y gloria de tu nombre, con humildad y discreción, con amor y deleite, con facilidad y afecto, con perseverancia hasta el fin: para que Tú solo seas siempre mi esperanza, toda mi confianza, mi riqueza, mi deleite, mi contento, mi gozo, mi descanso y mi tranquilidad, mi paz, mi suavidad, mi perfume, mi dulzura, mi comida, mi alimento, mi refugio, mi auxilio, mi sabiduría, mi herencia, mi posesión, mi tesoro, en el cual esté siempre fija y firme e inconmoviblemente arraigada mi alma y mi corazón.

Amén.

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