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Avería en el avión e intervención milagrosa de Santa Teresita de Lisieux

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Gelsomino del Guercio - publicado el 18/06/15
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El increíble relato del obispo de la Amazonia Erwin Krautler durante uno de sus viajes entre los indios

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Fue la ayuda de Santa Teresa de Lisieux, la patrona de los misioneros, la que le salvó la vida. Lo asegura monseñor Erwin Kräutler, desde hace 50 años misionero en América Latina y durante 35 obispo de la diócesis más grande de Brasil (más que Italia entera), la de Altamira-Xingu.
 
Krautler cuenta la increíble aventura, que sucedió en 1983, en el libro "Ho udito il grido dell’Amazzonica" (He oído el grito de la Amazonia, recientemente publicado en Italia). Él, desde siempre en primera línea en defensa de las poblaciones locales, amenazadas por la deforestación del Amazonas, en 1983 se dirigía a visitar las comunidades dispersas a lo largo del río. “Encontré un pueblo esclavizado, al límite de la desesperación”.
 
“En un viaje entre las aldeas indígenas – recuerda el obispo – volviendo de Tucumã a Altamira, pasó algo que no olvidaré nunca. Antes de embarcar a Tucumã, el obispo-hermano, que es también piloto, me dijo que había hecho una revisión completa de la avioneta en Goiânia hacía poco tiempo. Despegamos en dirección a Altamira, que dista unas dos horas de vuelo”.
 
Cuando el altímetro indicó cinco mil pies, empezaron a sobrevolar la tupidísima selva de la región de las fuentes del Bacajá, afluente del Xingu. “Miraba hacia abajo admirando la selva virgen, los ipês en flor”, continua Krautler.
 
Pero ese no fue un viaje como los demás. De repente el motor empezó a perder fuerza, la hélice giraba cada vez más despacio, hasta pararse del todo. “Miré al piloto: estaba asustado, nervioso, pálido. ¡No hablaba! Estábamos a un paso de la muerte. Aunque sobreviviéramos a la caída, en esa selva nadie nos encontraría. Pero este análisis lo hice después”.
 
En ese momento, el obispo, que es misionero de la Congregación de los Misioneros de la Preciosísima Sangre, invocó a Santa Teresa: "¡Tu eres la patrona de los misioneros! ¡Por favor, muéstranos ahora lo que sabes hacer!".
 
“Por increíble que parezca – recuerda Krautler – después de tres minutos eternos, el motor volvió a funcionar. De lo profundo del corazón dije: "¡Gracias, Teresa! Contaré este milagro adonde vaya. ¡No te olvidaré nunca!".
 
El avión retomó altura hasta los ocho mil pies, y lejos en el horizonte apareció el majestuoso Xingu con sus cascadas, los lagos y las islas. “Media hora después, aterrizábamos sanos y salvos – explica el obispo de Amazonia – y contamos lo que nos había sucedido en pleno vuelo.
 
El mecánico del aeropuerto abrió el compartimento del motor de la avioneta, y se echó las manos a la cabeza: "Dios mío, ¿cómo podéis estar vivos? ¡El motor está totalmente averiado!". Me quedé helado, pero en seguida mi corazón saltó en mi pecho, oyendo de la boca del mecánico la confirmación de que había sido un milagro de santa Teresita”. 

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