Para el ignorante, la vejez es el invierno de la vida, pero para el sabio, es la época de la buena cosecha
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Mi padre decía que la “alegría del viejo es ser abuelo”. Hoy yo experimento esa verdad. Cómo es bueno estar con mis diez nietos, contándoles historias, desafiándolos con “veo veo”, jugando fútbol, video juegos, andando en bicicleta, pintando para ellos, enjugando sus lágrimas infantiles, jugando al escondite de sus madres … ¡Qué cosa más gustosa son los nietos!
Pero en todo eso yo busco poner en los corazones de ellos la llama de la fe, el amor a las virtudes, el respeto a los padres, a los más mayores, el amor a Dios, y la belleza de la vida que Dios les dio.
En la oración del Ángelus en el Palacio San Joaquín el 26 de julio de 2013, en la JMJ, el Papa Francisco dijo:
“Qué importantes son los abuelos en la vida de la familia, para comunicar el patrimonio de la humanidad y de la fe que es esencial para cualquier sociedad. Y qué importante es el encuentro y el diálogo entre las generaciones, principalmente dentro de la familia”.
Pienso que en estas palabras el Papa resumió la importancia de los abuelos en la vida de los nietos. Ellos traen consigo una larga experiencia adquirida en la escuela de la vida, en los libros, en las luchas, en las lágrimas, en el dolor y en las alegrías.
Ellos ya vieron morir a muchos, ya sufrieron en la propia carne las derrotas y los fracasos, y tuvieron que levantarse nuevamente en cada tropiezo. Por eso, ellos pueden enseñar a los hijos y los nietos a huir del peligro. Es mucho mejor aprender con los errores de los otros que con los propios.
Dice el libro de Proverbios que: “El vigor es la belleza de los jóvenes, las canas el ornato de los viejos” (Pr 20, 29). El hombre moderno “conquistó el universo, pero perdió el dominio de sí mismo”, dijo Michel Quoist; por eso “se siente amenazado por aquello que construyó con su inteligencia y con sus manos”, dijo Juan Pablo II.
Esto es porque le falta sabiduría. Y esta sabiduría los abuelos la traen en el alma. No basta la ciencia y la técnica, es necesario cultivar los valores éticos y morales. Para el ignorante, la vejez es el invierno de la vida, pero para el sabio, es la época de la buena cosecha.
“No son los años los que nos envejecen; sino la idea de quedarnos viejos. Hay hombres que son jóvenes a los ochenta años, y otros que son viejos a los cuarenta”, dijo el p. Antonio Vieira (1608 – 1697).
Un anciano que supo envejecer como el vino, sin volverse vinagre, sabrá agradar a los nietos y hacerlos crecer en sabiduría y santidad.
En este mundo tan ocupado donde los padres y las madres se agitan con muchas actividades, muchos hijos se quedan sin sus presencias tan importantes. Entonces, crece todavía más la importancia de los buenos abuelos que puedan suplir esa ausencia. Es un verdadero apostolado de la tercera edad.
Los abuelos pueden ser hoy los primeros catequistas de los nietos, cuando los padres ya no pueden hacer eso; especialmente en aquellos casos en que falta uno de los padres en la vida del nieto. Sin duda, no es una misión fácil a causa del peso de los años, pero es una tarea magnífica en un mundo donde comienzan a desaparecer los verdaderos valores morales y espirituales.