Muchos aficionados al cine se quedan alucinados al enterarse de que el autor de El Señor de los Anillos era un devoto y fiel católico. ¿Cómo ha influido esto en su obra?
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Ahora internacionalmente famoso como uno de los autores más populares de todos los tiempos, J.R.R Tolkien imaginó en un primer momento a los hobbits – criaturas hogareñas y pintorescas que habitan en agujeros subterráneos muy confortables – mientras corregía exámenes de los estudiantes un verano en su oscura oficina del campus.
Consideraba que el tedioso trabajo académico era un horror y que él asumió el trabajo solo porque necesitaba el dinero para atender a su familia. Su visión repentina de un hobbit que él escribió en el margen de un examen, se convirtió en un cuento de aventuras, que fue publicado como El Hobbit.
La novela cuenta el viaje de Bilbo Bolsón que, con reticencia, abandona su vida doméstica comodona para unirse a un mago llamado Gandalf y a un grupo de enanos en la búsqueda de la Montaña Solitaria, que luchan para recuperarla de las garras del terrible dragón Smaug.
Durante la novela, Bilbo va creciendo, no de forma física, sino espiritualmente. A menudo torpe, pero siempre con buen corazón, Bilbo pelea con trolls, trasgos y arañas gigantes. En un momento crucial, en los profundos túneles bajo las Montañas Nubladas, Bilbo entabla contra Gollum, una batalla de acertijos, de la que no sólo sobrevive sino que además encuentra el anillo de oro que luego juega un papel crucial en su famosa secuela.
Así, antes de volver a su casa de la Comarca, Bilbo se convierte en un héroe con un fuerte propósito moral con un historial de logros virtuosos, un tesoro y el agradecimiento de las gentes que viven en las tierras que él ayuda a salvar.
La publicación de la historia de Bilbo encantó a una generación de lectores e inspiró a Tolkien a comenzar su más ambiciosa obra cuya elaboración duró muchos años y que produjo un mito colosal: El Señor de los Anillos. La novela, publicada originalmente en tres partes, le dio un nombre en su mundo tranquilo de la filología, y como le sucedió a Bilbo, le trajo una gran riqueza y renombre al final de sus días.
El aplauso del público sorprendió y gratificó a Tolkien. La recepción apasionada de El Hobbit y de El Señor de los Anillos elevó su trabajo, que él siempre consideró un hobby un tanto extravagante, a un nivel al que pocas novelas fantásticas han podido llegar. Estos hechos relacionados con Tolkien son mundialmente conocidos, lo que no se sabe es que esta ficción, de gran atractivo, está impregnada de la fe católica del autor.
La sorpresa viene de que la palabra “católico” no aparece en los Anales de la Tierra Media, donde una religión institucional no existe. Sin embargo, como testigos de la visión del mundo del autor, estas novelas expresan la imaginación católica de Tolkien. El espíritu de las novelas, primero de forma implícita y después bajo su dirección artística sutil, está basado en su identidad y en su manera de entender las verdades metafísicas.
Católico por convicción
Tolkien no era católico por convención o por cultura: la conversión de su madre supuso una ruptura familiar en una época de Inglaterra en la que el catolicismo era frecuentemente sinónimo de marginación social.
La madre de Tolkien, Mabel, se convirtió al catolicismo y por ello su familia cortó relaciones con ella. Su marido, el padre de Tolkien, había muerto por unas fiebres reumáticas en Sudáfrica, donde nació Tolkien, antes de haber podido reunirse con ella y con sus dos hijos que estaban en Inglaterra visitando a la familia. Mabel y sus hijos se vieron reducidos a la pobreza, al cortar la familia protestante sus relaciones con ellos, pero ella soportó todos los desafíos de su maternidad con santa dedicación.
Sobrecargada de trabajo y aislada por su fe católica, murió poco después de la Primera Comunión de Tolkien, pero no antes de asignar la tutela de sus hijos a un sacerdote amigo del Oratorio de Birmingham, el padre Francis Morgan, que continuó la instrucción de los niños en la fe (celebraban la Misa con él todos los días antes de ir al colegio).
Tolkien escribió más tarde sobre su madre: “Mi propia madre fue, sin duda, una mártir. No todos reciben de Dios el don de tener una madre que se sacrificó a sí misma trabajando y para que Hilary y yo mantuviéramos la fe”.
Ya adolescente, se enamoró de Edith, una mujer protestante mayor que él, pero a petición del Padre Morgan, a quien era muy leal, prometió no tener ningún contacto con ella hasta cumplir los veintiún años. El mismo día de su cumpleaños escribió a Edith proponiéndole matrimonio.
Tiempo antes de recibir esta carta Edith estaba prometida a otro hombre pero su amor por Tolkien se reavivó y rompió para estar con el pretendiente que había ganado inicialmente su amor. Pronto Tolkien se casó con ella, que se convirtió al catolicismo para casarse con él, tuvieron cuatro hijos y estuvieron unidos hasta el final de sus días. Su romance esta reflejado en la historia de Beren y Lúthien, dos grandes personajes de la Tierra Media, cuyos nombres aparecen grabados en sus lápidas en Wolvercote, Oxford.
Después de su boda, siendo joven todavía, Tolkien luchó y sufrió las penurias de las trincheras del Somme, experimentado en su persona la pesadilla existencial que cambió profundamente la fe Victoriana en la civilización occidental.
Sobrevivió a “todos menos a uno” de sus amigos más cercanos que sirvieron con él – incluyendo sus colegas del club “T.C.B.S”, abreviatura del “Club de Té de la Sociedad Barroviana” que de alguna manera prefiguró el famoso círculo literario conocido como los Inklings, y la guerra lo conmocionó profundamente. Sólo su fe católica lo sostuvo en ese tiempo de angustia física y emocional.
Herido durante la carnicería sin sentido de las trincheras, volvió a Inglaterra, donde Edith lo esperaba, y retomó su brillante carrera universitaria centrada en el estudio de la lengua y de la mitología: sus temas por excelencia, la raíz de donde surgió la leyenda.
Fue durante esta época cuando Tolkien, que recibía una misa diaria, escribió gran parte de su ficción, incluyendo El Hobbit y El Señor de los Anillos.
Una fe que inspira, aunque no se ve
Aunque Tolkien nunca quiso hacer de El Hobbit o de El Señor de los Anillos una alegoría de su fe (como sí hizo con sus obras, por ejemplo, su amigo C.S. Lewis), inevitablemente su fe y sus creencias se reflejan en el entramado moral de su universo fantástico.
La pregunta se mantiene: ¿De qué manera el catolicismo de Tolkien influyó en su obra? Algunos escépticos podrían cuestionar la premisa que está detrás de la pregunta. Después de todo, dirían, la fe de Tolkien (muy importante en su vida personal), no impactó directamente en su famosa obra. “Me disgusta cordialmente la alegoría en todas sus afirmaciones”, decía Tolkien en la introducción a la segunda edición de El Señor de los Anillos, “y siempre ha sido así desde que me hice viejo y precavido como para detectar su presencia”. Admitiendo una reconvención inmediata, los escépticos deberían admitir que su fe no requiere una representación alegórica detestable en la novela.
Los incrédulos podrían argumentar que su Catolicismo es, a lo sumo, incidental en la Tierra Media, un entorno pre-cristiano predominantemente influenciado por el mito nórdico y otras fuentes paganas. Tolkien responde a estos escépticos con sus propias palabras.
Antes de que se publicase El Señor de los Anillos, escribió una carta a su amigo el sacerdote Robert Murray, en la que le decía: “El Señor de los Anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica, al principio inconscientemente, pero muy conscientemente en su revisión. Esta es la razón por la que no he puesto o he quitado prácticamente todas las referencias a lo que se pareciera a “religión”, cultos y prácticas, en este mundo imaginario. Para que el elemento religioso fuera absorbido en la historia y en el simbolismo”.
Distinguidos católicos que viven todavía han escrito sobre la religiosidad de Tolkien en su obra incluyendo Stratford Caldecott, Joseph Pearce, Bradley Birzer, Peter Kreeft, Carol Abromaitis, David Mills y Richard Purtill. Sin duda, como han señalado numerosos expertos, Tolkien participó en el renacimiento católico de la literatura inglesa, uniéndose a G.K. Chesterton, Hilaire Belloc, Evelyn Waugh, Graham Greene, Gerard Manley Hopkins, W.H. Auden y otras luces de la fe.
A veces separados por décadas y kilómetros, en una continuidad espiritual consciente o inconsciente, que utilizaron las palabras para hacer una defensa polivalente de lo que ellos consideraban como la belleza, la bondad y la verdad contra una creciente cultura inhumana y desarraigada.
Sin embargo Tolkien no fue un apologeta. A diferencia de su gran amigo C.S. Lewis – que se convirtió al cristianismo en parte porque Tolkien le convenció de que la Biblia era el único y verdadero mito – desdeñó la alegoría. Él mantuvo que esta no aparecía en ningún lugar de El Señor de los Anillos.
Liderando a los antes mencionados Inklings, Tolkien y Lewis compartían el amor por la mitología. En el transcurso de su amistad, a menudo mientras bebían en un pub de Oxford llamado The Eagle and Child (entonces conocido como The Bird and Baby), los dos profesores se iban contando las obras que estaban escribiendo, libros que luego cambiarían el mundo.
Pero su amistad no evitaba que Tolkien criticara lo que él llamaba la casa de fieras mitológicas de las Crónicas de Narnia, la famosa serie de novelas cristianas alegóricas (Lewis decía que eran meramente análogas, pero esto era considerado irrelevante según la opinión de Tolkien basada en sus estándares literarios).
Los críticos han intentado interpretar la experiencia de Tolkien en las dos Guerras Mundiales en sus obras, especialmente en El Señor de los Anillos. Por ejemplo y para consternación del propio Tolkien, muchos lectores consideraban el Anillo Único de Sauron (el artefacto maléfico que Bilbo le quita a Gollum en El Hobbit y que en la secuela le da a su sobrino Frodo Bolsón, encargándole su destrucción en el Monte del Destino enclavado en las profundidades oscuras de Mordor, el mismo lugar donde el mismo Anillo fue forjado) representaba las armas de destrucción masiva, como la bomba atómica.
Sin duda Tolkien estaba desilusionado con las nociones modernas de progreso, le disgustaban los cambios que iban hacia la violencia mecanizada, hacia las tierras baldías creadas por la industrialización que había roto su orden natural. Su declarada política filosófica de anarco-monarquismo y su disposición hacia lo que él llamaba distributismo agrario son alternativas radicales incluso para la modernidad de hoy en día. Aún así, él rechazó cualquier interpretación alegórica de su novela. Hoja de Niggle, una interpretación fascinante del purgatorio, es la obra más alegórica de toda su ficción.
Sin embargo es incontestable que las convicciones espirituales de Tolkien resuenan en sus libros. Los lectores, incluyendo a los católicos estudiantes, vinculan aspectos concretos de sus novelas al catolicismo. Entre los signos más evidentes, si no referencias alegóricas, que se mencionan a menudo como símbolos de su fe en El Señor de los Anillos destacan: el Anillo Único como la Cruz y Frodo es la representación de Cristo; la resurrección en Gandalf el Blanco y en Aragorn que vuelve como rey; también la Eucaristía en las lembas curativas o pan de los elfos.
En su carta al padre Murray, Tolkien dice de su novela que “creo exactamente saber lo que quiere decir como el orden de la Gracia y por supuesto en las referencias a Nuestra Señora, en la que se basa mi pequeña y propia percepción de la belleza unida a la majestad y a la simplicidad”. También afirmó una y otra vez que su novela era mítica y no un credo.
Esto no quiere decir que El Señor de los Anillos no sea cierto o que la fe de su autor no nos llegue a través de sus páginas. Al contrario, como dijo Tolkien en una ocasión: “Al crear un mito, practicando la mythopoeia, y poblando el mundo de elfos, dragones y trasgos… un narrador de historias está cumpliendo la voluntad de Dios y reflejando un fragmento astillado de la luz verdadera”.
El autor, Drew Bowling, es el autor de The Tower of Shadows (Del Rey—Random House).