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El 17 de Agosto de 1897, nacía en San Martín, Provincia de Buenos Aires, María Angélica Pérez: 34 años más tarde moría en Vallenar (Chile), un viernes 20 de Mayo la Hermana María Crescencia Pérez.
Entre la aurora y el ocaso, una existencia enteramente vivida ¨en el nombre Del Señor. María Angélica vino al mundo de unos padres profundamente enraizados en la fe, llenos de confianza en la Voluntad de Dios, humanamente íntegros. En ese ambiente familiar de coherencia espiritual y humana, María Angélica fue bendecida por Dios con cualidades excepcionales y con ella fue bendecido el Instituto del Huerto y la Iglesia a la que durante 14 años sirvió.
En el año 1917 hizo su profesión religiosa inundada de paz interior. Esa paz estuvo precedida por sufrimientos diversos como la pobreza familiar y la muerte de su padre que se produjo el mismo día en que ella hizo su profesión religiosa. Aceptó esa muerte con generosidad y dolor contenido.
Al consagrarse a Dios nació muy pronto un amor especial a la oración y una extraordinaria capacidad de sufrir. En su apostolado los más beneficiados fueron los enfermos y los pobres, podemos decir que vivió una auténtica vocación: los pobres. A los enfermos les enseñó que en el sufrimiento se esconde una fuerza especial que los acerca a Cristo. Hizo propias las esperanzas, las angustias y las tristezas de las personas que trataban con ella. El supremo mandamiento del Señor ¨Amaos los unos a los otros¨ había arraigado profundamente en ella durante los años de su consagración, vividos en fidelidad al carisma de la congregación. La devoción mariana resplandeció de un modo elocuente en su vida.
Amó y veneró a la Virgen con afecto filial. A ella recurrió en todo momento, especialmente en las situaciones de dificultad y prueba.
Sus fatigas y sufrimientos tuvieron como único objeto trasmitir el gran tesoro de la fe en Jesucristo, único Salvador del mundo.
En su incansable actividad a pesar de su corta vida, sembró una semilla que poco después de su muerte dio abundante fruto.
El amor a Jesús, a María del Huerto, a su Iglesia y al Padre fundador de su Instituto, San Antonio María Gianelli la fueron transformando y así abrazada y consumida por ese fuego interior entregó su vida a Dios. En el umbral del tercer milenio, el testimonio de santidad sencilla y cotidiana de María Crescencia, puede ayudar a muchos a ser como ella.
Artículo publicado originalmente por evangeliodeldia.org
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