"En el siglo XIX, la sociedad estaba obsesionada con el saber; en el XX, con el poder; en el XXI, el dinero es el que reina". Así lo manifiesta el padre Geoffroy Marie, prior de Notre-Dame de Cana, en Troussures (Francia), que recomienda retiros para parejas desde hace veinticinco años.
La influencia de la sociedad de consumo en las parejas nunca ha sido tan fuerte: "Quienes no hablan de dinero pueden respirar la polución sin darse cuenta", precisa el sacerdote.
La relación con el dinero debe abordarse desde el noviazgo, según el prior, porque "esta cuestión capital oculta una dimensión antropológica". Hasta tal punto que el padre Guillaume de Menthière, cura en París, ha debido añadir un módulo sobre este tema en sus preparaciones para el matrimonio.
¿El dinero está para ser gastado, acumulado o transmitido? ¿Cómo dar a esta preocupación su justo lugar?
Antes incluso del compromiso, la elección del contrato matrimonial pone de manifiesto las aspiraciones de cada uno.
En el régimen de gananciales, el más coherente porque traduce económicamente la indisolubilidad del matrimonio, los bienes adquiridos durante la vida conyugal se comparten a partes iguales entre los esposos.
En el régimen de separación de bienes, en cambio, cada uno sigue siendo propietario de lo que gana. Los novios deberían hablar de lo que les inspira el contrato elegido –a menudo propuesto por los padres o de manera unilateral–, porque uno de los esposos puede molestarse y leer en la propuesta cierta desconfianza en la pareja.
"En caso de problema, él quiere que el dinero se quede en la familia", interpretó una joven esposa al saber que su prometido se orientaba hacia una separación de bienes. Sin embargo, el marido la tranquilizó cuando le explicó que, tras haber creado una empresa, elegía ese contrato para protegerla a ella en caso de quiebra.
A modo de reflexión, las parejas se contentan con responder a la pregunta: "¿Quién paga qué?". Cuando llega el niño, ¿se aborda de verdad la cuestión de que la mujer se quede en casa o a menudo se vuelve tabú?
Aldo Naouri, especialista en relaciones intrafamiliares, dedica a este tema un lugar importante en su libro Les Couples et leur argent [Las parejas y su dinero]. Según él, el acceso de las mujeres al mercado laboral ha supuesto "un cambio brutal en las mentalidades de nuestros prójimos, hombres o mujeres, que todavía no se ha digerido por completo".
La mujer que decide quedarse en casa privándose de un salario es un punto que se menciona también cada vez más en los conflictos conyugales que encuentra Sabrina de Dinechin, presidenta de la Asociación de mediadores familiares cristianos, de Francia.
La mediadora debe recurrir a todo su talento para que las parejas comprendan que "no se participa solamente en las necesidades de la pareja aportando el dinero contante y sonante, sino también a través del día a día, sobre todo con los cuidados que una madre puede prodigar a su hijo: atención, tareas, tiempo…".
Una madre que no gana dinero debería poder disponer del que gana su marido e incluso llevar las riendas de la economía común, aportando cada uno así su granito de arena específico dentro de la familia.
Ya sea la cuenta común o se realicen pagos compensatorios, "no hay equidad financiera objetiva en una pareja", advierte la mediadora familiar Véronique Gervais. Ahí está todo el problema.
El dinero no representa siempre lo mismo para ambos esposos. Primero, que los padres hayan sido dispendiosos o ahorradores puede tener una incidencia sobre la manera de considerar el dinero para sus hijos.
Convendrá entonces que los esposos "se desarraiguen de sus lugares de origen para volver a arraigarse por fin juntos", explica Aldo Naouri.
Luego, el dinero puede tener una carga simbólica diferente. Un hombre muy ocupado puede compensar su ausencia colmando a su mujer económicamente, por ejemplo.
"El dinero es más que el dinero", analiza la mediadora familiar. "No es necesariamente mezquino aferrarse a 10 euros, puede responder a una petición de reparación, a una necesidad de seguridad, a una forma de afirmarse, de existir a los ojos del otro".
El dinero puede representar el éxito, el poder o una prueba de seguridad. Uno puede trabajar demasiado porque necesite valoración, el otro por falta de seguridad afectiva. Si las parejas llegaran a ahondar en la fuente de sus desacuerdos financieros, podrían comprenderse mejor.
Tanto más cuanto que toda la vida matrimonial está jalonada de dilemas financieros, como señala Dominique Larricq, monitora del equipo francés de parejas Tandem: "¿Viajar o ayudar a un familiar?", "¿Comprar o dejar en herencia?".
"En cuanto cada uno tenga claro cuál es su relación con el dinero, se puede reflexionar en pareja sobre su justo uso común", explica Flore Barbet-Massin, coordinadora del programa Zachée.
Este programa francés de autoformación de trece tardes siguiendo la doctrina social de la Iglesia, con clases y grupos de conversación, propone sobre todo ejercicios prácticos.
Al identificar sus "posesiones fútiles y fértiles", Flore y Christophe, por ejemplo, "se han percatado de lo que les estorbaba". Al conocer mejor sus puntos débiles mutuos, pueden comprenderse más y ayudarse a no caer en sus excentricidades.
Flore se resiste más a la "terapia a través de las compras", como la llama con humor; Christophe se obliga a seguir mejor las cuentas para tranquilizarla. Juntos, aprenden a "saber dónde poner el acento" entre el gasto y la acumulación…
Las decisiones económicas de la pareja mostrarán una adhesión al espíritu del mundo, o al contrario, su distanciamiento. Ahí es donde el dinero puede marcar concretamente sus prioridades. "¿Renunciar a la jubilación o pagar los estudios de los niños?", las dos partes pueden divergir.
Frente a los puntos muertos, el padre Geoffroy-Marie remite a una cuestión más fundamental: "¿El uso de mi dinero me permitirá llegar a ser quien soy, en relación con mi persona, mi cónyuge o nuestra relación de pareja?".
Tanto si gestionan la abundancia como la carencia, la pareja cristiana debe preguntarse sobre su relación con el dinero a la luz del Evangelio. ¿El peligro? "La idolatría", según el padre Geoffroy-Marie, o cuando la relación con el dinero pesa sobre la pareja hasta el punto de influir en la percepción del sentido mismo de su vida.
Una pareja no se define por su riqueza o su pobreza material, sino por lo que es de verdad. ¿Convertirse en propietarios le va a ayudar a crecer? ¿Hay que aceptar ese trabajo mejor remunerado pero que exige más tiempo?
Querer acumular a cualquier precio, incluso con el objetivo de transmitirlo, conlleva el riesgo de hacer del dinero un dios. Y, por tanto, separarse de Dios.
"¿Cómo encontrar un empleo justo del tener para permitir un crecimiento del ser?", pregunta el padre Geoffroy-Marie, que señaló que "una persona anclada en el ser tiene una relación más fácil con el dinero, más desapegada".
El sacerdote "insta a los prometidos" a que hablen de ello y repite con insistencia en sus retiros de Troussures que es necesario hacer balance en pareja una vez al año.
De hecho, "detrás de la relación con el dinero, hay una relación con la vida y quienes no hablan de ello ponen entre paréntesis un lugar importante de su vida de pareja", dice el padre Geoffroy-Marie.
El padre Geoffroy-Marie pide luego a los cónyuges que se pregunten cómo pueden tener en cuenta el peligro del dinero, denunciado en la Biblia.
"¿Por qué Jesús ataca tanto a los ricos? No por sus cuentas bancarias, sino porque esas riquezas pueden convertirse fácilmente en alienación". La riqueza es neutra si no afecta ni al ser ni a la felicidad de la pareja y si no inspira una lógica de posesión.
Sentirse culpable por poseer resulta estéril, pero el dinero puede ayudar a crear relaciones con los demás a través de dar y de compartir. ¿Ser esposo y esposa no es también ayudarse mutuamente a tomar buenas decisiones?
Olivia de Fournas