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Cómo conciliar un trabajo muy absorbente y la crianza de los hijos

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Edifa - publicado el 03/11/20
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¿Ser madre o padre y tener un trabajo con mucha responsabilidad es realmente una ecuación imposible?Entre el deseo de triunfar, el gusto por el trabajo bien hecho, el deseo de ver a nuestros hijos florecer a nuestro lado y los riesgos de un exceso de inversión laboral o de ‘burnout’, ¿cómo encontrar el equilibrio entre la vida profesional y la vida como padres y madres?

Conciliar el trabajo y los hijos resulta para muchos un trabajo de funambulista. Trabajo, lazos sociales, necesidad de descanso o incluso compromisos caritativos drenan el tiempo de los padres, a veces en detrimento de los hijos. ¿Cómo remediarlo y acercarse a un equilibrio justo? Explicaciones con Etty Buzyn, psicóloga y psicoanalista.

¿Ha constatado usted que padres y madres no están lo bastante presentes en la casa?

Lucho contra eso a partir de lo que oigo en las quejas de diversos niños. Los niños son muy lúcidos y tienen unas expectativas con respecto a sus padres. Algunos padres viajan mucho, como una madre que conozco que, al volver de Bruselas un domingo por la noche, volvía a marcharse el jueves por la mañana hacia Sídney. Recibí a su hijo de 10 años, que se enfrentaba constantemente a la maleta de su madre en el pasillo. Como el padre estaba muy ocupado con su trabajo, el niño decía estar siempre enfermo y se sentía como abandonado.

¿Qué impacto existe para los niños?

Las consecuencias a veces son importantes. Algunos somatizan, como este niño que mencionaba, y terminan por perder confianza en su entorno y en los adultos en general. En la edad adulta, ¿reproducirán este tipo de patrón o, por el contrario, se convertirán en padres sobreprotectores?

En lo que concierne a los más pequeños, es todavía peor, porque un bebé confrontado a una ausencia que no puede comprender quedará más traumatizado que un niño de 10 años. Al niño pequeño, la ausencia muy prolongada de los padres puede parecerle como una desaparición porque, hasta los dos o tres años, su control del tiempo es limitado.

Esta capacidad de memorización aumenta a medida que crece y, a partir de los tres años, empieza a dominar mejor la noción del tiempo. A estos niños que sufren la ausencia de un padre o madre, se les puede aconsejar: “Cierra los ojos e imagina la cara de tu padre o tu madre, ¿le ves? Piensa que él/ella también ve tu cara y la conserva en su mente, como tú”. Este procedimiento le permite dar presencia al padre o madre, con la ventaja, además, de tranquilizar al niño.

¿Cómo pueden los padres paliar aún más su ausencia?

Cuando trabajaba en neonatología, proponía a padres y madres angustiados ante la idea de marcharse del lado de su hijo que le confiaran un objeto personal. Niños y padres se sienten más tranquilos gracias a este vínculo simbólico. Lo sigo aconsejando hoy día.

Los padres a menudo están más ausentes que antes debido a las frecuentes separaciones de parejas y es importante que confíen al niño un objeto (una fotografía, una bufanda…) que establezca ese vínculo, como una extensión de ellos mismos. El niño, que cree fácilmente en lo mágico, confía en ello: su padre volverá a recuperar lo que le pertenece.

También pueden enviarle pequeños mensajes escritos o de texto o de audio, muy prácticos hacia los 7-8 años. La llamada telefónica está prohibida para los más pequeños porque, desconcertados, les cuesta comprender de dónde viene esa voz en off.

Por el contrario, el teléfono puede ser beneficioso para los más mayores, con la condición de no llamarles de noche, ya que hay peligro de dejarles nostálgicos de sus padres y perturbar su sueño.

Usted critica que les pedimos a los niños que sean razonables, que intenten comprender que sus padres deben ausentarse.

Sí, y se lo pedimos cada vez más temprano. Y es que, aunque el niño es digno de respeto, está lejos de ser una persona adulta. Pensamos que todo está resuelto porque les explicamos los acontecimientos. Es un error. Aunque es bueno verbalizar la situación, no hay que decir demasiado y caer en unas explicaciones que no le conciernen. Eso únicamente puede angustiarle más.

¿No corresponde más bien a los padres y madres el entender las necesidades emocionales de sus hijos?

Cuando las madres tienen responsabilidades profesionales importantes, les resulta muy difícil renunciar a ellas, aunque los niños lo vivan mal, ¡convertidos en figurantes a los que se les dedica las migajas del tiempo que sobra! ¡Están lejos de ser prioritarios y se dan mucha cuenta de ello!

Antes de fundar una familia, quizás sería deseable que los padres se preguntaran de cuánto tiempo podrán disponer para estar presente con sus hijos.

Hace poco recibí a una mujer, madre de tres hijos, con un trabajo prestigioso. Los niños se peleaban sin parar y la más pequeña iba bastante mal. Sin embargo, tienen toneladas de actividades pero nunca una tarde con su madre o con su padre. La tendencia actual de querer tener ocupado al niño a toda costa es una forma de quitarse del problema.

La solución habitual es que una tercera persona cuide del niño. Es necesario también que sea alguien de confianza, porque veo algunos niños en manos de canguros que no les ofrecen unos cuidados adaptados: en el parque público por ejemplo, los niños están atados en sus cochecitos mientras ellas charlan entre ellas.


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En mi libro La Nounou, nos enfants et nous (“La niñera, nuestros hijos y nosotros”), propongo que los padres adviertan a la niñera, para no pillarla a traición, de que se pasarán de vez en cuando antes de tiempo para ver cómo se desenvuelve. ¡Es fundamental estar atentos a lo que viven los más pequeños que no pueden decir nada al respecto!

¿Dónde está el límite de tiempo dedicado al trabajo?

Lo ideal sería que uno de los padres al menos esté presente con los niños pequeños, para compensar la ausencia del otro.

El niño, para construirse, necesita apoyarse en una “base de seguridad” en su entorno. Si no puede encontrarla, se multiplican los síntomas, sobre todo en el registro del sueño.

Imponerse un tiempo compartido con el niño debería ser un esfuerzo prioritario. Implico cada vez más a los padres y los pongo ante sus responsabilidades.

Educar es aceptar las obligaciones familiares y, si se quiere tener una actividad profesional a pleno rendimiento, es mejor esperar hasta haber salido de esta interdependencia padres-hijos.

Estaría bien que los padres tomaran conciencia de que el equilibrio psicoafectivo de un niño depende en gran parte de su presencia y del tiempo que dedican a la familia.

Florence Brière Loth

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