Desde la más tierna infancia, tenemos que ayudar a nuestros hijos a decir la verdad. Pero, para ello, primero hay que comenzar por dar buen ejemplo.
La armonía tan valiosa para la vida familiar pasa por un clima confianza que necesita sinceridad. Por desgracia, constatamos en nuestros hijos una aptitud para la mentira que se prolonga seriamente en la adolescencia. ¿Qué hacer para salir de estas espirales traicioneras que minan la confianza y nos ponen en un nefasto estado de sospecha?
Ayudar al niño a verbalizar el miedo que le impulsa a mentir
La gravedad de esta actitud depende, evidentemente, de la edad del niño pero, como ya sabemos, si dejamos que se instale una mala tendencia permitimos que se convierta en hábito e incluso dependencia, tanto que se vuelve difícil pasar sin ella. A partir de los seis años, muchos niños tienen esta tendencia a no decir la verdad. ¡Cuidado! No decir la verdad con esta edad no es todavía mentir aunque, de hecho, el niño pueda intentar ocultar la verdad.
Esta reacción es, a menudo, la consecuencia del temor que lo inunda al darse cuenta de que ha hecho una travesura, que ha lastimado a su hermano o que ha sido sancionado en el colegio. El miedo es mal consejero y desencadena un comportamiento inapropiado.
El papel de los padres es, por tanto, ayudar al niño a verbalizar este temor que le impulsa a ocultar la verdad y, luego, a liberarse de este miedo. “Falta confesada, medio perdonada”, dice un refrán francés.
Para que el niño lo crea, comencemos por aprender nosotros mismos a no dejarnos invadir por nuestras emociones, como la inquietud por una mala nota o un retraso, la ira frente a una desobediencia o una pelea… Al contrario, sepamos aceptar estos acontecimientos con la perspectiva que conviene a todo educador. Entonces, el niño liberado del temor frente a las reacciones parentales podrá encontrarse más cómodo en la verdad.
No etiquetar
No encasillemos al niño reduciéndolo a su acto. Es muy diferente decirle “No has dicho la verdad” que “Eres un mentiroso”. Dediquemos el tiempo necesario a nuestros pequeños para hacerles decir toda la verdad. Sin embargo, la revelación de la verdad no significa reparación y es esta reparación exigida por los padres lo que permitirá el perdón total de la falta.
Dar buen ejemplo a los niños
Sin embargo, cómo podría el niño aprender a ser sincero si nosotros, sus padres, nos permitimos “disfrazar” la verdad: ¡qué fácil es poner una excusa para ocultar la verdadera razón de una ausencia! ¿Cuántos padres ajustan la planificación escolar con falsas coartadas (es decir, mentiras)?
Esta actitud cómoda es contraria a la rectitud que reclama la sinceridad. ¿Nos sorprenderíamos entonces por que nuestro adolescente fuera coherente con aquello que ve y vive? Disfrazar la verdad, mentir, hacernos un favor… Pero ¿qué ejemplo somos para nuestros hijos?
Inès de Franclieu
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