Consejos y trucos concretos para organizar visitas enriquecedoras y lúdicas al museo los niños Llevar a nuestros hijos al museo no siempre es tarea fácil. Sin embargo, es un buen medio para iniciarles en la belleza.
Aquí tienen algunas claves para convertir una visita didáctica en un viaje fantástico.
Dejar que el niño disfrute por sí mismo de las obras de arte
“Para conseguir llevar a los niños al museo, ¡sin duda tengo que estar muy en forma!”, suspira Astrid. Pero ¿por qué hacer todo un mundo del museo e imponer de entrada una intención intelectual a la visita? “Hay una manera excesivamente didáctica de llevar al niño al museo, con paradas obligadas en la visita.
Pero también podemos disfrutar de un cuadro desconocido, el adulto debe dejarse llevar por el niño y facilitar un encuentro personal entre el niño y la obra”, recomienda Dominique Gauthier, conferenciante independiente.
¿Por qué no dejar al niño a la entrada de una sala para que elija el cuadro ante el que le apetezca detenerse? La imagen sigue siendo el punto de partida, la prioridad. El objetivo es que el niño se apropie de un cuadro, lo contemple, lo describa.
“Los padres quieren mostrar demasiado. La duración ideal se sitúa entre los veinte minutos y los tres cuartos de hora, incluso para adolescentes”. Los niños no tienen la concentración necesaria para contemplar correctamente varias obras seguidas.
Para los más pequeños, la prioridad no es informarse sobre la vida de los pintores o indicar el movimiento artístico en el que se inscribe un cuadro o una escultura… La idea es familiarizar al niño con un lugar donde pueda “hacer amigos” que se llamen Miguel Ángel o Vincent van Gogh. Hay que motivarlo, evitar que se frustre… y que le entren ganas de volver a hacer una visita.
Es la razón por la que es primordial la forma en que se presenta el museo al niño. Primero, como los niños son esponjas, apreciarán aquello que encante a sus padres. Es inútil que los padres alérgicos al arte contemporáneo lleven a los niños a un festival vanguardista, al menos no al principio.
Del mismo modo, en un día de lluvia o de mal humor la visita tendrá menos probabilidades de dejarles un buen sabor de boca. En cambio, si los adultos han preparado el momento, por ejemplo, mostrándoles cuadros en un libro, habrán despertado la curiosidad de los más pequeños. “Hay algo emocionante en dirigirse expresamente a un lugar con el objetivo de ver allí algo especial”, confirma Françoise Barbe-Gall, historiador de arte.
¿Cuándo empezar con las visitas “detalladas” al museo?
Entre los 8-10 años, los niños pueden dirigirse ellos en al museo, buscar un cuadro expuesto y leer los carteles. Y como su universo visual está poblado de personajes heroicos o violentos, que ilustran el bien y el mal, les encantan las situaciones de enfrentamiento, los héroes pintados o esculpidos, los cuadros del Antiguo Testamento, de la mitología, imágenes que hagan reír, que causen temor, figuras extrañas o monstruosas, escenas de la vida cotidiana de otras épocas…
Les gustan los personajes, pero también los pequeños detalles. Buscan animales y objetos dentro de los cuadros, disfrutan encontrando en las escenas gestos con los que están familiarizados, como en la cocina o en el salón y las fiestas que celebran.
Los niños se apropian también de lo que miran. Luego le toca al adulto saber aprovechar cada situación: “¿Has visto cosas que se parezcan a esto?”. No es obligatorio comenzar por obras “fáciles”. ¿Por qué no guiar directamente a los niños por los “clásicos”?
“Los niños se ven confrontados cada vez más con la fealdad, con el grafismo a veces horrible de los videojuegos, así que nunca es demasiado pronto para enseñarles la belleza”, opina Dominique Gauthier.
Traer el museo a casa
A partir de los 11 años, los niños están orgullosos de aprender el vocabulario de los expertos. Podremos “ayudarles a descubrir nociones como claro / oscuro, cargado / ligero, transparente / opaco…”, asegura Françoise Barbe-Gall.
Y también animarles a interesarse por la personalidad del artista y por el movimiento al que pertenece. Será fácil apoyarse en el catecismo, el programa escolar y los datos históricos para presentar una escena bíblica, el retrato de un político, una batalla militar…
Cuanto más vayan al museo, más orgullosos estarán de poder establecer conexiones entre las obras. Entre los impresionistas, les encantará diferenciar a Renoir, Monet y Degas.
A partir de los 14 años, podemos animar a los adolescentes a ir solos al museo. Y también traer el museo a casa, por ejemplo, suscribiéndolos por su cumpleaños a una revista de arte especializada.
Y la tarde de la visita, ¿por qué no organizar un mini debate en casa? En el programa, preguntas del estilo a: ¿por qué nos gusta o no este cuadro? ¿Qué obra nos ha impresionado más?
La actualidad –como los desfiles de moda que utilizan la Virgen con el Niño en los vestidos o la destrucción a manos de terroristas de obras históricas– puede ser una buena fuente de debate. A los jóvenes les encanta ir a la exposición del momento, de la que ven los carteles por la calle.
Los más pequeños pueden ir también al museo
A menudo, los padres no se animan a llevar al mayor porque los hermanos menores son demasiado pequeños. Pero existen medios para que los hermanos y hermanas más pequeños no se queden atrás. Podemos colocarlos delante de un cuadro y pedirles que busquen un animal o un color particular.
Al final de la visita, cada niño puede comprarse una postal o dibujar por sí mismo la obra que más le haya gustado, para luego pegarla en una libreta u olvidarla en un cajón. Cuando luego, por azar, encuentre el dibujo, los recuerdos de la visita le vendrán a la mente. Así irá forjando su mundo interior, forrado con una geografía íntima familiar.
No hay que perder de vista que el gusto por el arte no debe ser un deber escolar para intentar crear a cualquier precio un futuro Picasso… Nos puede encantar Van Gogh porque ojeábamos un álbum de pinturas en casa de nuestros abuelos, el arte moderno porque hemos disfrutado de la libertad y la comicidad de las instalaciones al aire libre, y Dalí por un cartel colgado en un pasillo del colegio…
Ir a un museo no es sólo una formación intelectual o histórica, sino la creación de recuerdos comunes y momentos privilegiados compartidos.
Olivia de Fournas