Podemos llegar a mantener una relación perturbadora con el dinero, ¿cómo prosperar en la vida sin que los bienes materiales sean nuestros dueños?Las exigencias de Jesús en materia económica son tan radicales como en materia conyugal:
“El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio” (Mt 19,9)
“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos” (Mt 19,24).
En ambos casos, los discípulos exclaman que es imposible:
“Si esta es la situación (…), no conviene casarse” (Mt 19,10)
“Entonces, ¿quién podrá salvarse?” (Mt 19,25).
Jesús les responde que deben pedir a Dios la gracia de comprenderlo y de vivirlo:
“No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido” (Mt 19,11)
“Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mt 19,26).
Claro como el agua: para vivir un ideal así, hay que suplicar al Señor que nos dé la gracia para ello.
Además, en los Evangelios, esas dos exigencias enmarcan unas palabras donde Jesús afirma claramente la necesidad de reconocer nuestra pequeñez para entrar en el Reino.
Un día en que habían venido madres a presentarle sus niños, Él dijo a sus discípulos:
“Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos” (Mt 19,14; Mc 10,14; Lc 18,6).
Es siempre el mismo mensaje: para prosperar en la vida, hay que abandonarse con confianza en los brazos del Padre.
Pero concretamente, al mismo tiempo que reclamamos la ayuda del Señor, ¿qué hacer para no sucumbir a la seducción del dinero y la comodidad que permite?
No al consumismo
Intentemos primero romper el muro de silencio que a menudo nos impide conversar sobre estas palabras tan fuertes del Evangelio. Es un tema tabú. ¡Y con razón!
Nos falta dinero para la realización de nuestros deseos legítimos: la compra de una vivienda más espaciosa para la familia o la escolarización de un niño en un centro que implica más gastos.
Así que, ¿cómo confiar a nuestro cónyuge que querríamos dedicar una parte más abundante del presupuesto familiar a aliviar la miseria del mundo? ¿Cómo sugerirle “amablemente” que quizás podría gastar menos en esto o aquello?
¡Es algo extremadamente delicado de decir! ¡Es delicado incluso de escribir!
O quizás, en el caso contrario, nuestra cuenta ya está en números rojos. ¿Dónde encontrar personas susceptibles de ayudarnos, a quienes confesar que tenemos necesidad de un préstamo? ¿Cuál será su reacción?
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Por el abad Pierre Descouvemont