¿Podemos perdonar a nuestro cónyuge sin olvidar lo que ha hecho, sobre todo cuando se trata de una infidelidad? ¿Es realmente perdonar cuando no se olvida? Y ¿cómo recuperar la alegría de vivir nuestro compromiso de matrimonio superando una prueba así?María y Pablo están en el núcleo de esta desgarradora tensión, viven un sufrimiento que ambos califican de intolerable y no saben cómo salir de él.
En efecto, Pablo (aunque podría haber sido María) ha tenido una aventura extraconyugal que su esposa acaba de descubrir.
Han analizado el suceso, comprendido mejor la secuencia mortífera de acontecimientos para su pareja y han decidido enderezar el barco, cada uno por su lado.
Se han pedido perdón, pero se hieren con recuerdos de la ofensa que reviven en arrebatos de cólera. Y esto les impide retomar serenamente su compromiso matrimonial y superar esta afrenta.
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¿Qué es perdonarse? ¿Sería el olvido voluntario de la traición, del daño y de la amargura que suscita la ofensa? La reacción airada es justa, pero a menudo degenera en un deseo de venganza y destrucción.
La herida a veces es muy penetrante ante lo que la víctima considera una injusticia: “No merecía esto”.
El o la que ha provocado esta ofensa está en deuda con respecto al ofendido u ofendida. Perdonar no es borrar la herida de la ofensa, sino su deuda.
Para lograr perdonar, hace falta entrenamiento, lo cual requiere esfuerzo y tenacidad. Eso permitirá, afrontando nuestros propios límites y aceptándolos, abrirnos a la compasión ante los límites de los demás.
En lo que refiere a la herida, todavía hará falta tiempo para que el dolor se mitigue… En cuanto a la cicatriz, permanecerá para siempre.
Jesucristo porta para la eternidad los estigmas de nuestras infidelidades. Sin embargo, él nos ha liberado de nuestras deudas para poder dar testimonio solo de su amor, hasta el final, demostrando que no hay mayor prueba de amor que volver a dar todo su amor al infiel.
Así que, no olvidemos que, cada día, al recitar la oración que hemos recibido del Señor, nos dirigimos al Padre atreviéndonos a decir: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (traducción literal del griego del Evangelio según san Mateo 6,12).
Y después de suplicar así a Dios nuestro Padre, ¿no perdonaremos su deuda, por gigantesca que sea, al elegido o elegida de nuestro corazón?
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La curación requiere tiempo
Cuando viene el momento del perdón a pesar del sufrimiento, a menudo sucede algún fenómeno que reaviva el dolor y perturba el camino de regreso hacia el otro.
Se trata de acontecimientos –reencuentros, imágenes, conversaciones– que vuelven a sumergir a los cónyuges en el recuerdo de los acontecimientos de la discordia.
¡Y si las personas machacan esos pensamientos mórbidos, se arriesgan mucho a convertirlos en estatuas de sal! El futuro constructivo necesita que no nos regodeemos mirando atrás.
Si María encuentra dificultades para salir de esos pensamientos incontrolables, será necesario buscar ayuda de profesionales competentes. Y Pablo deberá aceptar que ese trabajo de curación requiere tiempo.
Antes de que puedan decir junto con Jeremías (31,34): “No me acordaré más de su pecado”.