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12 claves para dar una dimensión profunda y espiritual a las amistades

FRIENDSHIP
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Edifa - publicado el 02/07/20
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Estudiando las relaciones de amistad, el cardenal John Henry Newman descubrió varios métodos para entablar y conservar las amistades verdaderas. ¡Descúbrelos sin esperar y aprende a cultivar tus amistades!

Filósofo, teólogo, poeta… el cardenal inglés John Henry Newman (1801-1890) cultivó la amistad toda su vida. Newman, que fue canonizado por el papa Francisco en octubre de 2019, tenía, en efecto, un auténtico talento para entablar relaciones profundas con quienes le rodeaban.

Aquí tienes 12 claves que definió para crear una amistad fuerte y sincera.

Existen predisposiciones a la amistad

Newman atraía la amistad como un imán atrae el metal. Era a la vez muy distante y muy afectuoso, ¡todo un inglés! Se dice que solo podemos tener un auténtico amigo en la vida, pero él los tenía a puñados. Como cardenal, escogió este lema: Cor ad cor loquitur, “el corazón habla al corazón”, y demostró una capacidad de acogida excepcional.

La fidelidad, primera condición de la amistad

¿Te escriben? Escribe. ¿Te hablan? Escucha. ¿Te preguntan? Responde. ¿Te piden consejo? Ayuda y anticipa la necesidad del otro.

Cuando piden a Newman fundar y dirigir la Universidad Católica de Dublín, después de su conversión en los años 1850, insiste en asistir a todas las clases, a todas las lecciones. No para criticar, sino para estar ahí y mostrar a los estudiantes y a los profesores la atención que les pone a ellos y a su trabajo.

Las amistades se conservan gracias al intercambio

Para Newman, la amistad se mantiene con las visitas, pero gracias también a la correspondencia. La suya es única: ¡más de 30.000 cartas! Escribía de cinco a diez cartas al día. Su correspondencia es un bloque de amistad.

Newman leyó varias veces Ética a Nicómaco, de Aristóteles (siglo V a.C.). Esta obra presenta a la vez el arte y la ciencia de lo que es la amistad: su finalidad, lo que hay que hacer para conservarla, etc. El objetivo, según el filósofo griego, no es hacer que la otra persona se convierta en lo que somos, sino ayudarle a ser mejor que nosotros. Amar en la amistad es desear el bien del otro.

La amistad no teme la diferencia

Newman jamás tuvo miedo de la “diferencia” social o cultural. Supo estar próximo a las personas humildes, a esa población obrera de Birmingham, que contrastaba mucho con el elitismo de Oxford. De noche, sale a visitar a los pobres y les ayuda con gestos concretos.

Estas personas no son amigos en el sentido propio del término, pero son ese “prójimo” a quien quiere amar.

Tras su muerte, más de 20.000 personas de todas las clases y confesiones se congregaron para honrar sus restos. ¡Fueron a saludar al amigo en que se había convertido para todos ellos!

La amistad obliga a guardar una distancia

Preservar cierta distancia es, según Newman, una condición sine qua non para una amistad duradera. No solamente para evitar una fusión afectiva esterilizante, sino para no perder de vista nunca esa mirada que dedicamos al amigo. Siempre bajo la luz de esta mirada, la amistad es puesta a prueba, discernida, incluso purificada cuando lo necesita.

No hay amistad sin verdad

Para querer aquello que la amistad quiere, hay que amar al otro “fuera de sombras e imágenes, en la verdad”. Sin embargo, el único que permite amar de verdad es Cristo, que conoce mejor que nosotros a aquel a quien nos da como amigo.

Es también la Misericordia, y su gracia es indispensable para perdonar al amigo que traiciona, engaña y/o miente. “Él ama a cada uno de nosotros como si no hubiera otra persona a la que amar”, escribe Newman en su novela Callista.

La amistad a costa de la libertad

Para hacerse católico, Newman debe decidir entre la afectividad –que la amistad implica siempre– y la verdad. Toma esta crucial elección a los 45 años, cuando es una de las personalidades más influyentes de la Inglaterra de su época. Esta elección lo excluye de su comunidad. Pierde a todos sus amigos. No los recobrará en veinte años. Permanecerá prácticamente solo, rodeado de algunos católicos recién convertidos pero más jóvenes que él, entre ellos Ambrose Saint-John.

No escogemos a la familia, pero escogemos a los amigos. Es una elección a veces dolorosa, pero también una gracia para que vayamos, juntos dos o más, hacia una verdad mayor sobre nosotros mismos.

Aceptar la decepción

Todas las criaturas decepcionan porque esperamos siempre demasiado de ellas. Las imperfecciones y las decepciones solo pueden ser perdonadas desde la mirada de Cristo, el amigo que no decepciona nunca. La amistad quiere algo distinto de una afectividad plena. Desea que el amigo se desarrolle y madure: “Que él crezca y que yo disminuya”. En este sentido, la amistad “sirve” para algo: para crecer mutuamente.

La amistad consume y necesita tiempo

La amistad supone cierta distancia física, pero también implica una “distancia” en el tiempo. El tiempo permite la madurar los sentimientos y profundizar en la relación. La amistad es como una tierra que se colorea de forma distinta según las estaciones: puede ser “cálida” y estival en los inicios, luego atravesar un invierno de desnudez para luego ir recuperando colores… Pero una auténtica amistad no termina nunca. La aceleración actual y el estrechamiento de los tiempos dan la impresión de cierta superficialidad en las relaciones, no caigamos víctimas de ello.

El amigo es un misterio

El otro, en su verdad más profunda, sigue siendo un misterio que solo será desvelado en el más allá. Solo podemos dar vueltas a su alrededor: su secreto nos escapará siempre aquí abajo. Igual que nunca accedemos al centro de nuestro ser, tampoco conoceremos verdaderamente a nuestros amigos, no hasta lo más hondo. El misterio del otro permanece inagotable; el nuestro también: giramos alrededor de nuestra semilla más íntima sin poder penetrar en ella.

La amistad es un reflejo de la amistad divina

Después de una experiencia espiritual sucedida en 1816, Newman extrae la conclusión de que solamente hay dos seres absolutamente reales en todo el universo: “Yo mismo y mi Creador”. Esta convicción va a determinar su relación con las cosas y los seres.

Es en el interior de esta relación fundamental donde acontecen las meditaciones que son nuestras amistades humanas; como vitrales, como iconos, reflejo de esta amistad primera y original. La dinámica de la amistad, según Newman, es la vuelta a lo Esencial. El mundo de aquí abajo pasa rápido, permanezcamos arraigados a lo largo de toda nuestra vida en Cristo. Hacerlo más tangible, más visible que este mundo tangible y pasajero, es lo que desea Newman.

Nuestros amigos nos revelan a nosotros mismos

San Bernardo decía: “Está aquel que creemos que somos. Está aquel que los otros creen que somos. Y está aquel que somos”. Esa persona solo la conoce Cristo, que un día nos dará un guijarro blanco sobre el que estará grabado nuestro verdadero nombre.

Existe un desdoblamiento entre quien creemos que somos y quien somos. En nuestros amigos, en cierto modo, vemos como el reflejo de nuestro “yo” profundo. Por tanto, para acercarnos a él, miremos a nuestros amigos: dime a quién amas y te diré quién eres. Pero un auténtico amigo es un raro obsequio… Hay que pedírselo a Dios.

Luc Adrian

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