“¡Te quiero!” Para algunas personas, esta frase es muy valiosa. Y sin embargo, el amor no se demuestra siempre con estas tres palabras…
En los sacramentos, la Iglesia exige una palabra y un gesto. Si el sacerdote vierte el agua sobre la frente del niño sin decir “Yo te bautizo”, el bautismo es inválido. Si un cónyuge pasa la aspiradora pero nunca dice al otro “Te quiero”, ¡tampoco vale!
Es la misma actitud que se exige hacia Dios: “No tengo ganas de hacer la oración de la tarde, no tengo tiempo”. Sin embargo, es precisamente al hacerlo el día en que el deseo no es tan ardiente cuando manifestamos nuestro amor, cuando amamos más y mejor. En la pareja también, los actos deben ir unidos a las palabras.
Virtudes sencillas
Vivir día a día los pequeños gestos de amor permite mantener vivo el fuego. Además, estos actos de amor voluntarios que pueden costar en el momento te alejan del amor narcisista en el que amas al otro por ti mismo.
A menudo, gracias a estos actos, el sentimiento se despierta y reaparece, purificado, menos egoísta, dilatado. La pareja descubre entonces las cumbres del amor-don: “Amo al otro por él, sin esperar nada a cambio”.
Pero cuidado: los actos que se exigen no son necesariamente regalos suntuosos ni demostraciones grandiosas de generosidad. Son, más bien, pequeños gestos, pero ricos de amor y de sentido.
¿Algunas ideas? Mirar al ser querido, decirle que es una persona extraordinaria, reconocer el trabajo que ha hecho en el día, contarle el tuyo, realizar pequeños servicios sin que sean pedidos, animar al otro en su trabajo…
El camino para el éxito de la pareja pasa por la práctica de unas virtudes sencillas del deber de estado. ¡A veces basta con una sonrisa!
Denis Sonet