Cuando la discreción se convierte en el lenguaje de lo esencial
La Iglesia siempre ha reconocido a san José como el mayor santo de la Iglesia después de la Virgen María. Un Padre de la Iglesia, san Gregorio de Nazianzen (siglo IV), escribió:
“El Señor ha reunido en José, como en un sol, todo lo que los santos tienen reunido en luz y esplendor”.
¿No es esto exagerado considerando lo que sabemos de él? Para responder a esta pregunta, es necesario entender que no es tanto su biografía lo que es importante sino su ser “teológico”. Es decir, su propia existencia en Dios. Su discreción se convierte entonces en el lenguaje de lo esencial.
Maestro de la escucha de Dios
Lo que es absolutamente desarmante es que el lugar de mayor santidad -Nazaret- es también el lugar de mayor discreción.
Una vida tan simple, casi banal. Una vida de amor conyugal y caridad familiar. Una vida marcada por el trabajo. Toda una vida orientada hacia Dios a través de la oración y la observancia de las prescripciones religiosas.
¡Una vida marcada por la obediencia al deber de estado en la monotonía de la vida cotidiana! Nunca terminaremos de meditar sobre esta relación contrastante entre tan eminente santidad y la vida humilde de cada día.
En esta escuela de Nazaret, san José aparece como el doctor del “silencio”. Es un maestro en la escucha de Dios.
Vivió el “Shema Israel” (“Escucha a Israel”) al máximo, rezándolo dos veces al día. Por lo tanto, su silencio no es silencio, sino calidad de escucha.
José no tarda en obedecer: ¡nunca avisado, pero siempre listo! Este es el signo convincente de su abandono, confiando en la divina providencia: “llevó a María a su casa” (Mt 1, 24); se fue a Belén (Lc 2, 4); tomó a la madre y al niño y huyó a Egipto (Mt 2, 13). Después de la muerte de Herodes, regresó a Nazaret con su esposa y el niño (Mc 2, 19-23).
A través de su ejemplo de vida real y bien “encarnada”, el esposo de María, el padre de Jesús y el artesano del pueblo se convirtió en el testigo de una vida auténticamente mística.
Es “justo” porque “es una persona que reza, que vive por la fe y que busca hacer el bien en cada circunstancia concreta de la vida”, dijo san Juan Pablo II.
“No imagines tu santidad: recíbela, constrúyela humildemente”
Lo que no se expresa explícitamente sobre José – esos años de vida de amor y trabajo – nos conduce, por necesidad, a nuestra propia vida cotidiana. Es como si Dios nos dijera a través de José:
“No busques oportunidades de santificación en ningún otro lugar que no sea la realidad de tu vida. No abandones de tu vida para encontrar al Señor. No pienses en tu santidad: recíbela, constrúyela con humildad pero con firmeza, en el curso de los acontecimientos que son todas oportunidades para la obediencia a la voluntad del Padre en el cielo, todas oportunidades para el don generoso de ti mismo, todos lugares para encontrar y vivir lo único necesario: el amor a Dios y al prójimo“.
José: una santidad sin palabras, pero no sin elocuencia. Su silencio nos invita a escuchar a la Palabra, la Palabra hecha carne que está en el centro de su vida y de la nuestra.
Por el padre Nicolas Buttet