La herencia es una etapa delicada en la vida de una familia pues puede perjudicar los lazos entre los hermanos. En muchas ocasiones salen a la luz la insatisfacción, la frustración, el sufrimiento, los celos y los sentimientos de inseguridad provocados por las relaciones familiares a lo largo de toda la vida. ¿Podemos de alguna manera evitar estos conflictos y preservar los lazos entre hermanos?
Desafortunadamente, a veces encontramos el odio donde menos pensábamos que lo encontraríamos: entre hermanos y hermanas. Los problemas de herencia pueden ocasionar enfrentamientos muy duros.
Hay quienes sienten que han sido perjudicados: “¿Qué pasó con las pocas joyas de mamá? ¿Han desaparecido?” “Nuestro hermano mayor quería hacerse cargo de la casa familiar, nos compró nuestra parte, pero subestimó su valor real”…
En general, no suelen coincidir las percepciones que cada uno tiene de aquello que ha heredado. Y eso que hay muchos que optan por un tasador experto para que valores los bienes de la familia.
Están aquellos que son considerados los favoritos, los que parece que se han apoderado de la mejor parte, los que consideran que lo que ha recibido es injusto o justo… (“Aunque tuve algunas ventajas, fue solamente justicia: ¿Quién es cuidó de nuestros padres enfermos?”)
En estas circunstancias, debemos preguntarnos primero si estos problemas de rivalidad entre hermanos no vienen de mucho más atrás en el tiempo.
Los celos que surgen en la infancia
Los celos que aparecen en los casos de herencia a menudo tienen una larga historia. Cuando nace un bebé, los niños no siempre están encantados. Las luchas de poder pueden empezar muy pronto: “¡Nuestro hermano mayor siempre quiso controlarlo todo!”.
El lugar de cada uno en la familia es un factor importante en la formación de los temperamentos y caracteres, y puede explicar la tendencia materna de uno, o la agresividad latente del otro.
El mayor no es el más joven, y el que está “en el medio” puede sentirse como el no amado, el olvidado. Además si los padres tuvieron ciertas preferencias (a menudo inconscientes) o exageraron las cualidades o defectos de uno de ellos, estos celos se amplifican.
Surge un deseo de “recuperarse” algún día, ¿por qué no al discutir la herencia? Así es como una repentina agresividad que será interpretada por los demás como maldad.
¿Pero cómo podemos limitar concretamente estos problemas cuando se plantea la cuestión de la herencia?
Anticipar la herencia antes de la muerte de los padres
La respuesta puede parecer demasiado simple: estos problemas se pueden evitar si se actúa con mucha antelación. Me refiero si se actúa correctamente desde la infancia.
Cuando los niños son pequeños, los padres tienen que enseñarles a resolver las disputas explicando y respetando a los demás. Esto a menudo evitará la acumulación de palabras no pronunciadas.
Además, más tarde, siendo los hijos ya adultos independientes, los padres también pueden anticiparse al tratar con ellos sobre el reparto de su herencia. Una reunión familiar puede entonces permitir a todos expresar sus deseos y objeciones. Se puede temer que algunos no vengan pero sería extraño pues normalmente a todos les suele interesar al tratarse de bienes y dinero.
La dificultad para los padres es que no siempre pueden ser objetivos. Primero porque muchos no son conscientes de sus preferencias y también porque quieren ser justos en el reparto al tiempo que pretenden, por ejemplo, ayudar especialmente a un hijo discapacitado o desafortunado.
Recurrir a un tercero
Si el problema se plantea después del fallecimiento de los padres, conviene recurrir a una tercera persona a la hora de valorar los bienes familiares.
También es posible recurrir a un árbitro aceptado por todos, por ejemplo uno de los hermanos cuya honestidad y abnegación son reconocidas. Su misión no sería tanto resolver problemas materiales sino ayudar a cada uno a expresar su punto de vista y a acoger sin juicios precipitados la opinión del otro, y luego invitar a cada hermano y hermana a reflexionar sobre su relación con el dinero: “¿Por qué estoy tan ansioso de tener lo que reclamo?” o por el contrario: “¿Por qué sufro tanto por sentirme perjudicado?”
El hecho es que no hay una solución milagrosa. Sobre todo, sería necesario que cada uno diera voz a esa parte de amor (visceral) que habita en él, que cada uno hiciera un esfuerzo de empatía para comprender las exigencias de uno y las frustraciones de otro y, en todos los casos, que fuera capaz de perdonar en lugar de juzgar.
Podemos permitirnos acudir al Evangelio donde Jesús llama bienaventurados a los indiferentes al dinero. “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero?” (cf Mt. 16, 26) “Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto”. (cf Mt. 5, 40)
Pero sobre todo en estos momentos los hermanos deberían recordar el mandamiento de Jesús en el Evangelio de San Juan: “Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros” (cf. Juan 13,34)
¡Y es que en realidad, los hermanos se aman mucho más de lo que creen!
Denis Sonet