El Maestro del Infierno revela en este artículos a sus fans cómo hace para provocar el pecado de ira
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Una de mis recetas favoritas es el guiso de la ira. Es necesario pinchar en vivo el corazón del hombre con los clavos del resentimiento, y luego dejarlo hervir a fuego lento durante mucho tiempo en el jugo de rencor. ¡Placer garantizado! A menudo obtenemos mejores resultados con iras preparadas a fuego lento, maceradas, que con grandes iras que no siempre tienen sabor.
Recuerda que el equívoco mata
Para despertar la ira de tu víctima, elige una ofensa muy hiriente. Rodéala de personas que le confirmen que no es la primera vez el ofensor intenta hacerle daño. También arréglatelas para que que el golpe caiga en un punto sensible, que sin saberlo le recuerde una herida del pasado.
Por ejemplo, si tu víctima no se sentía querida por su padre, hazle escuchar la frasecita mordaz de su jefe como una exclusión. Y si alguien prudente le señala que en realidad sufre más por este pasado doloroso – que está reinterpretando – que por la injusticia actual, muéstrale lo absurdo de esta hipótesis. ¿Cómo podrían heridas tan lejanas e incluso olvidadas tener más influencia que una ofensa presente? ¿Cómo podría tener el pasado tanta influencia cuando él no tiene ninguna conciencia de ello?
Lo ideal es que tu presa reciba otras banderillas. Así sentirá lo malvado que es este mundo. Ojalá haya una tarde en el bar para que pueda hablar con sus colegas sobre las injusticias que tienen que aguantar. A las víctimas les encanta reunirse para contar sus historias. Si tu presa se pone a culpabilizarse de criticar a sus superiores, susúrrale que es mejor hablar que tener una úlcera estomacal: esto alivia el estrés. Además, recuérdale, al menos, dice lo que piensa. ¡No es hipócrita!
¡Anima a tu víctima a que rece, sí, a que rece!
Si desafortunadamente tu víctima es una adepta de la oración, aprovecha esta desafortunada circunstancia y anímala a rezar por su jefe. ¡Sí, sí! Cuando empiece a rezar, muéstrale todos los aspectos malos de ese jefe malvado. Si maniobras bien, llegarás a desanimarla profundamente. Por un lado, pensará que no es sorprendente que siempre esté enfadada, ya que no reza lo suficiente para librarse de la ira. Por otro lado, tan pronto como se arrodille, quedará agobiada por su propia amargura.
¡Prudencia! Haz pausas, especialmente cuando su jefe está viajando. Deja un tiempo tranquila a tu víctima. Ella tomará esta tranquilidad interior por virtud y se convencerá a sí misma de que la mejor solución es vivir lo más lejos posible de este innoble explotador.
Sobre todo, procura que nadie le muestre que su jefe es imperfecto, igual que tu víctima. Si maniobras bien, la persona no se dará cuenta de que hierve en su amargura durante años. Cuando llegue el combate final, cuando el Otro haga todo lo posible para sacarla de las arenas movedizas del resentimiento, muéstrale a tu presa el alcance de los daños, haz que se odie a sí misma, desespérala con esta estocada final: ¿cómo el Otro podría amar a alguien tan injusto y colérico?
P. Pascal Ide y Luc Adrian (Inspirado en Cartas del diablo a su sobrino, de C. S. Lewis).