No nos gusta quien no habla de otra cosa que de sí mismo, quien se comporta como un egoísta o que dedica su tiempo a subestimarse. La problemática del amor propio es compleja. ¿Qué actitud tener hacia uno mismo?
Entre todas las facetas del amor, hay una de la que raramente hablamos, y es el amor que sentimos por nosotros mismos. No obstante, la cuestión existe. Y, cuando te examinas u observas a tu alrededor, comprenderás que no es tan fácil amarse a sí mismo.
Mucha gente, y especialmente los más jóvenes, se auto-odia. No les gusta su apariencia, no les gusta su cara, su cuerpo… A algunas personas no les gusta su carácter o su personalidad, especialmente si son tímidos y se avergüenzan fácilmente. Se quieren tan poco que no soportan que los queramos. No encuentran nada en ellos que merezca atención. Son muy infelices.
El egoísmo y el “yo soy odioso”
Hay que reconocer que la cuestión es complicada. El sentido común, como la enseñanza del Señor, no facilita la comprensión de las cosas. Por un lado, se condena el egoísmo, pero por el otro, el proverbio popular proclama que “la caridad empieza por uno mismo”.
Al mismo tiempo, el Señor dice que para ser su discípulo hay que “negarse a sí mismo”, lo que implica renunciar a cuidarse a sí mismo. Pero, en cambio, el Antiguo Testamento dice que hay que amar a los demás como a sí mismo. Lo que implica que tienes que amarte a ti mismo para amar a los demás. Y que solo amaremos realmente a los demás en la medida en que nos amemos a nosotros mismos.
Por un lado, estaremos de acuerdo en decir que el egoísmo es más que un grave defecto, es una actitud personal tan grave que es la principal fuente de pecado, tanto como el orgullo. El egoísta solo piensa en él mismo. Su persona es su propio interés. Tiene un amor desmesurado por él mismo, en detrimento de los demás. Convierte todas las situaciones a su favor.
Termina odiando a los demás hasta el extremo ya que parecen molestarle. Ninguna persona egoísta es comprensiva, porque nada le interesa excepto él mismo. El egoísmo es una caricatura del amor. Pero, por otro lado, ¿qué pasa con el que piensa tanto en los demás que destruye su salud, se vuelve inútil y se convierte en una carga para su entorno?
Ciertamente, nada es más detestable que estas personas que solo saben hablar de sí mismas, de lo que hacen, de lo que han hecho, de lo que les ha pasado, de lo que piensan, de su salud…. ¡y de su perro!
Pero, ¿quién podría ser más insoportable que aquellos que pasan su tiempo denigrándose a sí mismos? Decir cosas malas de ti mismo es, en última instancia, otra forma de hablar de ti. ¿Acaso no debemos amarnos a nosotros mismos? ¿Dónde empieza el egoísmo? ¿Dónde comienza el amor propio legítimo?
Amarse a sí mismo es amar a quien Dios ama
Esta pregunta, que parece tan mezquina, es de hecho una de las contribuciones esenciales de la Revelación de Jesucristo. Y podemos preguntarnos si muchas personas no serían menos infelices si aceptaran escuchar lo que el Señor dijo, si aceptaran que Él las mirara y las amara.
“Jesús lo miró con amor” (Mc 10:21). ¿Qué dice este mensaje excepto que todos son amados por Dios personalmente? ¡Decir eso no es tan trivial como lo parece!
Para Cristo, cada uno existe por sí mismo, cada uno es amado por sí mismo. A cada uno de ellos, el Señor les promete un lugar en el banquete de la boda que un día reunirá a todos los invitados. A cada uno se le colocará un anillo en el dedo como signo de una alianza personal (Lc 15:22).
El mundo se salvaría si todos aceptaran ser amados personalmente por Dios. Amarse a sí mismo es amar a quien Dios ama. Puede que no tenga bastante elementos para ver porque la gente puede amarme, pero sabiendo que Dios me ama, ya no me miro de la misma manera. Así que ya no miro a los demás de la misma manera.
Amarse en el Señor
Ahora podemos ver la diferencia entre la actitud del egoísta y la del que se ama. El egoísta no piensa en Dios ni tampoco en los demás. Solo está preocupado por él mismo. Quiere divertirse, y le da igual los demás. El que se ama en el Señor está en paz con él. No se compara con los demás. Acepta con toda humildad ser lo que es.
Su fuerza proviene de la certeza de que es amado por Dios. Aunque nadie en esta tierra lo haya amado, aunque haya sufrido de no ser amado. Ama a su prójimo como es amado por Dios. El Señor nos pide con insistencia que amemos a los demás como a nosotros mismos, porque sabe que solo el que se mira pacíficamente puede mirar a los demás sin compararse con ellos.
Él los mirará como Dios los mira. Él los amará como Dios los ama. Si todos acogieran esta revelación, ¡qué paz tendríamos en nuestros corazones y qué paz tendríamos en el mundo!
Fray Alain Quilici