En las últimas semanas, la hospitalización del Papa Francisco ha alimentado numerosos rumores sobre la inminente muerte del pontífice, una posibilidad ahora descartada por los médicos. La historia de los papas muestra numerosos ejemplos de asombrosa longevidad de pontífices cuya muerte los medios de comunicación se disponían a encubrirCampaña de Cuaresma 2025
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El 22 de septiembre de 1996, muchos de los 200 mil fieles presentes en Reims en la Misa celebrada por Juan Pablo II con motivo del 1500 aniversario del bautismo de Clodoveo tuvieron la sensación más o menos explícita de despedirse de un pontífice agotado, muy debilitado por la enfermedad de Parkinson, pero también por una apendicitis, de la que finalmente sería operado unos días más tarde en Roma.
A los ojos de los observadores, el sufrimiento del papa polaco hacía que la Jornada Mundial de la Juventud prevista en París en el verano de 1997 fuera aún muy incierta, incluso improbable, y las inscripciones muy escasas… ¡Nadie habría apostado por el éxito popular que reuniría a más de un millón de jóvenes en torno a un papa exhausto pero encantado! Nadie podía imaginar tampoco que Juan Pablo II, ya octogenario, viajaría a Lourdes en 2004, en el que sería su último verdadero viaje al extranjero.
En su libro Un otoño romano, publicado por Belles Lettres en 2018, el periodista Michel de Jaeghere relata el ambiente tan especial que reinaba en Roma en octubre de 1996, cuando el pontífice de 76 años fue hospitalizado. El actual director de Figaro Histoire fue enviado allí por su equipo editorial. En él, describe la extraña atmósfera que reinaba entre los expertos vaticanos mientras se preparaban para su "hora de gloria" y observaban con desdén la llegada de los corresponsales internacionales para descubrir "la máquina vaticana".
"Los rumores se entrecruzan, se retroalimentan, dan vueltas y vueltas. De la nada, se puede hacer un detalle significativo; de una ausencia, un acontecimiento; de un ceño fruncido, una información exclusiva", observa con ironía. Pero la operación de apendicitis fue un éxito, y por fin alivió al Papa de los dolores intestinales que le habían asaltado en varias ocasiones durante el último año.
Pero la salud de Juan Pablo II, desde el atentado del 13 de mayo de 1981 y sus graves consecuencias, ha sido un interminable y esforzado culebrón mediático. El semanario Courrier international titulaba en su edición del 26 de octubre de 1994: "Le Pape se meurt" ("El Papa se muere"). "¿Llevará el Papa a la Iglesia, como espera, al tercer milenio?", se preguntaba el semanario seis años antes del Jubileo del año 2000, que finalmente sería dirigido por un Juan Pablo II más robusto de lo esperado.
La especulación sobre la salud de los papas, un fenómeno antiguo
Juan Pablo II no ha sido el único Papa sobre el que se ha especulado acerca de una muerte inminente. León XIII, fallecido en 1903 a la entonces rara edad de 93 años -más del doble de la esperanza de vida de la población general de la época-, fue el centro de numerosos rumores de enfermedad y muerte a finales del siglo XIX. La película que se hizo de él en 1896, que sigue siendo el archivo de video más antiguo de Italia, fue concebida como una audaz respuesta a estos rumores. No sólo se convirtió en el primer Papa filmado, sino también en uno de los primeros personajes públicos en aparecer en un medio de este tipo.
Su sucesor, San Pío X, tuvo un pontificado más breve y su muerte, en el verano de 1914, se vio ensombrecida por el estallido de la Primera Guerra Mundial. La muerte de su sucesor, Benedicto XV, en 1922, recibió relativamente poca cobertura mediática en un momento en que el perfil internacional de la Santa Sede estaba menguando.
En 1936, se anunció la muerte de Pío XI. "Los días 5 y 6 de diciembre de 1936, periodistas de todo el mundo acudieron a Roma para cubrir las últimas horas de este Papa robusto, deportista consumado que nunca había visitado a un médico", relata Bernard Lecomte en su libro El Diccionario de los Papas (Plon, 2016). Tras diez días de sufrimiento, Pío XI experimentó una "remisión incomprensible", considerada por algunos como un milagro.
Su muerte real, el 10 de febrero de 1939, sigue rodeada de misterio: con motivo de la conmemoración de los Acuerdos de Letrán, el Papa había preparado un discurso muy firme contra el régimen fascista, que debía pronunciar al día siguiente y que, por tanto, fue olvidado. La presencia en su equipo médico de un tal doctor Francesco Petacci, que no era otro que el padre de la amante de Mussolini, Clara Petacci, hizo creer al cardenal francés Eugène Tisserant que el Papa había sido asesinado.
Por su parte, Pío XII murió en 1958 en Castel Gandolfo, tras un reinado marcado por numerosas enfermedades físicas y mentales, y por el control ejercido por su médico personal, el doctor Galeazzi-Lisi, una figura sulfurosa que llegó a vender fotos del Papa moribundo a Paris-Match. En circunstancias mucho más sanas y serenas, la muerte de Juan XXIII en junio de 1963 cristalizó el amor de los romanos por su "buono Papa", cuyo final de vida acompañaron velando y rezando en la plaza de San Pedro, como se acompañan los últimos momentos de un abuelo en casa.
Mientras que la muerte de Pablo VI en 1978, en pleno letargo estival, no fue una verdadera sorpresa debido a su palpable agotamiento, la de su sucesor Juan Pablo I, tras solo un mes en el cargo, supuso una enorme conmoción y provocó incredulidad. Las circunstancias de su inesperado fallecimiento siguen siendo objeto de debate hasta el día de hoy, y solo después de su muerte, su salud fue objeto de numerosos artículos.
La escasa y confusa comunicación del Vaticano en torno a la muerte de Juan Pablo I también ayudó a explicar el gran frenesí mediático en torno a Juan Pablo II, quien ironizaba diciendo que si necesitaba noticias sobre su salud, lo único que tenía que hacer era "leer los periódicos". Por su parte, Benedicto XVI, a pesar de su frágil constitución, disfrutó de unas condiciones de salud relativamente estables durante su pontificado y sobrevivió casi diez años tras su renuncia.
En este mes de marzo de 2025, el regreso de Francisco al Vaticano, ahora plausible con una reanudación al menos parcial de sus actividades, marcaría un nuevo episodio en esta historia de papas "resucitados" tras ser objeto de rumores de muerte inminente. Sin embargo, si continúa su pontificado, sus limitaciones físicas y su edad de 88 años implicarán sin duda que tendrá que trabajar a otro ritmo y bajo constante supervisión médica.