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Comienza la Cuaresma rezando el Salmo 50

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Philip Kosloski - publicado el 12/03/25
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El Salmo 50, el Miserere, es un salmo perfecto para meditar durante los primeros días de Cuaresma y también todos los viernes de año en la Liturgia de las Horas

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Muchos de los salmos del Antiguo Testamento hablan de nuestra condición humana y de nuestra necesidad de arrepentimiento. Son bellos poemas que recuerdan nuestra pecaminosidad, a la vez que miran hacia la redención en Cristo. En particular, el Salmo 50 (51), también llamado Miserere, es un salmo perfecto para comenzar el tiempo de Cuaresma. La Iglesia incluso prescribe este salmo para la liturgia del Miércoles de Ceniza.

El Papa Benedicto XVI comentó este salmo en su homilía del Miércoles de Ceniza de 2012.

"El mismo Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos puede convertir nuestros corazones de piedra en corazones de carne (cf. Ez 36,26). Acabamos de invocarlo en el Salmo Miserere: 'Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y pon en mí un espíritu nuevo y recto. No me arrojes de tu presencia, y no alejes de mí tu santo Espíritu' (Sal 51[50],10.11). Ese mismo Dios que desterró a nuestros primeros padres del Edén, envió a su propio Hijo a esta tierra, devastada por el pecado, sin perdonarlo, para que nosotros, como hijos pródigos, pudiéramos volver, arrepentidos y redimidos por su misericordia, a nuestra verdadera patria".

Reza con el Salmo 50 (51)

He aquí el Salmo 50 que se reza en la Liturgia de las Horas para ayudarte a comenzar la Cuaresma de la manera correcta:

Misericordia, Dios mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio brillará tu rectitud.
Mira, que en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, ¡oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado:
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

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