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Queridos hermanos y hermanas en el Señor,
Hoy celebramos el tercer domingo de Adviento, conocido tradicionalmente como el "Domingo Gaudete", el domingo de la alegría. En medio de nuestro camino de espera hacia la Navidad, la liturgia nos invita a regocijarnos. La palabra “Gaudete” significa “alegría” o “regocijo”, y el motivo de este gozo es que el Señor está cerca.
El Evangelio de hoy (Lc 3,10-18) nos presenta a Juan el Bautista en su misión de preparar el camino del Señor. Juan, con su predicación, despierta en la gente un anhelo de conversión. Vienen a él para preguntarle: “¿Qué debemos hacer?”. Esta pregunta brota del corazón de quienes han escuchado la llamada a cambiar de vida y desean saber cómo concretar ese cambio. Es la misma pregunta que podemos hacernos en este tiempo de Adviento: “¿Qué debemos hacer para prepararnos de verdad a la venida del Señor?”
Juan responde con indicaciones muy prácticas, nada complicadas, pero sí profundamente exigentes. A quienes tienen dos túnicas, les pide que compartan con quien no tiene; a los publicanos, que no exijan más de lo establecido; a los soldados, que no abusen de su poder ni extorsionen a nadie. Son ejemplos concretos de justicia, honestidad y caridad. Esto nos enseña que preparar el camino del Señor no se queda en intenciones espirituales abstractas, sino que nos lleva a la práctica cotidiana del amor y la justicia. El Adviento es tiempo de conversión, y la conversión se hace visible en nuestras acciones concretas hacia los demás.
La alegría cristiana
Recordemos que este domingo se caracteriza por la alegría. Pero, ¿de dónde surge esa alegría verdadera en medio de un mundo a menudo marcado por la injusticia, el sufrimiento o la incertidumbre?
La alegría cristiana no nace de haber alcanzado la perfección ni de que todo vaya bien, sino de la certeza de que Dios está con nosotros, de que su Reino de amor y justicia avanza, y de que muy pronto celebraremos el gran acontecimiento de la Encarnación: Dios haciéndose uno de nosotros.
En la primera lectura (Sof 3,14-18), el profeta llama a la hija de Sión a gritar de júbilo y regocijarse, porque el Señor está en medio de ella. Esta presencia de Dios es fuente de alegría, pues implica liberación, salvación y esperanza.
El Adviento nos recuerda que Dios no es un ser lejano que observa desde la distancia, sino que se acerca, se implica en nuestra historia y viene a habitar entre nosotros. En la segunda lectura, San Pablo (Flp 4,4-7) nos exhorta a estar siempre alegres en el Señor; es decir, la alegría no es solo un sentimiento pasajero, sino un estado interior sostenido por la fe y la esperanza.
¿Qué debemos hacer?
Volviendo al Evangelio, la gente pregunta “¿Qué debemos hacer?”. Ante la cercanía del Mesías, Juan propone una ética clara: solidaridad con el necesitado, justicia en el trabajo, honestidad en el uso del poder.
Esto se traduce hoy en nuestra vida cotidiana: ¿estamos prestando atención a los que sufren cerca de nosotros? ¿Estamos actuando con justicia en nuestras relaciones laborales, familiares, comunitarias? ¿Somos honestos con las personas con quienes convivimos, evitando aprovechar nuestro rol o recursos para beneficio propio?
Preparar el camino del Señor implica tomar conciencia de las injusticias y trabajar para remediarlas. Implica aligerar la carga del otro, compartir los bienes, brindar una palabra de aliento a quien sufre.
De esta forma, el Adviento se convierte en un tiempo para convertir el corazón y las manos: corazón que se abre a Dios, manos que se extienden al hermano. Así, la alegría deja de ser una emoción superficial y se convierte en un fruto del Espíritu que brota cuando vivimos según la voluntad de Dios, que es siempre amor y servicio.
Juan el Bautista anunció la llegada de Alguien mayor que él, que bautizaría con Espíritu Santo y fuego. Este anuncio hace referencia al Mesías, a Jesús, quien transforma el corazón humano desde dentro. Él no solo nos da reglas de conducta, sino que nos comunica su propia vida, su gracia, para que podamos vivir el amor auténtico. Por eso la alegría cristiana es tan profunda: no depende solo de nuestras fuerzas, sino de la acción de Dios en nosotros.
En este tercer domingo de Adviento, celebremos que la venida del Señor está cerca y que podemos disponernos a su gracia. No tengamos miedo de preguntarle sinceramente a Dios: “¿Qué debo hacer?”. Tal vez su respuesta nos señale algo concreto: ayudar a alguien, reconciliarnos con un familiar, ser más justos en el trabajo, dedicar más tiempo a la oración o a la escucha de los demás. Cada uno sabrá cuál es esa respuesta que el Señor pone en su corazón.
La alegría del Adviento no es superficial ni ingenua. Es una alegría que nace de la esperanza en Dios que viene y de la disposición a transformar nuestra vida con gestos concretos de amor y justicia. Vivamos este tiempo con el corazón encendido, y que la Virgen María, Madre de la Esperanza, nos acompañe en este camino hacia la Navidad.
Amén.
Tercer domingo de Adviento – Ciclo C
Segunda lectura - Flp 4, 4-7
Evangelio - Lc 3, 10-18