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Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Con este segundo domingo de Adviento, la Iglesia nos invita a continuar nuestro camino de espera y preparación hacia el encuentro con el Señor. En este ciclo C, el Evangelio (Lc 3,1-6) nos presenta la figura de Juan el Bautista como la voz que clama en el desierto, la voz que invita a preparar el camino del Señor, a allanar las sendas y a disponer el corazón para la llegada de Aquel que trae la salvación. Este tiempo santo no es simplemente una cuenta regresiva hacia la celebración de la Navidad, sino una oportunidad para revisar nuestra vida, convertirnos y renovarnos en la esperanza que brota de la promesa de Dios.
Juan el Bautista aparece en un contexto histórico muy concreto, nombrando gobernantes y autoridades de la época. Esto nos recuerda que la salvación no es una idea abstracta ni un deseo lejano, sino que se encarna en la historia real del mundo y de nuestra propia vida. Dios interviene en medio de nuestras circunstancias concretas, en medio de nuestros desafíos y anhelos. No se trata de un Dios lejano, sino de un Dios que irrumpe en nuestra historia para transformarla.
El mensaje de Juan es claro y urgente: “Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos”. Esta invitación nos lleva a preguntarnos:
¿Cómo se prepara el camino del Señor en nuestra vida actual? ¿Qué significa allanar los montes y rellenar los valles?
Estas imágenes, tomadas del profeta Isaías, nos hablan de las actitudes interiores que debemos adoptar para acoger a Cristo. Los montes pueden representar nuestro orgullo, nuestra autosuficiencia o la dureza del corazón. Los valles, por otra parte, pueden ser las faltas de esperanza, el desánimo o la carencia de confianza en Dios. Preparar el camino es permitir que la gracia de Dios nivele nuestro interior, quitando los excesos y llenando los vacíos, para que el Señor pueda encontrar en nosotros un corazón bien dispuesto.
Tiempo de reorientar la vida
Este tiempo de Adviento es, por lo tanto, un tiempo privilegiado para la conversión. No se trata solo de un cambio moral o de mejorar un poco, sino de reorientar la vida hacia Dios.
Juan el Bautista nos invita a un bautismo de conversión, a purificar nuestra mirada y nuestro corazón. A veces nos resistimos al cambio, nos acomodamos a nuestras costumbres, incluso a aquellas que sabemos que no nos llevan hacia la plenitud. El Adviento es la oportunidad de abrirnos a la novedad de la salvación que Dios quiere obrar en nosotros.
Además, este Evangelio nos muestra que la salvación que Cristo trae es universal: “Todo hombre verá la salvación de Dios”. La venida del Mesías no es un acontecimiento reservado a un grupo selecto, sino un don para toda la humanidad. Esto nos desafía a no vivir nuestra fe de forma aislada o egoísta.
Si preparamos el camino del Señor en nuestro corazón, debemos también prepararlo en nuestra sociedad, en nuestras relaciones con los demás. La justicia, el perdón, la solidaridad y la acogida de los más vulnerables son maneras concretas de allanar el camino por donde Cristo quiere pasar.
Así como Juan fue voz que clamaba en el desierto, nosotros estamos llamados a ser voces que anuncien la esperanza y la paz, a ser manos que construyan puentes, a ser corazones que acojan y reconcilien.
El Adviento, entonces, se convierte en una invitación a la esperanza activa. Esperar no es simplemente aguardar con los brazos cruzados. Esperar al Señor significa trabajar por un mundo más justo, más humano, más fraterno, sabiendo que nuestro esfuerzo encuentra su sentido en la promesa de la venida de Cristo.
La esperanza cristiana no es ingenua ni pasiva; es una fuerza que nace de la certeza de que Dios cumple sus promesas. Aun en medio de dificultades, conflictos y heridas, la esperanza nos impulsa a creer que la historia no está abandonada a su suerte, sino que Dios la conduce hacia la plenitud.
Este segundo domingo de Adviento nos recuerda, por tanto, que nuestra espera no es vacía. Contemplando a Juan el Bautista, aprendemos que la preparación del camino del Señor comienza en lo más profundo del corazón: en la sinceridad ante Dios, en el arrepentimiento, en la humildad, en el compromiso con la verdad y la justicia. Y desde el corazón renovado, esta preparación se extiende a la vida cotidiana, transformando nuestro trato con los hermanos y hermanas.
Queridos hermanos, que este tiempo sagrado despierte en nosotros el anhelo de una vida más plena en Cristo. Que cada uno de nosotros escuche la voz que clama en su propio desierto interior, invitándonos a allanar los senderos y a enderezar lo torcido. Que aprendamos a acoger al Señor que viene, no solo en la celebración de la Navidad, sino en cada momento de la vida, en cada persona que encontramos, en cada gesto de bondad y de reconciliación.
Al preparar el camino del Señor, preparamos también el camino de nuestra propia realización como hijos e hijas de Dios. Que María, la Madre que esperó con fe el nacimiento de su Hijo, nos acompañe en este Adviento, para que vivamos con esperanza, trabajando por el Reino de Dios y abriendo nuestro corazón al Salvador que viene.
Amén.
Segundo domingo de Adviento – Ciclo C
Segunda lectura - Flp 1, 4-6. 8-11
Evangelio - Lc 3, 1-6