Luego de 33 años como sacerdote, al padre Agustín Aguilera Rodríguez le fue asignada una comunidad que carecía de todo: desde fieles que acudieran a Misa hasta servicios básicos como teléfono, Internet y una notaria en la oficina parroquial.
El padre Agustín narra que le fue muy difícil comenzar, y, sincerándose ante unas seiscientas personas presentes durante la clausura de la Gran Misión -realizada en la parroquia de San Isidro Labrador, en Celaya, Guanajuato, México- dijo sin tapujos:
"Cuando me mandaron para acá, yo no quería venir. Pero ahora, ya no me quiero ir".
Y es que la experiencia no fue para menos. Durante la misión, que duró tres meses y medio, permaneció una semana en cada una de las seis comunidades que pertenecen al territorio parroquial. En ellas visitaba enfermos, bendecía casas y daba pláticas a niños, adolescentes y adultos.
Además, hacían oración frente al Santísimo todos los días de 10:00 de la mañana a 2:00 de la tarde. El sacerdote comenta que la respuesta de la gente fue total.
"En todas las comunidades me dijeron: nunca en la vida de esta comunidad habíamos tenido esto", recuerda con alegría.
Agrega que se acercó con gente que tenía 20, 30 años sin pararse en el templo y que "hubo grandes conversiones, grandes milagros que hizo Dios".
El sufrimiento productivo
Al preguntarle si él también se convirtió, y reflexionando brevemente, comparte: "Sí, me sirvió porque yo aprendí lo que era el 'sufrimiento productivo'", enfatiza.
"Yo estaba sufriendo solo, y cuando uno crece es cuando aprovecha y aprende del sufrimiento que vive, porque hay gente que se queja, pero no aprende".
Probaditas de Tabor
Explicó que entre los sufrimientos por los que atravesó estuvo un asalto, recibir pedradas, escuchar insultos y tener muchos enemigos. "Yo sufría mucho, lloraba mucho", recuerda, "pero Dios me dio probaditas de Tabor".
Sin embargo, el cariño recibido por los niños de su comunidad fue innegable. El sacerdote reconoce que eso le decidió a continuar "porque el amor de los niños hacia la figura del sacerdote es muchísimo".
"Los niños saben, los niños conocen, los niños intuyen", comentó convencido. Describió que todos los domingos, después de Misa de 10:00, sin que él intervenga, "todos los niños vienen a abrazarme; yo sin decirles nada, ellos solos. El recibir de los niños tanto amor es un Tabor, un pedacito de cielo".
Y pudimos comprobar sus palabras, pues al finalizar la celebración, los pequeños se acercaron a él y a los sacerdotes que concelebraron en la santa Misa para obsequiarles un poco de su cariño y admiración.
"Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Lc 18, 16-17).