Antoni Tort Reixachs, un joyero de Barcelona con 11 hijos, y Gaietà Clausellas Ballvé, capellán de la residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparos en Sabadell, serán elevados a los altares. Su beatificación será este sábado 23 de noviembre en la basílica de la Sagrada Familia.
La Iglesia católica reconocerá así el martirio que sufrieron durante la persecución religiosa desatada en España en la convulsa primera mitad del siglo XX.
“Podemos sumar a dos hermanos más a la lista de aquellos que afrontaron la persecución religiosa y la muerte con valentía y esperanza, perdonando a sus asesinos -escribe el arzobispo de Barcelona, Juan José Omella-. Actuaron como Cristo en la Cruz”.
“El martirio de Gaietà y Antoni debe ayudarnos a afrontar las cruces de cada día con amor, serenidad y esperanza”, continúa.
Su beatificación “confirma su santidad” e invita “a vivir y a encarnar en el mundo el Evangelio del amor, de la paz, de la fraternidad y del perdón”, añade.
El cardenal Omella presidirá la celebración de la beatificación junto al prefecto del dicasterio de las Causas de los Santos, Marcello Semeraro, y a Salvador Cristau, obispo de Terrassa, diócesis a la que pertenecía el sacerdote Gaietà.
Un orfebre de fe firme
Antoni nació en 1895. Se casó con María Josefa Gavín el año 1917. Tuvieron 11 hijos. Era joyero de profesión y vivía en el centro de Barcelona.
Tenía una fe firme, oraba y participaba en actividades de su Iglesia local y en peregrinaciones a santuarios marianos.
El año del estallido de la guerra civil en España, se arriesgó a acoger en su casa a su obispo Manuel Irurita con su secretario, a cuatro religiosas y a su hermano Francisco.
Según testigos citados por el arzobispado de Barcelona, a finales de 1936, los milicianos se presentaron en su casa y la registraron.
Uno de ellos tomó el copón con la Eucaristía. El orfebre Tort se lo arrebató diciendo: “A mí Señor no le tocan”.
Y repartió la Comunión entre esa comunidad clandestina con la que había estado compartiendo techo.
Antoni fue detenido y, junto con su hermano, asesinado la noche del 3 de diciembre en la tapia del cementerio de Moncada.
El padre de los pobres
Gaietà Clausellas nació en Sabadell en 1863 y recibió la ordenación sacerdotal en 1888. Ejerció su ministerio en varias parroquias y, desde 1916, en el asilo de las Hermanitas de los ancianos desamparados de Sabadell.
Destacaba su humildad creativa y su servicio -dedicado, discreto y valiente- a los necesitados, que le valió el sobrenombre de “padre de los pobres”.
“Él, sin tener ningún protagonismo especial, supo responder a las inquietudes y desafíos de cada momento”, escribe el obispo Cristau.
“Sin hacer ruido, con respeto, poniendo en práctica lo que había recibido de Dios, el amor, el perdón, el servicio, la fraternidad”, añade.
Debido al anticlericalismo y la agitación social, le ofrecieron huir de España por seguridad. Pero él prefirió quedarse cuidando a los abuelos y enfermos.
“Yo prometí a mi antecesor en el cargo y fundador que nunca abandonaría a los ancianos del Asilo, y que, si esto significa que he de derramar mi sangre, lo acepto plenamente y ofrezco mi vida a Dios”, dijo, según la Relatio et vota.
El 14 de agosto de 1936 acudieron a prenderle para fusilarle. El sacerdote, de 73 años, salió sereno rezando el Te Deum.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, fue asesinado en la carretera de Matadepera, en una cuneta cercana a la ermita de Sant Julià d’Altura.
“En adelante podremos invocar su intercesión para alcanzar los dones de la fortaleza en la fe, de servicio eficaz en la causa de los pobres y de perdón sin medida de todas las ofensas”.
Lo indica en la hoja dominical diocesana el sacerdote Blai Blanquer, que ha participado en la recopilación de la documentación para la beatificación.
“Que la sangre del mártir sea -ahora también- la semilla de esos cristianos que Dios espera y que nuestro mundo necesita”, añade.
65 años de estudio
La Iglesia ha estado más de 65 años estudiando la vida y muerte de Gaietà y Antoni. Sus causas de beatificación se abrieron en 1959.
Y el 13 de abril de este año 2024, el Papa Francisco aprobó el Decreto por el que reconoce sus martirios.
Así, la Iglesia los reconoce como testimonios de la fe en grado elevado porque no se reservaron ni siquiera su vida, sino que la entregaron a causa del odio a la fe de los demás.