La vida de Miguel Agustín Pro Juárez parecía ser de lo más común. Nació en México, en un pueblito llamado Guadalupe, en el estado de Zacatecas, el 13 de enero de 1891. Fue el tercer hijo de don Miguel Pro -próspero administrador de dos minas- y de doña Josefina Juárez.
Muy pequeño emigró con su familia a la Ciudad de México. A los cuatro años, enfermó de sarampión. Estando muy grave, su padre lo tomó en brazos y, delante de una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, imploró: ¡Madre mía, devuélveme a mi hijo!
En ese instante, el niño se estremeció y arrojó sangre por la boca. Miguel se salvó y lo primero que dijo fue: ¡Mamá, quiero cocol! -un tipo de pan dulce-. Desde ese día, se le quedó "Cocol" como sobrenombre familiar.
Un joven bromista
El sacerdote Antonio Dragón S.J., uno de sus primeros biógrafos, narra en el libro El martirio del Padre Pro muchas de sus bromas, fruto de su alegre carácter. Sus hermanas fueron blanco frecuente de sus ocurrencias, lo que le valdría los regaños de sus padres.
En una ocasión, paseaba con su hermana María Concepción cuando escuchó que vendían algunos animales. Se acercaron a ver y, en ese momento, una voz ofrecía un peso por un viejo burro. Luego, alguien más daba un peso con cincuenta y por allá, dos pesos.
Miguel, colocándose detrás de su hermana, fingió su voz para ofrecer dos pesos y medio, corriendo a esconderse rápidamente en la esquina, donde reía alegremente y observaba la escena, mientras la pobre hermana tenía que convencer al vendedor de que había sido víctima de una broma.
Su vocación al sacerdocio
Siendo un joven de veinte años, tuvo un tiempo de tibieza espiritual. Dos sacerdotes jesuitas le hicieron entender que quería algo más. En agosto de 1911 ingresó como novicio en El Llano, cerca de Zamora, Michoacán. Pronto fue conocido por su gran sentido del humor, pero también por su caridad y buena disposición para cualquier trabajo.
En 1921 terminó sus estudios de filosofía y fue enviado a Granada, en Nicaragua, a trabajar en un colegio. Sufría frecuentemente dolores de estómago que no le impedían hacer el bien.
En 1922 partió a España para continuar sus estudios de Teología, y después a Enghien, Bélgica, donde fue ordenado sacerdote el 30 de agosto de 1925.
El 7 de julio de 1926 regresó a México, donde la situación de la Iglesia con el gobierno era amenazadora.
Un sacerdote ocurrente
Su ministerio sacerdotal se vió rodeado de anécdotas en las que, convertido en un auténtico apóstol, tuvo que sortear los peligros de ser descubierto y encarcelado. Por eso, se valió de disfraces y de la ayuda de todos sus amigos; familias enteras cuidaron a su sacerdote para que continuara administrando los sacramentos
Él sabía que el peligro era constante para él y para quienes lo protegían -todos los católicos-, lo que manifestó en sus cartas, dirigidas a las personas con las que mantuvo comunicación. En una de ellas escribió:
"Una sola cosa temo. ¡Que me vaya a tener por un santo, porque allá (en las Islas Marías) no conseguiremos velas para mi altar!
Confesaré toda la mañana chez R.
Afmo. en Cristo.
Capellán electo de Tres Marías".
El martirio del Padre Pro
La situación del país empeoraba. Finalmente, cayó preso junto a sus hermanos, Humberto y Roberto.
El 23 de noviembre de 1927, sin ningún juicio que comprobara los cargos que le imputaban, se decretó la muerte del padre Pro.
Por orden del gobierno, se tomaron fotografías del fusilamiento, que han llegado hasta nuestros días, dejando testimonio del valor y el martirio del sacerdote, quien murió con los brazos abiertos en cruz.
Miguel Agustín Pro fue beatificado por el papa Juan Pablo II el 25 de septiembre de 1988.