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Clara de Castelbajac nació el 26 de octubre de 1953, en París. Tenía cuatro hermanos mucho mayores del primer matrimonio de su padre, Louis, que era viudo: John (24), Laurence (22), Pauline (19) y Anna (15); a pesar de la gran diferencia de edad, amaron inmediatamente a su hermana menor, dada a luz por la segunda esposa de su padre, Solange Rambaud.
Sus primeros años
El Sr. Louis trabajaba como director de banco en Rabat (Marruecos), donde Clara pasó los primeros años de su vida. A su regreso a Francia, se instalaron en una enorme finca en Lauret. Entre naturaleza, animales de granja y caballos, la joven Clara floreció, desarrollándose artística, científica y espiritualmente. Su sueño infantil era la santidad.
Así se lo contó a su padre:
- ¿Sabe, Padre, lo que quiero ser cuando sea grande?
- Sí, creo que puedo adivinarlo. Quieres ser monja
- No, es más que eso - Bueno, no sé…
- ¡Pues yo quiero ser santa! Es más que monja, ¿no…?
Debido a su estado de salud, afectado por problemas estomacales y respiratorios recurrentes, la niña fue educada en casa.
Salir al mundo
Con el tiempo, llegó el momento de poner fin a su educación en casa y Clara comenzó su educación secundaria en el Colegio del Sagrado Corazón de Toulouse. Luego empezó el bachillerato, que cursó de forma intermitente por motivos de salud.
Terminó su primer curso por correspondencia, estudiando en su casa de Lauret. Aprovechó este tiempo para ayudar a los demás. Fundó un coro de niños que cantaba para ancianos y discapacitados.
En una carta a su hermana, escribió:
"Vi que uno no vive solo para sí mismo, sino para los demás, y que todo el mundo está ahí para vivir para los demás y hacerlos felices. Esto es monstruosamente difícil, pero cuando se consigue, es algo hermoso".
Debido a una operación de espalda y a la convalecencia, Clara no aprobó el bachillerato hasta septiembre de 1971 y eligió estudiar Historia del arte, en Toulouse. Sin embargo, ella quería estudiar Conservación histórica, en Roma. Tras años en la seguridad de su ciudad natal, despertó un nuevo deseo.
Libertad romana
"Así que elijo ser hippie. Siempre me ha atraído, desde que la palabra apareció por primera vez, por su peculiar ortografía y su atractivo sonido. Imagínese: libre de toda atadura (…) Y en esta vida soñada, no habría necesidad de dar ejemplo, y encima, supuestamente, no hay odio entre hippies, porque nadie se preocupa por su vecino, bueno, y el sol brilla para todos. Oh, poder vivir sin prohibirse hacer ciertas cosas con el pretexto de que podría escandalizar a alguien!
Esto es lo que escribió sobre sus sueños a una de sus amigas.
Esperaba que la comunión con el arte elevara su corazón más cerca de Dios. Sin embargo, la vida en Roma resultó difícil. No conocía a nadie íntimamente. Sus nuevos conocidos resultaron ser no creyentes, y la fe de la joven francesa no encajaba con su estilo de vida. Clara conoció allí a dos compatriotas, con los que entabló amistad.
Lamentablemente, la vida estudiantil, a pesar de los esfuerzos de la muchacha por mantenerse fiel a Dios, fue reduciendo poco a poco su relación con Dios a los bajos fondos de la mediocridad.
"Ya verás, mi pobre niña, llegarás a nuestro ateísmo. No te doy un año hasta que seas como nosotros…", le dijo una de sus amigas. Llegó un punto en que Clara estuvo a punto de suspender un año entero sus estudios.
Regreso espiritual
La ruptura se produjo en septiembre de 1974, cuando Castelbajac fue con un grupo de jóvenes a una peregrinación a Tierra Santa. Fue allí, vagando por la patria terrenal de Jesús, donde Clara volvió a tener una relación pacífica con Dios.
"Mi vida ha cambiado completamente en estas tres semanas: más allá de mi cercanía a la Virgen Santa, descubro el amor de Dios, inmenso, asombroso y tan sencillo (…) El amor cristiano es el amor al prójimo, porque Dios mismo lo ama. Esto, entre otras cosas, es lo que me mueve de la alegría de Dios".
A su regreso de Tierra Santa, Clara recibió el encargo de restaurar los frescos de la basílica de San Francisco de Asís. Entre otras cosas, se encargó de restaurar la imagen de su santa patrona.
La joven francesa vivió en un convento benedictino, rezó con los benedictinos, asistió a Misa diaria y leyó las obras de san Carlos de Foucauld. Al terminar su aprendizaje, Clara regresó a casa llena de tranquila alegría.
Muerte de Clara de Castelbajac
"Estoy tan contenta que si me muriera ahora iría directamente al cielo, porque el cielo es la adoración de Dios y yo ya estoy en él", dijo Clara a su madre unos días antes de la aparición de una meningitis grave.
Durante las vacaciones, la chica fue a Lourdes con sus padres y una amiga. A Clara le gustaba mucho el lugar y rezar en la gruta de María. Su madre notó que durante la oración, más larga de lo habitual, algo cambiaba en el rostro de su hija, algo sucedía entre ella y María.
Pocos días después, Clara cayó enferma. Al principio se pensó que era una simple gripe, pero el diagnóstico resultó ser mucho más grave: meningitis. La llevaron al hospital y, poco a poco, entró en coma.
Unos días antes de morir, el párroco de Lauret fue a visitarla. La chica se reunió con él y le pidió la comunión, gritando:"¡Por favor, tráemelo, por favor, tráemelo, tengo que adorarlo!", tras lo cual volvió a perder el conocimiento.
Despertó por última vez el domingo 19 de enero. Habló muy fuerte: "Dios te salve, María, llena eres de gracia". Su madre seguía rezando, y Clara la animaba con las palabras: "más… más…". Murió el 22 de enero de 1975.
Su proceso de beatificación comenzó en 1985. En 2016 se completó la positio, es decir, un documento que muestra cómo Clara vivía cotidianamente las virtudes cristianas.