Tal verdad la encontramos en varios pasajes de la sagrada escritura. Por ejemplo, san Pablo la expresa en la carta a los Efesios (4, 15-16):
"...viviendo en la verdad y en el amor, crezcamos plenamente, unidos a Cristo. El es la Cabeza, y de Él, todo el Cuerpo recibe unidad y cohesión, gracias a los ligamentos que lo vivifican y a la acción armoniosa de todos los miembros. Así el Cuerpo crece y se edifica en el amor".
Unidos por la gracia de Dios
Los miembros de la Iglesia están unidos por una vida sobrenatural, comunicada por Cristo a través de los sacramentos (Jn 15, 5). Cristo es el centro y fuente de vida a quienes todos están unidos, y que dota a cada uno de los dones adecuados para su posición en el cuerpo (Jn. 15,7-12). Estas gracias, a través de las cuales cada uno está equipado para su trabajo, lo forman en un todo organizado, cuyas partes están unidas como por un sistema de ligamentos y articulaciones.
Así lo quiso Cristo
¿Qué movió al Señor Jesús para hacerse una Iglesia, formada por los bautizados y encabezada por Él?
"Y por esto Cristo Jesús, pendiente de la cruz, no sólo resarció a la justicia violada del Eterno Padre, sino que nos mereció, además, como a consanguíneos suyos, una abundancia inefable de gracias. Y bien pudiera, en verdad, haberla repartido directamente por sí mismo al género humano, pero quiso hacerlo por medio de una Iglesia visible en que se reunieran los hombres, para que todos cooperasen, con Él y por medio de aquella, a comunicarse mutuamente los divinos frutos de la Redención".
Demos gracias a Dios porque nos hizo miembros de su Iglesia y trabajemos para que el Cuerpo Místico de Cristo dé testimonio de auténtica vida cristiana.