Tras el paso de un gran huracán por el sureste de Estados Unidos, y con la cautela de otro que se aproxima en plena temporada de huracanes, los católicos de una comunidad costera del Atlántico experimentaron la presencia de Jesús -como dijo una persona- en la barca de los pescadores azotada por la tormenta.
Tybee Island es una de las islas barrera de Georgia en el Atlántico, a las afueras de la histórica Savannah. Es un lugar muy concurrido en verano, pero en los meses de descanso muchas casas de vacaciones y alquileres están vacíos, lo que deja una población base de unos 3 mil habitantes.
Cuando el huracán Helene abrió una ruta mortal desde el Golfo de México hasta los Montes Apalaches, Savannah y la isla de Tybee escaparon a sus peores efectos. Así que para la gente de zonas sin electricidad ni agua, fue un buen lugar donde refugiarse. Eso resultó providencial para San Miguel Arcángel, la única iglesia católica de la isla de Tybee.
El párroco, el padre Brett Brannen, llevaba tiempo esperando despertar en su pequeño rebaño de Tybee la necesidad de evangelizar. Para ello, contó con la ayuda de una vieja amiga, la Madre Olga del Sagrado Corazón, oriunda de Irak, que ayudó al cardenal de Boston Sean O'Malley a formar una nueva comunidad religiosa, las Hijas de María de Nazaret.
El P. Brannen invitó a la Madre Olga y a sus hermanas a visitar San Miguel para dirigir una misión parroquial.
"Le dije: 'Madre, ¿estarías dispuesta a venir y traer a todas tus hermanas? Las quiero a todas, porque quiero ir de puerta en puerta y llamar a todas las casas de Tybee Island e invitar a la gente a Jesús'", dijo el padre Brannen a Aleteia.
Momento providencial
La única vez que la comunidad pudo acudir en grupo fue a finales de septiembre. Nadie sabía, cuando planearon la misión, que sería una semana en la que la población de la isla Tybee aumentaría con gente que escapaba de la ira del huracán Helene.
La misión incluía una Hora Eucarística nocturna en la pequeña iglesia de madera de San Miguel, pero el padre Brannen sintió también la necesidad de "salir de la sacristía", como dice el Papa Francisco, y llevar el Evangelio a los lugares donde la gente vive y trabaja.
Yendo de puerta en puerta con "bolsas de regalos católicos" que las hermanas y los feligreses habían preparado -con cosas como un Nuevo Testamento, una estampa y agua bendita-, las hermanas y sus ayudantes descubrieron a personas que atravesaban sus propias tormentas personales. Un hombre dijo que se había alejado de la asistencia regular a Misa por culpa del alcoholismo, otro porque había sufrido abusos en la Iglesia. Según la madre Olga y el padre Brannen, la experiencia les sirvió de salvavidas.
Trabajando en pequeños grupos y conducidas por los feligreses, las hermanas llamaron a unas 300 puertas, dijo la Madre Olga.
Preguntando a la gente: "¿Cómo podemos rezar por usted?", recogieron casi 350 intenciones de oración que escribieron a máquina y colocaron en el altar de la iglesia.
"Con cada persona que encontrábamos, escuchábamos historias de sus tormentas y de las tormentas de sus seres queridos", dijo la Madre Olga, que dio una charla testimonial en el Congreso Eucarístico Nacional este verano.
Al igual que Jesús estuvo en la barca de los Apóstoles durante una tormenta en el mar de Galilea, las hermanas se sintieron capaces de subir a esa "barca" en diversas circunstancias: personas que sufren pérdidas, separaciones, enfermedades o adicciones.
"Algunas de las historias son impactantes; como la de una pareja, dicen que unos árboles grandes cayeron sobre su casa y casi la partieron en dos pedazos", dijo la Madre Olga a Aleteia. "No pueden arreglarla. Todo ha desaparecido. Lo han perdido todo. Había otra familia que tenía 50 mil pollos, un negocio familiar. Lo perdieron todo".
Curación eucarística
En la iglesia, el Santísimo Sacramento se exponía en una custodia sobre el altar y se envolvía con un paño especial. Se invitaba a la gente a acercarse, arrodillarse ante Cristo Eucaristía y tocar el paño, igual que la mujer con hemorragia había sido curada al tocar el manto del Señor, en Mateo 9, 20-22.
Betty Jayne Hendrix, una antigua feligresa, observó que muchas personas se sintieron profundamente conmovidas por la experiencia, colocando el paño en diversas partes de su cuerpo que necesitaban curación y marchándose entre lágrimas.
"Dijimos a nuestros propios feligreses: 'Por favor, acudid a las personas que conozcáis que estén sufriendo'", dijo el P. Brannen. "'Invítenlos, vayan a buscarlos y tráiganlos a este servicio de sanación'. Y la iglesia se llenó".
Él y el sacerdote jubilado P. John Lyons ofrecieron la Unción de los Enfermos, y un sacerdote visitante escuchó confesiones. Al final, todavía había cola fuera del confesionario, así que el P. Brannen y el P. Lyons entraron. En total, se escucharon confesiones durante cuatro horas.
Escenas de una misión parroquial especial:
Al final de la semana, San Miguel celebró una Misa al aire libre en el muelle, como hace anualmente para celebrar la fiesta de san Miguel. Entre los fieles había más de uno que había vuelto a la práctica de la fe.
"Vi al menos a cinco personas que no había visto en una iglesia o en Misa desde hacía cinco años, diez años, algunas incluso más", dijo Hendrix, que ayudó a programar las visitas de las hermanas por la ciudad.
El P. Brannen espera que la gente siga volviendo, pero quizá no hubiera sido así sin la Misión a Tybee Island.
"Tenemos muchas historias de personas que necesitaban un empujoncito para decir: 'Oye, te queremos. Nos importas'".
Con la población de la isla nuevamente engrosada, esta vez con floridanos que escapan de los efectos del huracán Milton, los habitantes de San Miguel tienen una nueva osadía para compartir su fe con los necesitados.