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‘Con la marea’: la niña que sanaba a los enfermos

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José Ángel Barrueco - publicado el 27/09/24
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Una película inquietante sobre los milagros y las consecuencias

Al comienzo del filme canadiense Con la marea (título español de The King Tide, algo así como La marea real), una mujer pierde durante el parto al hijo que esperaba. Aunque hay una elipsis, más adelante sabremos que ella, desesperada, rezó pese a que no suele rezar. Quizá porque con la oración quería algo a cambio: no lo aclara pero se intuye. Unas horas después su marido, el joven alcalde de la isla donde viven, encuentra los restos de un naufragio entre los arrecifes. Mientras busca por si hubiera supervivientes, se hiere en el costado. Bajo la barca, en una cesta, encuentra un bebé vivo. Una niña. Al cogerlo en brazos, la herida se le cierra milagrosamente. 

Un salto temporal nos traslada a unos diez años después. Sabremos que el alcalde, Bobby (Clayne Crawford), y su mujer, Grace (Lara Jean Chorostecki), adoptaron a la niña, le pusieron el nombre de Isla (Alix West Lefler) y descubrieron que poseía la capacidad de sanar a los enfermos. Esta capacidad milagrosa comporta que Isla reciba cada día a los habitantes de la isla en una especie de consulta en la que cura heridas, repara dolencias y sana enfermedades. Si la niña introduce su mano en el agua, los peces se acercan y así los pescadores pueden llenar las redes y almacenar provisiones para el invierno.

Pero todo beneficio esconde su perjuicio. Que tengan entre ellos a una niña capaz de hacer milagros ha vuelto recelosos a sus habitantes. Nunca van “al continente”, desde fuera no saben nada de ellos, han hecho creer a la gente del exterior que allí no vive nadie, ni siquiera permiten que se vea la televisión para que los niños no se conecten con el mundo de afuera. Viven como en una extraña versión de los amish. La obsesión de los isleños con las capacidades curativas de la niña hará que sus padres empiecen a replantearse las cosas: ¿debe Isla servir a la comunidad, aun a riesgo de agotar sus energías, o es preferible pensar solo en su salud y en su cordura, aunque eso suponga apostar por lo individual?

Milagros y folk horror canadiense

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Con la marea es una de esas sorpresas que podemos encontrar hoy en Movistar: una película poco conocida, encuadrada dentro del género folk horror aunque diríamos más bien que es de suspense (y no de miedo ni de horror), es inquietante y oscura y recuerda un poco a filmes como El bosque, en los que la comunidad acaba formando una especie de secta cuyas intenciones pueden volverse contra ellos. 

La dirige Christian Sparks, cineasta poco popular que, sin embargo, cuenta con dos obras previas bastante elogiadas: Cast No Shadow y Hammer. Y tiene pendiente de estreno Sweetland. Sin prisas, su película nos va metiendo en el cuerpo esa doble sensación tan habitual en las historias rurales inquietantes: la empatía por la bondad de unos cuantos de sus habitantes y el malestar por la comunidad cuando apuesta por el egoísmo. Todo resulta sombrío y sobrenatural. 

La película hace que nos preguntemos, junto a los habitantes del pueblo: ¿hasta dónde seríamos capaces de llegar por salvarnos? Y, ¿qué no seríamos capaces de hacer? ¿Dónde están los límites de cada ser humano cuando está en juego su pellejo?

Esto aparece muy bien reflejado en uno de los mejores personajes, Faye (Frances Fisher, a la que siempre recordamos por su papel en Sin perdón y su antigua relación sentimental con Clint Eastwood). Faye es la abuela adoptiva de Isla. Cuando la niña apareció, la abuela estaba postrada por la enfermedad. Que Isla la haya salvado la ha vuelto una persona egoísta: no quiere que la niña salga de la localidad e insiste en que siga sanando a las personas pese a que su padre intenta que Isla descanse. Se convierte, así, en una persona manipuladora. 

Con la marea es un buen filme: cuenta una historia sencilla sin engaños ni trampas y refleja que hay consecuencias y el mal siempre está al acecho. Incluso el poder de sanar se puede transformar en lo contrario, y los milagros, pese a la fe y a las buenas intenciones, contienen un doble filo: que las personas beneficiadas se conviertan en egoístas.

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