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‘Un cielo de plástico’: de pérdidas, sacrificios y supervivencias 

Un cielo de plástico película
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José Ángel Barrueco - publicado el 19/06/24
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Cinta húngara de animación en clave de distopía

La distribución y explotación en el ámbito del cine ha cambiado tanto desde la pandemia que ahora las películas más sorprendentes (salvo excepciones como Furiosa) se encuentran entre los estrenos menos sonados de las plataformas. Películas de las que ni siquiera hemos oído hablar y que parece que se estrenan sin ruido y entonces uno las descubre y, como decimos, se sorprende: es el caso del filme que nos ocupa, Un cielo de plástico (dirigido por Tibor Bánóczki y Sarolta Szabó), animación húngara de unos 110 minutos que se hacen cortos, y en los que se nos demuestra cómo la naturaleza y el ser humano siempre se las componen para sobrevivir, incluso aunque el entorno sea tan hostil como en esta historia. 

El filme, que el año anterior fue proyectado en diversos festivales, recopilando premios y nominaciones, nos presenta la ciudad de Budapest en el año 2123. Un futuro desalentador en el que los recursos en cuanto a flora y fauna son tan pobres que el gobierno utiliza una medida drástica: a todo ciudadano que cumpla 50 años se le implanta una semilla en el corazón, se le conduce a una zona de cultivo y, poco a poco, se convierte en un árbol con el propósito de seguir alimentando a la humanidad: los denominan “híbridos”. La premisa recuerda a Soylent Green, la película de Richard Fleischer que en España titularon “Cuando el destino nos alcance”, y en la que elaboraban un alimento con personas. 

Pérdida, sacrificio, esperanza, supervivencia

película Un cielo de plástico

Pérdida. En ese entorno conocemos a los protagonistas, Stefan y Nora, un matrimonio que no consigue superar la pérdida de su hijo. Ella, dice, ya no logra verse en el espejo: solo ve al niño y no es capaz de seguir adelante. Nora ha cumplido 32 años, una edad a la que no se permite tener hijos. Entonces toma una decisión: asiste voluntaria, sin consultárselo a Stefan, a la implantación de la semilla dentro de su cuerpo. Cuando él lo descubre, decide cambiar las cosas, con el propósito de que alguien la opere antes de que sea demasiado tarde, una especie de guiño a La fuente de la vida, una de las mejores películas (aunque infravalorada) de Darren Aronofsky.    

Sacrificio. Stefan trabaja como terapeuta. Cuando un paciente joven se lamenta de que ha perdido a su tío porque acaba de cumplir los 50, el hombre le dice: “El sacrificio de su tío es un regalo para que usted, para que yo, para que todos sobrevivamos”. Stefan es un ciudadano que acepta la entrega del cuerpo en pos de la humanidad. Lo que no acepta es que alguien (como su mujer) se vaya antes de tiempo. Nora le sugiere que él podría formar otra pareja cuando a ella se la lleven y él responde: “Yo solo tengo una familia”. La vida, en la ciudad, es bastante parecida a la que aparece en la novela La cúpula, de Stephen King, de ahí el término del título sobre el cielo de plástico, pues sus habitantes ven cómo la lluvia golpea ese plástico pero no les moja.  

Esperanza. Al igual que sucedía en Blade Runner con los replicantes, aquí las personas también se obsesionan con el tiempo que les queda. “Todo el mundo quiere más tiempo”, dice un personaje. Los replicantes sabían que iban a vivir poco. Los ciudadanos de este Budapest distópico vivirán más, en teoría, pero su fecha de caducidad está establecida en los 50, y eso les obliga a casarse y a tener hijos cuanto antes. Hay, sin embargo, cierto hálito de esperanza en la película, depositada en esa fe sobre cómo la humanidad y la naturaleza logran salir adelante. 

Supervivencia. Y la esperanza lleva aparejada la idea de supervivencia en la película. Sin embargo, la naturaleza es indomable y posee sus propias reglas: un personaje le cuenta a Stefan que, tras los primeros experimentos, descubrieron que el polen de la floración de estos árboles era venenoso (algo que aniquiló a varias ciudades), por lo que ahora extreman las precauciones y el tratamiento es distinto. 

Un cielo de plástico trata todos estos temas y además utiliza escenarios muy imaginativos, con laboratorios externos, ciudades en ruinas y barcos encallados en tierra reseca como en las historias de J. G. Ballard. Al final del filme se plantea un dilema, que no desvelaremos aquí. Una película muy recomendable.

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